Una crónica de época, extraída del libro Historia del Fútbol Argentino, publicado en 1958 por Editorial Eiffel. La curiosa prosa de Fioravanti muestra, además de recordarnos aqueros del pasado, la forma de contar que tenían los periodistas allá por la década del 50. Evidentemente era otro mundo. ¿Mejor? No necesariamente. Diferente. Préstese también atención a los maravillosos apodos de los jugadores. Para los que no lo saben, Fioravanti fue unos de los próceres de la radiofonía argentina.

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Puede que algún día el viejo cronista –que ha visto desfilar cientos de acontecimientos a lo largo de más de un cuarto de siglo– se decida a volcarlos en las páginas de un pequeño libro. Puede…

Pero mientras eso no se concreta, responde ahora al requerimiento de buenos amigos, empeñados en reflejar fiel y ampliamente la historia emocionante del deporte del pueblo. Me preguntan, por ejemplo, cuáles han sido y son los grandes arqueros del profesionalismo; y yo respondo con un punto de vista personal, pues que en materia de fútbol todas las opiniones son buenas y todas también respetables.

Llegué a Buenos Aires en el 33, y aún cuando conocía por mentas a los cracks del balompié, de allí en más pude admirarlos y dedicarles, en las páginas de diarios y revistas, y luego en la radio, mis mejores palabras de encomio, procurando ser tan veraz como ecuánime.

botasso 350 colorAquel Botasso, llamado Cortina metálica, doblegado en el viejo estadio de Racing por el cañonazo de Bernabé en un partido memorable, me pareció realmente una cortina, difícil de perforar. Por su sobriedad, destreza y aplomo, me recordé siempre al inolvidable Octavio Díaz, de época anterior.

En contraposición con él, Ángel Bosio, destacaba una elegancia y un estilo que lo hicieron inconfundible, tanto que, advirtiéndolo sagazmente, River Plate lo incorporó a su elenco de estrellas del 32, que señaló una etapa en el progreso creciente de la popular entidad y del fútbol profesional. La maravilla elástica fue bautizado Bosio, en una época en que los cronistas nos empeñábamos en que nadie se quedara sin su correspondiente remoquete, y a fe mía, que el muchacho que se había iniciado modestamente en el viejo y glorioso Talleres, no desmintió jamás a quienes lo ponderamos.

BELLO, DÍAZ, YUSTRICH…
Por aquellos tiempos llegó a Buenos Aires, desde Pergamino, uno de los arqueros más notables que ha dado el fútbol de estas tierras: Fernando Bello, Tarzán Bello, el hombre que descolgaba la pelota de los ángulos e impresionaba por su corpulencia, tipo un Rugilo actual o como el Gerónimo Díaz de las tardes de Gimnasia y Esgrima de Santa Fe y Newell’s Old Boys.

El Oso Díaz, actualmente un excelente director técnico, acompañó a Sportivo Barracas en una jira muy exitosa por Europa, y estimo que debe figurar en la galería de los más destacados guardametas que ha dado el país. Hubo quienes, en Europa, para encomiarlo, trazaron un paralelo entre él y El divino Zamora, lo que era decir…

En el período en que Bernabé –Balazo, La fiera, El mortero e ainda mais– atormentaba arqueros y volteaba muñecos de manera impresionante, El chiquito Lema, de San Lorenzo de Almagro, y El modesto Cándido de Nicola, de Huracán, resultaron frente a él figuras descollantes, hasta el punto de que éste último se ganó una medalla de oro al no ser batido en una temporada por el formidable shoteador.

Poco después vino de Rosario El pez volador, Juan Elías Yustrich, a quien yo vi realizar algunas atajadas extraordinarias, colocado elegantemente delante de Valussi y el formidable Negro Domingos Da Guía.

capuano 350También por esos tiempos descolló en la difícil tarea de custodiar los palos El suicida Ángel Capuano, que tomaba el balón con una sola mano –y qué mano–, y se arrojaba a los pies de cualquier adversario con una valentía que llegó a ser temeridad. Capuano estuvo inclusive hospitalizado como consecuencia de un porrazo tremendo recibido en una de sus tantas zambullidas.

Más humilde, pero no menos positivo fue otro pequeño, Sebastián Sirne, mascota de River, y algo más que buen suplente de Bosio. Claro está, que quedarán muchos nombres en el tintero, pues yo apelo simplemente a mi memoria, que no desea ser injusta, ni mucho menos.

Ella no podrá olvidar jamás a un hombre que considero de lo más extraordinario que se haya visto por estas latitudes: Sebastián Gualco. Este muchacho, surgido de las filas de Platense, en las que también militó Orio, pasó luego a San Lorenzo y vistió muchas veces la casaca internacional, exaltando una calidad maravillosa. Gualco, de físico privilegiado, descolló especialmente por esa cualidad que falta en muchos de sus colegas, cual es la salida oportuna, el juego fuera de los palos. En un magniífico partido internacional contra los uruguayos, librado en la cancha de River Plate, recordamos haber dicho que Gualco había emulado al ya mencionado catalán Zamora, pues esa tarde cubrió toda el área con suficiencia y brillo y hasta tuvo la virtud de dirigir a sus compañeros desde su puesto de vigía, configurando un espectáculo de plasticidad y sentido común que no podrá olvidarse…

MÁS NOMBRES EN EL RECUERDO
Contemporáneo suyo –año más, año menos– fue Juan Estrada, El hombre que ríe, según le llamamos algunos escribas. Defendiendo los colores de Boca Juniors o Huracán, este muchacho provinciano se ganó el favor del monstruo de las mil cabezas en base a su sobriedad, manos firmes y simpatía personal.

alterio 350También por entonces descollaba, defendiendo los palos que antes había cuidado Pibona Alterio –el más declarado enemigo de El cañoncito Varallo–, El inglés Isaac López, que fue como suplente de Gualco a la Copa Roca, disputada en San Pablo y ganada por el seleccionado argentino, ya dirigido por Guillermo Stábile. Nosotros, que ya andábamos en estas cosas, fuimos a transmitir con el gran colega y extraordinario relator Lalo Pellicciari.

Tampoco quiero dejarme en el tintero a El arriesgado Patrignani, a quien vi salir en camilla y volver a entrar a la cancha en muchos partidos, emparchado pero valiente y decidido en la custodia de sus palos.

Otro suicida, Héctor Grisetti, guardián de River, Banfield y Racing, obtuvo su consagración en el campeonato de campeones jugado en Santiago de Chile a comienzo del año 48. Naturalmente, por imperio de la profesión, estábamos allí, y pudimos admirar las virtudes excepcionales que lo adornaban. El cotejo final, contra el Vasco da Gama, que dominó con amplitud, dio el espaldarazo a quien luego –cosas del fútbol– no tuvo mucha suerte. Estando Grisetti en el cénit, surgía en las filas millonarias, destacando capacidad y elegancia, el paisano de Bernabé, Anadeo Carrizo, que se había iniciado en un modesto club de Rufino.

Ya estamos prácticamente en nuestros días, y quedó atrás el recuerdo imborrable del malogrado Luis Heredia, aquel muchacho de Newell’s, cordobés de origen, que marcó el precio record pagado por un arquero: 55.000 pesos al ser transferido a San Lorenzo.

El éxodo a Colombia nos llevó a otro gran exponente del que consideramos puesto más ingrato en el fútbol; es decir, nos llevó a Julio Cozzi, sucesor de los colosos y émulo de sus antecesores Gualco y Orio en prestancia seguridad.

Por fortuna, Cozzi está de nuevo entre nosotros, pero la verdad es que mientras cosechaba dólares, en nuestro prolífico semillero seguían apareciendo campeones del área. Argentina nunca tuvo, es bueno señalarlo, problemas de arqueros.

UN MATCH REVELADOR
Un partido basta, en ocasiones, para alcanzar el estrellato. Aquél que libraron españoles y argentinos en el estadio de Chamartín de Madrid, hizo que dos nombres, igualmente gratos, ganaran la consideración y afecto de los aficionados.

Hablo de Ogando y Musimessi. Durante el primer período, el quinteto hispano, aunque desordenado, destacó una pujanza y virilidad –eso que llaman furia– que pusieron en constante peligro a la ciudadela argentina.

Ogando tuvo un comportamiento maravilloso, que asombró al público de la villa del oso y el madroño, pero se lastimó en una de sus muchas intervenciones arriesgadas, y su lugar fue cubierto por Julio Elías Musimessi.

musimessi 350Nadie imaginó que el entonces suplente tuviera capacidad similar a la del titular en el puesto, pero la verdad es que El arquero cantor, empleado de entrada y hasta el final, realizó proezas y mantuvo invicta su valla, que defendieron como leones, asimismo Dellacha, García Pérez, Lombardo, Mouriño y Gutiérrez.

Pocas veces hemos paladeado una emoción tan grande, y pocas veces también, admiramos a porteros de tantas aptitudes.

Musimessi las conserva íntegramente, hasta el punto de que en el reciente Campeonato Sudamericano de Santiago de Chile, fue considerado por la crítica y los aficionados en general, como el arquero número uno de esta parte del mundo.

Como actuación sobresaliente en un partido determinado, tiene que mencionarse, necesariamente, la cumplida por Claudio Vacca (cuidapalos nocturno por antonomasia, pero muy bueno también de día) en el campo de Estudiantes de La Plata. Fue la tarde en que, integrando la tercera boquense, Rastelli se quebró una pierna. Había una multitud en el estadio chiche de los pincharratas, y a los pocos minutos del cotejo central, Severino Varela tuvo que ser retirado a los vestuarios. Con 10 hombres, Boca ganó el encuentro, pese a ser dominado con amplitud por el cuadro de la casa. La figura del field, de relieve maravilloso, fue el guardián xeneise, que hizo paradas inverosímiles, constituyéndose en la única y verdadera clave del resultado. Dijeron las crónicas, que aquel día fue San Vacca. Y lo fue, a fe mía.

QUEDAN CRACKS EN EL TINTERO
Acoto de nuevo, lo que ya expresé en un párrafo anterior de esta somera reseña. Es probable que se me queden muchos nombres en el tintero; nombres de parecido predicamento a los que han ido jalonando esta crónica, hecha a vuelo de pájaro, ayudada por una memoria, que a veces se pierde en la oscuridad del tiempo.

Vaya desde estas columnas amables, con verdadera unción, el más emocionado homenaje de gratitud para todos. No podría omitir, sin embargo, por lo menos a tres arqueros extranjeros que alternaron con los nuestros en diversas etapas del profesionalismo, conquistando afectos y aplausos: Besuzzo, de Uruguay; Soriano, de Perú, y Sergio Livingstone, de Chile.

Los dos primeros defendieron la valla de River Plate, y recuerdo un partido del año 1937, que los millonarios sostuvieron con Independiente en el estadio de la visera, en el que Besuzzo realizó proezas para contener remates de Erico, De la Mata y Sastre.

Alguien dijo, para ponderar a este crack oriental, que la famosa herradura de Núñez había dejado el hueco sobre el estuario para que sus compatriotas pudieran admirar, desde lo alto del Palacio Salvo de Montevideo, al guardián de River deteniendo más y más proyectiles.

sapo 350De El Sapo Livingstone, que es de los jugadores que perduran porque tiene verdadero concepto profesional, puedo afirmar que no tuvo fortuna en su breve incursión por el Racing de Buenos Aires. El hombre, ultrasensible, no se ambientó, porque estaba acostumbrado a jugar de otra manera en Santiago, pero fue uno de los grandes del arco en Sud América.

Quizá restaría ofrecer, como palabra final de esta sinopsis, dos palabras a otro auténtico campeón, cuya conducta tiene que servir de ejemplo a cuantos creen que un jugador de 30 años es un jugador terminado; un hombre que aún hoy, después de muchas campañas, tras haber logrado fama mundial en el campo de Wembley, sigue rayando a la altura de los mejores. Cito, claro está, a Miguel Rugilo, El león de Tigre, cuya no muy lejana proeza contra River Plate en la primera fecha del campeonato 1955, elogiada por todos, es la demostración más cabal de cuanto exponemos.

Y ahora sí, terminamos, haciendo fervientes votos para que en el futuro pueda nuestro balompié vanagloriarse justamente de seguir ofrendando a la afición arqueros portentosos a la era profesional, que es la que nosotros conocemos.

La otra, la amateur, se simboliza en arquetipos imborrables: Laforia, Isola o Tesorieri, a quienes viejos y muy caracterizados colegas han hecho pasar a la historia escribiendo sus nombres con letras de oro.