Hacia fines de 1965 la selección argentina se había clasificado para el Mundial de Inglaterra bajo la conducción de José Minella, un veterano entrenador de la escuela riverplatense que sin muchas luces y sin convencer, logró pasar la serie eliminatoria enfrentando a Bolivia y Paraguay.
Argentina venía de dos sonados fracasos en los Mundiales de Suecia 58 y Chile 62 y las autoridades de AFA no confiaban en que Minella, a quien consideraban “El Pasado”, pudiera hacer un buen papel en Londres. Se abocaron entonces a la tarea de contratar un entrenador “Moderno”, que tuviera “Laboratorio” como se decía en ese entonces, cuya tarea fuera algo más que citar a los convocados el día previo a los partidos, armar un picadito y repartir las camisetas.
Un peso pesado de los dirigentes de AFA, el presidente de Banfield, Valentín Suárez, logró imponer en el cargo a un joven entrenador al que conocía de su club: Osvaldo Zubeldía, quien en 1960 había quemado sus últimos cartuchos como jugador en la Primera B defendiendo al equipo del sur, al mismo tiempo que hacía su primera experiencia como técnico dirigiendo a Atlanta en Primera División. En el momento de su nombramiento en AFA entrenaba a Estudiantes de La Plata y, cosas de la época, siguió haciéndolo mientras dirigió al seleccionado nacional.
Osvaldo Zubeldía, a sus 38 años, tenía chapa de “estudioso”. Había escrito junto a otro entrenador, Argentino Geronazzo, el libro Táctica y Estrategia del Fútbol. En Estudiantes imponía toda una novedad: el doble turno para los entrenamientos. Practicaba hasta el cansancio corners con pierna cambiada al primer palo, buscando un hombre que peinara la pelota. Años más tarde la frase “dos cabezazos en el área es gol” se convertiría en una máxima del fútbol argentino. Asignaba mucha importancia a la preparación física, exigía responsabilidades de marca a todos los jugadores, intentaba mecanizar jugadas. Daba perfectamente el perfil de modernidad que pretendían los dirigentes. Representaba la antípoda de Minella y de la vieja escuela.
Para asumir el cargo Zubeldía planteó una serie de condiciones que hoy resultan elementales, pero que eran de avanzada para la época: un preparador físico, un cuerpo técnico, un médico. Un lugar de concentración. La disponibilidad de los jugadores convocados durante toda la semana, cediéndolos a sus equipos sólo los miércoles y los días de partidos. La prohibición de que lo jugadores convocados participen de las giras de sus clubes y de los partidos de Copa Libertadores. Un programa de encuentros internacionales para el seleccionado. Un contrato “de aquí hasta Londres” para él y sus colaboradores. En principio todas las exigencias fueron concedidas. Incluso se aprobó que Antonio Faldutti -en ese momento DT de Platense y luego de Independiente- se sumara a la conducción del equipo nacional y formara una dupla técnica con Zubeldía.
El primer compromiso que tuvo que asumir la dupla Zubeldía-Faldutti, fue un partido frente a la Unión Soviética del legendario Lev Yashín que ya estaba acordado desde la administración anterior. Se jugó en cancha de River la noche del 1 de diciembre de 1965 y fue empate en un gol. Los argentinos empezaron mal, repuntaron y terminaron bien. “Otro espíritu” señalo el periodismo. La poca gente que asistió salió bastante contenta. Tras el debut, Zubeldía comunicó a los jugadores convocados que el trabajo se reiniciaría el 1 de febrero en la concentración del Colegio Ward de Ramos Mejía. Les dio instrucciones sobre lo que debían hacer durante las vacaciones de enero. Tipos de comidas, tóxicos, recomendó libros, ejercicios, vida de relación, vida sexual y horas sueño.
De vuelta al trabajo, además de los ejercicios de fútbol, las jugadas preparadas y las tácticas pergeñadas, llamó rápidamente la atención al periodismo las originales rutinas que se llevaban a cabo durante la concentración ordenadas por Zubeldía: a las ocho de la mañana el preparador físico Juan Carlos Cutrera, utilizando como despertador un acordeón a piano o una quena, pasaba por las habitaciones de los jugadores invitándolos a dar inicio a la jornada. Para evitar la formación de grupos aislados se les pedía a los jugadores que alternaran en cada comida sus posiciones en las mesas. El jugador al que le tocaba la cabecera era el encargado de servir a los demás compañeros. Por las tardes, después de la siesta y antes del trabajo en el campo, tomaban lecciones de inglés dictadas por profesoras del Instituto. En una de las primeras clases, al ensayar las presentaciones de saludo, el segundo entrenador lanzó: “I am Antonio Faldutti, from Argentina, mucho gusto”. Cutrera y su ayudante, el profesor Jorge Daguerre organizaban pequeñas obras de teatro para que representaran los jugadores en los jardines del colegio. En una oportunidad al mismísimo Zubeldía le tocó el papel de Caperucita Roja y aflautando la voz recitó aquello de “¡Qué dientes más grandes tienes!” ante la algarabía de sus dirigidos. Otra actividad que causó sensación entre los concentrados fue la creación de un periódico mural en el que quedaba constancia de algunos poemas, fruto de la de dudosa inspiración de los jugadores. Basta un ejemplo: “Lallana, morocho pillo; Perfumo tipo castaño. Malbernat que es amarillo, los mira con desengaño”.
La idea era trabajar divirtiéndose. Se organizaban picados de defensores contra delanteros y el equipo ganador se llevaba de premio bebidas gaseosas, bolsas de caramelos y una caja de bombones. En esos partidos oficiaban de árbitros los integrantes del cuerpo técnico portando baldes de plástico en sus cabezas a manera de escafandras.
La creatividad de Zubeldía se manifestaba también en algunas ideas que no pudo concretar, como la de cambiar el uniforme y que los jugadores usaran medias amarillas en los partidos nocturnos, para facilitar la identificación de los compañeros del jugador que llevara la pelota.
Fue lindo mientras duró. Pero duró muy poco: tras tres partidos amistosos (victoria 2 a 1 frente a Botafogo; victoria 4 a 2 sobre Eintracht Franckfurt , y derrota 1 a 3 ante el mismo rival) el vanguardista Zubeldía y su cuerpo técnico, ante presiones de los impacientes dirigentes del fútbol argentino, renunciaron a sus cargos sólo tres meses después de haberlos asumido.
Fueron reemplazados por Juan Carlos Lorenzo, que ya había dirigido al seleccionado -bastante mal, por cierto- en el Mundial de Chile y que, entre otras excentricidades, le hablaba en italiano a sus jugadores: “…¡Rattin!, lascia il pallone qui…”