El hincha argentino genuino tiene (tenemos) muchos defectos. La mayoría relacionados con la ceguera que provocan los sentimientos potentes, pero también hay otros que tienen que ver con la manera de relacionarse en nuestra sociedad. Para dar dos ejemplos, es tan irascible como egoísta. Y aunque generalizar es peligroso y siempre arroja resultados falsos, sí se pueden marcar estas características de la masa. Ahora bien, lo que jamás se le puede decir al hincha argentino es que juega en contra de su equipo. Ni consciente ni inconscientemente. Nunca jamás perjudica a sus colores. Con la excepción del “hincha” actual de la Selección.
Desde hace algún tiempo, el simpatizante que va a la cancha a ver al combinado nacional se convirtió en un enemigo del equipo. Se queja de todo, no alienta, no embellece la tribuna, insulta al menor error y ni siquiera entiende el juego. Esto se hace todavía más fuerte en Buenos Aires. Las razones son varias y seguramente aquellos que pagan su entrada lo hacen sin querer, pero hoy son un problema más entre los muchos que tiene la Albiceleste.
A la Selección ya no van a verla los hinchas más fieles de los clubes. No la sienten propia. Casi ninguno de los integrantes del equipo juega en el medio local y eso le quita identificación. Hasta la década del noventa, la mayoría de los futbolistas seleccionados jugaba en el país, lo que hacía más fuerte la comunión con los hinchas. Hoy, tienen suerte si los vieron dos años con la camiseta de su club. Entonces, la Selección se convierte en algo lejano. Casi ajeno. Y los que van todos los sábados y los domingos a los estadios de todo el país deciden no gastar la fortuna que vale una entrada de Eliminatorias.
Pero el Monumental siempre está lleno para ver a Argentina. Lleno de gente que va a la cancha como podría haber ido al teatro, al cine o a la casa de la suegra. Y, aunque algunos digan que el fútbol es un espectáculo como cualquier otro de los muchos que se pueden disfrutar en la noche porteña, todos sabemos que lejos está de eso. Los vecinos que colman el estadio de River van a ver los cinco goles de Messi, como la noche anterior vieron a Darín. El problema es que Darín actúa sin rivales y a Messi lo marcan. Algunos no lo saben.
Llevan banderas con mensajes individuales como por ejemplo “Icardi hoy brillás” o “Messi sin vos no somos nada”. Consignas que nada tienen que ver con el aliento futbolero. No cantan ni siquiera el para muchos conocido “sí se puede”. Están más pendientes del celular que del partido y ni siquiera se preocupan por el cotillón. Si por lo menos imitaran a los colombianos, que tiñen las plateas de amarillo. En el Monumental casi no hay camisetas celestes y blancas.
No iban veinte minutos del primer tiempo cuando aparecieron los primeros murmullos ante un pase atrás -que era lo que pedía la jugada-. Eso se hizo todavía más fuerte en el segundo tiempo, cuando el equipo ayudó a los reclamos con su mal juego. La hinchada nunca alentó. Siempre se comportó como una especie de cliente al que no se le dio lo que fue a comprar. Hasta hubo aclamaciones ante faltas de jugadores propios. Esto es por ignorancia de las buenas costumbres en una tribuna, claro está.
Entonces, los hinchas de la Selección, desde hace un buen tiempo, juegan en contra de los jugadores. Y la influencia de esto se hace aún más grande por los claros problemas anímicos que muestra Argentina ante cada partido importante. Este grupo de jugadores extraordinarios que ha llevado a la Albiceleste a instancias definitivas de todos los torneos, falló en las finales porque no sabe lidiar con la presión. Tiene miedo. Pavor. Y ese miedo encuentra en la impaciencia y en el desconocimiento de los hinchas un combustible infalible.
Al final del partido, con el insólito empate contra Venezuela consumado y con la posibilidad cierta de no clasificar a la Copa del Mundo de Rusia, la hinchada silbó al conjunto y ovacionó al capitán. El “Messi, Messi” tímido de algunos fue una especie de nueva versión del “Maradó, Maradó” que fue grito de guerra durante los momentos de vacas flacas. Después, todos se fueron caminando tranquilos, riendo y comentando la película.
Estas líneas no tienen como objetivo transformar al público en responsable del fracaso, desde ya. La Selección empató contra Venezuela porque no fue contundente en el primer tiempo y porque jugó muy mal en el segundo. La frialdad de la hinchada es uno de los menores problemas de la actualidad, pero es algo que queda muy claro cuando se va a ver a Argentina. Hoy, este equipo no puede darse el lujo de tener una hinchada que “juegue” en contra y acreciente sus miedos. Hoy, cualquier ayuda será bien recibida.