Desde lo alto, Thomas Tuchel lo vio con claridad. En una pretemporada, caminó con el plantel de Mainz 05 hasta la cima de una pequeña montaña en los Alpes suizos para ver el amanecer. Ahí mismo tomó la decisión de dejar el equipo. Era 2013 y a lo lejos se veía al Bayern de Guardiola. En donde estaba, no había más lugar para elevarse.
Esa fue su última temporada en Maguncia. “No podía ver como reinventarnos una vez más el verano siguiente”, explicó. Tenía casi 40 años y había pasado un lustro exitoso con un club modesto, dos veces clasificado a la Europa League, pero sabía que para seguir mejorando era obligatorio moverse.
“Tuchel construyó su éxito en su deseo de innovar y experimentar”, dice The Guardian. Después de mucho insistir para que Mainz lo liberara, consiguió terminar su contrato. Rechazó varios ofertas en la Bundesliga y se tomó un año sabático, al mejor estilo Pep.
Se pasó mitad de 2014 y de 2015 mirando otros deportes colectivos por buena parte de Europa, visitó al dueño de Brentford, fanático de las estadísticas, para entender el moneyball futbolero que aplica en su club y se interiorizó en las teorías de aprendizaje diferencial del profesor Wolfgang Schöllhorn, que afirman que los deportistas no aprenden por repetición sino adaptando su técnica, de forma intuitiva, a una continuidad de problemas. Esas ideas fueron adoptas a principio de siglo por Paco Seirullo, DT en las Juveniles del Barça y uno de los mentores de Guardiola.
Todos los caminos conducían a Pep y Pep atrajo a Tuchel hasta Múnich. Thomas se instaló en la capital de Baviera, aprendió castellano y se hizo amigo de Guardiola. Incluso, cuenta El País, adoptó gestos y palabras del DT al que admira. Esos encuentros entre ambos, dicen el periodista Diego Torres, se hicieron conocidos en Alemania como la Batalla del Schummann’s.
El nombre se lo debe al tradicional bar muniqués donde Tuchel y Guardiola alargaron varias veladas discutiendo sobre fútbol. “Pep demostró que podemos ganar jugando bien al fútbol, e incluso que jugar bien quizás sea necesario si lo que queremos es ganar”, afirmó alguna vez. La cuestión es ¿cómo jugar bien? En ese debate se enfrascaron ambos entrenadores.
Para evitar que el tiki taka que popularizó el Barça se ponga feo, obsoleto, el alemán y el catalán intentan reformularlo. “Guardiola se interesó por convertir las transiciones de ataque-defensa y defensa-ataque en el nuevo paradigma”, dice el artículo de El País. El Tiki-Tuchel, como se lo llama en Alemania, “apostó por redoblar el ritmo: la velocidad y la frecuencia a la que cada jugador se mueve en sincronía con sus compañeros”, agrega.
El cambio es todo en la filosofía de Tuchel. Su obsesión actual es que sus jugadores ocupen con naturalidad varias posiciones en la cancha durante la misma acción. “Quiere que Aubameyang juegue en la cuadrícula del lateral izquierdo, en la del interior derecha y en la del nueve sucesivamente. Su plan es gestar la jugada generando líneas de pase que desmadejen al equipo contrario y así llegar a los últimos metros con más claridad”, ejemplifica el reportero argentino radicado en Madrid.
El estilo de este Dortmund, no tan vertiginoso pero más técnico y versátil que el de Kloop, también demanda de sus jugadores un gasto físico extremo. “Los esfuerzos máximos son tan prolongados, en torno a los 30 segundos, que a veces los jugadores traspasan el umbral de aparición del ácido láctico”, detalla el artículo español.
Las limitaciones, físicas, psicológicas o las que fueran, son el motor de la ideología de Tuchel. Las dificultades son una motivación, la fuerza que lo conduce. Lo fueron durante toda su vida. Como futbolista apenas pudo jugar ocho partidos en Segunda con la camiseta de Stuttgarter Kickers y luego unas temporadas en Tercera con SSV Ulm. Mientras, estudió Administración de Empresas por dos motivos: “quería que mi mamá durmiera mejor” y “quería probarme que podía usar mi ambición para alcanzar algo que no estuviera vinculado al fútbol”.
“Pep Guardiola demostró que podemos ganar jugando bien al fútbol, e incluso que jugar bien quizás sea necesario si lo que queremos es ganar”.
A los 24 años una lesión crónica de cartílago en la rodilla terminó con su incipiente su carrera. Poco después, Ulm subió hasta la Bundesliga. “Fue algo duro de tragar, perderme de cumplir el sueño de mi vida”, admitió. Pero no se lamentó ni se hizo administrador. Dos años más tarde, Tuchel ya estaba de nuevo en el mundo del fútbol. Ahora, como DT del Sub19 de Stuttgart.
Luego, pasó por las Inferiores de Augsburg, el club donde surgió, y en 2009 asumió como técnico de Mainz 05, recién llegado a la Bundesliga, tras un año con los Juveniles. En su segunda temporada, ganó los primeros siete partidos, incluido un triunfo ante Bayern en Múnich. El equipo terminó 5to y fue una sorpresa constante.
En Mainz 05 las diferencias de jerarquía motivaron su trabajo. “Tuvimos que inventar nuevas ideas por que sabíamos que éramos inferiores como equipo”, explica Tuchel. Con Dortmund se trata de empujar las fronteras un poco más. Apuntar a lo más alto y ver si es posible igualarlo. “Bayern ha sido el modelo a seguir por años. Cada tres días arrancan de nuevo, se fijan el estándar más alto y constantemente lo cumplen. Tenemos que encontrar nuestro propio tiempo y nuestros propios límites”, propone.
Sus extraños entrenamientos, que él mismo organiza cono por cono, se basan en esa filosofía perfeccionista y en las teorías deportivas de Schöllhorn. A veces, las canchas tienen forma de rombo, para que los jugadores corran en diagonal hacia los arcos en vez de lateralizar. En otras ocasiones, los futbolistas practican sobre terrenos resbaladizos, muy estrechos o muy anchos, los hace controlar la pelota con las rodillas antes de pasarla, o exige a los defensores que lleven pelotas de tenis en las manos para evitar que agarren a los rivales.
“Al principio nos preguntábamos que tenía que ver todo eso con fútbol pero nos dimos cuenta rápido de que servía”, dice Neven Subotic. “Algunos ejercicios duraban dos horas y media. Pero como siempre cambian no parecía tanto”. Cuanto más complejo es el entrenamiento, más novedoso y demandante para el jugador, más simple y relajado actuará en el partido. Esa es la idea que subyace bajo el inconformista modelo Tuchel.
La clave está en convencer a los futbolistas. Que crean en lo que hacen y en porqué lo hacen. “Ningún chico empieza a jugar al fútbol para defender, veo esa felicidad infantil en los ojos de mis jugadores”, dice Tuchel. La pelota es el elemento central de esa alegría. “Desde el principio me di cuenta que disfrutan teniendo la posesión y jugando el balón. La pelota es una herramienta para hacernos sentir más cómodos”, agrega.
Con la pelota en los pies, con ganas de correr para recuperarla y con la motivación constante de ser un poco mejores, de una forma diferente, Tuchel logró convencer a un Dortmund desapasionado de que estaba en condiciones de ser el mejor. O, al menos, de intentarlo. Esa esa la única forma verdadera de crecimiento. Ahora, una vez más, buscan llegar a lo más alto. El cielo es el límite.