Acabo de leer la prensa catalana y me entero, de rebote, que el Espanyol ha empatado de visitante con el poderoso Atlético de Madrid del Cholo Simeone y me alegro por el buen resultado. Chusmeo la clasificación y veo que por el momento está mal ubicado en la tabla de posiciones, de la mitad para abajo, sin copas ni nada. Me entristezco. Digo: me entristezco por ellos. Porque después de haber dedicado un tiempo de mi vida a intentar comprender lo que significa ser del Espanyol en un mundo donde los colores predominantes son blaugranas, no puedo menos que alegrarme o entristecerme cada vez que el destino les tira un centro o una plancha.
La noticia revivió aquellos días en que cursaba en la Universidad Autónoma de Barcelona. Eran tiempos de aulas nuevas y por entonces sólo los colores azules y blancos se me hacían familiares, y queribles. Sentía la inquietud por saber qué significaba ser del Espanyol en momentos en los que el Barça todo lo eclipsaba: todo se definía y significaba a través del Barcelona FC.
En mi clase me tocó vivir una especie de representación estadística de lo que era futbolísticamente la ciudad de Barcelona. De los ocho amigos catalanes, siete eran culés y uno solo – resistiendo lo irresistible, con la honda de David- del Espanyol: El gran Miquel, perico de toda la vida. No fueron pocas las veces que al llegar al aula o al retirarse, el gran Miquel debió soportar los gastes y cánticos de sus compañeros culés: ¡Perico que vuela, perico a la cazuela, perico que vuela, perico a la cazuela!
Miquel solía referirse a Pochettino, el técnico del Espanyol en aquellos días, como “el sheriff”, y se ponía contento diciendo que era del mismo club que Messi: de “Neuels”, pronunciaba con su acento español, y no de “Ñuls”, como decimos nosotros. Y eso me daba mucha risa.
Entonces, en mi cabeza revoloteaba la idea de la resistencia blanquiazul. ¿Qué significaba ser insignificante? ¿Qué quería decir ser el David enfrentando al más grande Goliat de toda la historia, ya no desde lo puramente deportivo sino más bien en un sentido antropológico? ¿Qué es ser del Espanyol en Barcelona? ¿Qué es ser del Espanyol? ¿Qué simbolizan esas lágrimas que se cayeron mojando la mirada cada vez que le pregunté a cuál o a tal sobre esta significancia?
Voy a contarles una historia de lo que significa ser el otro, ser Perico.
Enero de 2012, el partido
¡¡¡Goooooooool goooooooool gooooooool gooooooool goooooooooooooooooooool!!!
– ¡El gol lo ha hecho Vladimir…!
-¡¡¡Weiss!!!
– ¡Vladimir…! – vitorea la voz del estadio.
-¡¡¡Weissssss!!!- responde rugiendo al unísono el público.
Van dieciocho minutos del primer tiempo y el Espanyol le gana 1 a 0 al Mallorca. La gente azul y blanca es feliz, gritan, cantan, tocan el bombo. Aplauden, se rompen las manos. Vienen aplaudiendo desde que van entrando al estadio y ven a sus jugadores que ingresan al campo de juego y también han aplaudido al perico gigante que hace periquerías, que interpela a la grada o juega con algunos niños. Los pericos se festejan.
Todos en este estadio – a excepción de los pocos hinchas del Mallorca y algún que otro periodista- son pericos. En la década del ’20 del siglo pasado, el dibujante Valentí Castanys, burlando a los hinchas españolistas, decidió ilustrar a la hinchada con cuatro gatos que iban al estadio. Los gatos dibujados eran la copia del Gato Perico, famoso en historietas y más conocido en otros lugares como el Gato Félix. Desde entonces, Pericos.
El metro que lleva a Cornellá es el L5, de la línea azul, que además de llevar el azul por nombre, también lo lleva por dentro: todos sus vagones son azules y blancos, los colores del Espanyol. La última parada es la de Cornellá centre. Las calles aquí son callecitas. Camino casi quince cuadras con la emoción del hincha de Talleres en las inmediaciones de La Boutique hasta la explanada que precede al coliseo: un moderno e impactante estadio al estilo inglés con capacidad para poco más de 40 mil personas. Está diseñado para que cada aplauso, silbido o abucheo retumbe y aturda cada tímpano rival. Desde las gradas se puede escuchar hasta el impacto del botín en la pelota o en alguna pierna escurridiza. Hoy, el estadio que se inauguró en el 2009, estará lleno en un 60 por ciento, pericos más pericos menos. Desde afuera es una belleza azul y comienzo a comprender por qué fue premiado como mejor instalación deportiva del mundo en el 2010: “The Stadium Business Awards”. Es temprano y los pericos más puntuales comienzan a revolotear por su nido.
Jorge tiene sesenta y chirola, y atrás de sus lentes unos ojos azules intensos. Dudo que la mirada nostálgica con lágrimas que se asoman sea por el frío húmedo del día. Lo que le pasa es que me está hablando de su amor, de lo que significa ser del Espanyol. Tiene una gorra de Gilligan y encima de todos sus abrigos una camiseta del Espanyol estirada más allá de sus límites, muy vieja y para nada oficial.
-Ser perico es un sentimiento único, una cosa especial. En una ciudad en donde todo el mundo es del Barcelona, ser del Espanyol te da un carácter especial, no sólo para el fútbol sino también para la vida. Estamos acostumbrados a sufrir y por eso las pequeñas cosas para nosotros son grandes victorias- dice Jorge con la lágrima inminente. Y continúa con que el orgullo es aguantar, resistir, sobre todo la presión de tener en frente a un equipo tan grande, y nosotros sin conseguir grandes triunfos… y la gente sigue viniendo…
Y la gente sigue cantando y gritando después de que Weiss aprovechara un choque entre el defensor y el arquero mallorquín que dejó a sus pies la oportunidad de hacer el gol con un zurdazo cruzado a la red.
Adentro de la algarabía y a mi lado reventando de felicidad está Alex, uno de los primeros hinchas que hoy entró al estadio. Con 17 años, campera inmensa que lo cubre del hastío invernal y una cresta a lo CR7, dice que la esencia de ser perico es la emoción que se siente.
-El Espanyol es un club más personal, un sentimiento más íntimo, diferente, no sabría decirte exactamente. Ser del Barça es siempre ganar. Nosotros a veces podemos ganar a los grandes y otras perdemos contra equipos como el Mirandés. Es un poco controversia, digamos.
La música sigue reventando por la voz del estadio y a mí me queda en la cabeza la palabra controversia y el frío de enero que cala en el alma y hace arrugar la mirada un poco más de lo habitual.
Del Mallorca vinieron algunas decenas y su ¡Ma- llor- cá! no se escucha más allá de unos pocos metros, los pericos los tapan. Las dos pantallas del estadio van marcando la hora y el resultado. Minuto 21 y el lugar se hace aplauso durante sesenta segundos. Los pericos con sus pieles erizadas conmemoran al número 21, el gran capitán Dani Jarque.
En la pretemporada del 2009 y a los 26 años, Jarque sufrió un ataque al corazón que acabó con su vida. La afición tiene un sentimiento muy particular con la historia de Jarque, jugador que hizo toda su carrera en el club desde los doce años. Para siempre quedará en el recuerdo aquella imagen de la final del mundial del 2010, cuando Iniesta festejó el gol que le dio el campeonato a España sacándose la camiseta y dejando ver que debajo llevaba escrito: Dani Jarque siempre con nosotros. Fueron amigos desde chavales, cuando las selecciones inferiores los tenían en el mismo equipo: “La amistad con Dani me hizo vivir la rivalidad Barça-Espanyol de manera diferente”, supo decir Iniesta, que con aquel festejo se ganó la ovación de los Pericos cada vez que pisa el estadio de Cornellá.
Desde hace una semana Jarque también es el guardián gigante de bronce en la puerta 21 del estadio: homenaje al ídolo. Jarque, su historia y su final, pareciera que es otro de los símbolos de lo que significa ser Perico. La fatalidad, lo inexplicable. Lo injusto. Lo extremo, como la muerte. Como la vida.
-¡¡¡Alé Espanyol alé alé, Alé Espanyol alé alé!!!-cantan y saltan los Pericos detrás de uno de los arcos donde se anima a alentar al resto del estadio. Allí se ubica la banda de La Curva: algo parecido y diferente a lo que nosotros llamamos la barrabrava. Tienen un bombo y hay muchas banderas colgando de la grada. Cantan todo el tiempo y alzan sus bufandas albiazules con las dos manos, como hacen las hinchadas europeas.
– ¡Espanyol oé oé!
Y desde la grada de enfrente, haciendo eco:
– ¡Espanyol oé oé!
Así tres veces, hasta que La Curva remata:
– ¡Puta Barça oé oé!
Y enfrente:
– ¡Puta Barça oé oé!
Finalmente se funden en un aplauso, brindándose un reconocimiento a ellos mismos, de grada a grada. Los miro, los escuchó, los comparo con mis experiencias en canchas argentinas. Pienso en clásicos similares. No se me ocurre alguno que represente tanta diferencia como la del Espanyol y el Barça. Los albiazules nunca ganaron una liga, nunca jugaron la Champion, estuvieron cuatro temporadas en la B. Sus mayores logros deportivos fueron un par de Copas del Rey y poco más. La diferencia en el historial de sus enfrentamientos es abismal a favor de los blaugranas, algo así como 113 a 43 según Wikipedia. Nunca jugó un Maradona, un Messi o un Ronaldinho, sólo un Di Stéfano pero ya en sus años grises, retirándose. Bueno, y del Barça ya saben.
Pienso ¿a tanta diferencia deportiva la compensarán con la pasión? ¿Con el grito de guerra constante? ¿Eso es lo que hacen sintiendo como sienten? ¿Compensar?
De repente escucho una canción desde La Curva que me hace sentir más cerca de una hinchada argentina. No llego a descifrar la letra, pero ese ritmo…sí, te saqué: la Lambada. Me pongo contento y los observo. Al rato vuelvo a reconocer otro ritmo, pero no lo puedo creer… agudizo el sentido auditivo hasta el tope. ¡Sí! ¡El Beso a beso de La Mona Jiménez! ¡Qué grande! (bastante tiempo antes de que se descubriera que los del Real Madrid cantaban la misma canción).
42 minutos y una contra del águila a favor del Espanyol, lo agarran a Thievy, se enreda y cae.
-¡¡¡Fuera fuera fuera!!!
Tarjeta amarilla, nada más. Entre los insultos y ajetreos de los hinchas hay uno que murmulla: …si fuera Messi… Como cuando caía el Diego Garay en La Boutique y se escuchaba… si fuera Ortega…
Fin del partido y ganamos uno a cero. Revientan de felicidad.