La leyenda de Tittyshev tiene todos los ingredientes de esas historias que tanto nos gustan en Un Caño. Podría ser uno de esos melancólicos relatos con el sello de Nick Hornby, condenado a convertirse en argumento de otra de esas comedias románticas que tan bien filman los ingleses para que las programe Telefe, obsesivamente, todos los sábados a la tarde durante años.
Sin embargo, es una historia real.
Lo que le pasó a Steve Davies -ese fabuloso sueño, con el que todos alguna vez fantaseamos- tiene un certificado de garantía que lo libera de cualquier sospecha de falsedad a pesar de lo inverosímil de la anécdota: está fotografiado.
Las apenas tres imágenes que con británica austeridad capturó el fotógrafo oficial del West Ham, Steve Bacon, desmoronan cualquier intento de rebajar a mito o leyenda urbana, lo ocurrido aquella tarde de julio de 1994 en el campo del Oxford City.
Son, esas tres fotografías, el cimiento sobre el que se construye el carácter documental del impecable trabajo de investigación que realizó el periodista Jeff Maysh. Si ellas no existieran -el pobre Davies, al día siguiente de su tarde inolvidable, lo padeció en el pub- nadie daría crédito a la historia.
De no haber contado con esas fotos, los realizadores apenas hubieran podido hilvanar una serie de testimonios, corriendo el riesgo de que los incomprobables testigos presenciales pudieran tergiversar, recitando imprecisiones, los pormenores de lo sucedido.
Las tres fotos funcionan como perfecta síntesis de la sucesión de las encantadoras insensateces que coincidieron aquella tarde. Funcionan como la maqueta de una puesta teatral. Primer acto, Redknapp reprocha a Davies que está insultando en las gradas; segundo acto, Redknapp manda al campo a Davies y tercer acto, Steve Davies mezclado entre los verdaderos futbolistas, participa del partido.
Las tres imágenes nos recuerdan -en tiempos de Instagram, fotos pretenciosamente artísticas y selfies- que la propiedad intrínseca de la fotografía como herramienta, y tal vez su único valor diferencial sigue siendo su poderosa capacidad para detener el tiempo.