“El técnico me engañó” , dijo el primero, a quemarropa. “Para que te ponga, lo tenés que apretar” , disparó el segundo, sin anestesia. Un sonoro silencio hizo el tercero, al sentirse injustamente excluido.

¿Palabras y gestos de Banega , de Otamendi o de Sosa ?

No. Palabras y gestos de Enzo Trossero, Juan Barbas y Ubaldo Fillol, cuando Carlos Bilardo anunció la nómina de 22 futbolistas que viajarían a Noruega e Israel, en una gira inmediatamente previa al Mundial de México 86.

Por entonces, la expectativa por saber quiénes serían elegidos y quiénes quedarían excluidos era mayúscula y el impacto que provocó la decisión sobre unos y otros provocó un verdadero escándalo.

otamendi nicolas argentinaSe trataba de jugadores importantes que no estarían, fuera por continuidad en el proceso, por afinidad con el grupo dominante o por presente y trayectoria. Y no faltaban sorpresas entre los nuevos convocados, desde un Enrique sin “los 80 entrenamientos necesarios, como mínimo” (Bilardo dixit) hasta un ignoto Zelada (ídolo en México, eso sí) pasando por un Olarticoechea que había sido eyectado tiempo antes “el grupo sabe por qué” .

Ahora, ayer, aquí, la tarea que le quedaba a Alejandro Sabella , por dura que fuera para su sensibilidad, no alteraba las estructuras. Es cierto que el escándalo rondó por Ezeiza, pero con la forma de una nube rumorosa que no se convirtió en tormenta. Pero más cierto es que el gran ausente que toda lista mundialista tiene, como manda la historia, ya no estaba ni entre los 30 y se había decidido mucho tiempo antes: Carlos Tevez fue, es y será, para Sabella, lo que fue Caniggia para Passarella en Francia 98 y Saviola-Riquelme de Bielsa en Japón-Corea 2002. O, con menor clamor popular, el Verón de Pekerman en Alemania 2006 y el Zanetti-Cambiasso de Maradona en Sudáfrica 2010.

Se sabía, desde entonces, que este último tijeretazo de tres nombres iba a provocar el corte sobre futbolistas complementarios, sólo dolorosos para adentro pero sin impacto para afuera.

Ni siquiera la salida de Banega, la más sorprendente a partir de su continuidad (24 partidos en la selección, 13 con Sabella), alcanza para encuadrarse en la comparación con aquellas reacciones de hace casi tres décadas. Pero el rosarino, como Barbas entonces, supo ser socio del as del equipo (de aquel Maradona a este Messi) y compartió momentos clave con núcleo duro del grupo. Y fue perdiendo terreno con una lógica que incluye la baja de su propio rendimiento, con un fallido regreso a Newell’s que terminó exponiendo más sus carencias que sus virtudes, combinada con las cualidades de otros candidatos en su zona. Así como Otamendi (que no llegó a ser Trossero, más allá de sus 16 partidos, 5 con Sabella) perdió el lugar con la regreso a último momento de Demichelis (a lo Olarticoechea) y Sosa (¿un Russo, por su identificación con Estudiantes?) desaprovechó solo la oportunidad que tuvo de mostrarse en un equipo ganador como el Atlético de Madrid, Banega quedó relegado ante la posibilidad del Di María bis que puede ser el zurdo Ricky Álvarez y ante la recuperación física asombrosa de Augusto, un fijo del DT.

Pero, sobre todo, perdió el sitio ante uno que le llenó los ojos a Sabella, aunque sólo jugó minutos en su selección: Enzo Pérez lo sedujo como, en 1986, y a punto de embarcarse hacia México, un tal Héctor Enrique -primero suplente, después figura- había llamado la atención de Carlos Bilardo.

Fuente: Canchallena.com