Un periodista amigo investigó como se debe y escribió una larga crónica sobre el origen de Lionel Messi en la Selección Argentina. La muy buena Revista Anfibia publicó una versión reducida de esa investigación, y nosotros decidimos publicar el texto del colega completo, en entregas semanales. Hoy les entregamos la tercera: Díganle Mecci. 

Acá pueden leer la Parte I: Un VHS en el hotel.
Y la Parte II: La ruta del video M.


El fax con el membrete de la AFA se imprimió en las oficinas del Fútbol Club Barcelona. Era abril de 2004 y, por primera vez, un documento oficial ponía en palabras concretas que sí, que la selección argentina de fútbol quería ponerle la camiseta celeste y blanca al pibe que España tironeaba para su lado. Se trataba, ni más ni menos, de una citación para junio a entrenarse en Ezeiza. No fue fácil para el empleado del club catalán que recibió la nota decodificar el mensaje, a pesar de la sencillez de la carta: en ella se nombraba a “Leonel Mecci”. Lo que puede parecer una burrada tal vez no lo haya sido tanto, puesto el error en perspectiva: por esos días, al pie de una foto del argentino, el prestigioso diario catalán La Vanguardia lo mencionaba como “Leonardo Messi”.

messi_irma_montiel_TELAM_3_DCHALa primera reacción del Barcelona al fax, en una respuesta firmada por el dirigente Josep Colomer, fue negarse, aduciendo que Messi, y no Mecci, debía disputar en esa fecha partidos por la Copa Su Majestad El Rey juvenil. Pero se impuso el criterio de la AFA, y cuando llegó el momento se confirmó el viaje de Lionel, un perfecto desconocido en su propio país. Paralelamente, la AFA buscaba darle forma al partido amistoso que le diera un valor documental a la presencia de Messi de este lado del Atlántico; una serie de entrenamientos serían lo mismo que nada, a ojos de la FIFA.

El viernes 25 de junio de 2004, Messi hizo lo que nunca: entró al predio de la AFA en Ezeiza, un lugar que sólo había visto un par de veces desde la autopista, camino al aeropuerto. El día anterior, Lionel había cumplido 17 años. “Llegó y nos abrazamos”, recuerda Lautaro Formica, en esa época defensor juvenil de Newell’s, donde había compartido equipo con Messi. Formica cuenta el episodio con un tono cálido, y se esfuerza por ser lo más exacto posible; atiende la llamada desde Grecia, donde juega para el Asteras Trípoli. En la charla, se permite una digresión: dice que hace un año se tiró al mar, en un día de descanso del equipo, y al caer mal sobre un banco de arena se rompió la segunda vértebra cervical. Ahora, ya repuesto de la fractura y de los miedos a no volver a tocar una pelota, lucha por recuperar su lugar en el fútbol. “Siempre se habla de la timidez de Leo, pero se integró bien al grupo. No es verdad que no hablaba. Le gustaban los chistes, como a todos”, ventila. Formica y Ezequiel Garay, en todo caso, fueron la guardia pretoriana del recién llegado: Garay también conocía a Messi de Newell’s; los tres son rosarinos.

Hugo Tocalli recibió al nuevo en su oficina del predio. Y allí hablaron por primera vez, después de tantos amagos. Nada de largas parrafadas ni discursos pomposos: un recibimento cordial y a trabajar. Lionel le volvió a decir que siempre había querido jugar para la selección argentina. Se le empezaba a cumplir el sueño.

Salieron al campo a entrenarse y el zurdito confirmó rápido que su fama no era un cuento catalán. Aceleraba y pasaba, gambeteaba y pasaba, siempre pasaba. Cierto es que tal vez a los otros les dolían un poco las piernas: dos días antes, esa selección sub 20 a la que Messi venía a sumarse había jugado un primer amistoso en Asunción ante Paraguay, en la cancha del humilde 12 de Octubre. El partido había sido el primero de la serie de dos que había concertado la AFA con los guaraníes; todo lo que importaba era el segundo en realidad, en Buenos Aires, en el que Messi quedaría blindado para siempre. Lo curioso es que los paraguayos no tenían armada una selección sub 20, así que se presentaron las dos veces con una formación sub 22. Dando ventaja de edad, los argentinos habían rescatado un 2-2 de visitantes. Puro cotillón.

Señales

El día que Messi iba a debutar en la selección argentina, Clarín destacó en su tapa: “Una misión espacial entrará por primera vez en la órbita de Saturno”. Nunca se sabrá si se trató de una metáfora cifrada, pero tal vez otras señales resulten más sencillas de asociar; la primera es que el partido se jugó el martes 29 de junio, fecha aniversario del último Mundial ganado por Argentina: México ’86. El escenario fue el estadio de Argentinos Juniors, reinaugurado seis meses antes y bautizado Diego Armando Maradona, el nombre más repetido en las efemérides del día. Más: el propio Maradona había debutado en Primera en esa misma cancha, jugando para Argentinos contra Talleres de Córdoba, el 20 de octubre de 1976. Esa tarde Maradona había sido suplente, como lo sería Messi 10.114 noches después; los dos, separados en el tiempo, entrarían en el comienzo del segundo tiempo. Y con ellos en la cancha sus equipos atacarían para el mismo arco, el que se levanta a solo diez metros de la vereda de la calle Juan Agustín García.

Si Messi hubiese aterrizado en la selección una temporada antes, o dos, o tres, el juego de coincidencias con el mundo maradoneano no hubiera sido posible: el estadio de Argentinos había estado cerrado durante 22 años, hasta su reapertura en diciembre de 2003.

famosos-amistoso-sub-paraguay-messi_oleima20130903_0085_14El lunes, un día antes del partido, Gabriel Brazenas recibió un llamado en su casa: era un empleado de la AFA, que le preguntó si estaba disponible para dirigir 24 horas más tarde un amistoso entre juveniles de Argentina y Paraguay. Le sonó raro: las citaciones a los árbitros para partidos internacionales suelen hacerse con dos semanas de anticipación. Diez años después, Brazenas recuerda muy bien los detalles que rodearon al acontecimiento, pero no es tan sencillo acceder a los datos de su memoria; sólo afloja la sequedad de su tono cuando comprueba que el periodista, igual que él, no quiere hablar del partido que le cambió la vida, sino de uno cinco años anterior.

Porque su nombre quedó marcado en rojo el 5 de julio de 2009, cuando Vélez le ganó el título a Huracán en la última fecha del torneo Clausura con un gol polémico cerca del final. Para los hinchas de Huracán, que todavía reclaman por esa jugada y otras del mismo partido, la ecuación no admite vueltas: Brazenas no los perjudicó, los robó. Estigmatizado y con varias amenazas de muerte encima, el árbitro no volvió a dirigir un partido oficial. Se gana la vida trabajando en la empresa de su hermano y, cada tanto, jugando a ser árbitro en partidos que organiza –y protagoniza, sobre todo– Daniel Scioli, en su rol de gobernador-futbolista vestido de naranja.

“Cuando me designaron, me aclararon que debía llevar sí o sí planillas de la FIFA para registrar el partido. Me llamó la atención porque en esa clase de amistosos a veces ni siquiera se deja algo escrito”, empieza a ejercitar su memoria, ya metido en el microclima de aquel Argentina-Paraguay. Brazenas, que nunca había dirigido en el estadio de Argentinos Juniors, era un árbitro categoría FIFA, otro dato imprescindible para que el carácter oficial del partido quedara a resguardo. “Cuando llegué, el comentario era que en el segundo tiempo iba a entrar un chiquito muy bueno”, condimenta el relato.

La misma información tenía Mario Quinteros, el fotógrafo que Clarín envío a La Paternal para cubrir el partido. Sus fotos saldrían al día siguiente en el diario y en Olé, el periódico deportivo de la empresa. Quinteros llegó a la cancha con una orden explícita de su jefe: “El partido no importa, importa el pibe. Se llama Messi.” Con ese dato, decidió que no valía la pena esperar a que el chico entrara a jugar y antes del comienzo del partido lo fue a buscar al banco de suplentes. Se acercó y recorrió con su mirada las caras de todos los muchachos, sin tener idea de cuál era su presa. Entonces preguntó, mirando al grupo: “¿Quién es Messi?”. Uno adelantó su cuerpo: “Soy yo”. Quinteros se enorgullece del resultado: “Salió sonriendo, inclinado para que yo lo identificara.” Esa foto, y todavía más las que le sacó en el partido, son cíclicamente pedidas al archivo de Clarín por medios de todo el mundo. Quinteros sabe, como buen fotógrafo, que tuvo la pizca de suerte que se necesita en esas situaciones que aparentan nada y son todo; en su caso, el pase de magia que lo favoreció lo dio el único colega suyo que también estaba en la cancha, que decidió irse durante el primer tiempo. Y se perdió el debut de Messi.

PARTE IV: El 17.