Arqueros eran los de antes.

Hoy la moda es elogiar a los que se paran en el arco, hacen dos pavadas, pegan tres gritos y ponen cara de malos para la repetición. Yo entiendo, los medios se quedaron sin letra en estos dos días sin partidos y juegan al vale todo: si hasta nos quieren hacer creer que el alemán Neuer barre mejor la defensa que Beckenbauer.

Si será intenso el bombardeo de la tele que ayer el Ruli Sandoval, un correntino que pernocta como yo en “Saudade”, la pensión de Brasil, me lanzó a la pasada con aire catedrático: “Qué bien despega Howard cuando va a los costados, cuánta repentización”. En sus manos asomaba la guía del Mundial de la revista France Football, abierta en la página de Estados Unidos. No lo quise apurar al Ruli, pero juraría que no sabe si Howard es calvo o melenudo. Pero así somos. Repetimos como loritos lo que nos venden.

No hablo de los muchachos de Un Caño, claro, capaces de descolgarse ayer con una nota sobre el comienzo de la Champions League en una cancha de Gibraltar, ideal para combatir la fiebre mundialista. Y en honor a esa mirada lateral quise meterme en serio con este temita de los arqueros, eje de las loas mediáticas más grandes. Así que, un poco para bajar el suculento guiso que nos hicimos en la pensión, ayer a la tarde salí a caminar para encontrarle una vuelta de tuerca al asunto, un enfoque original. Quería pensar. La opinión de Fillol la descarté de antemano, sabía que me iba a hablar de Yashin, el soviético ese difícil de encontrar en Youtube; del Loco Gatti no espero otra cosa que me diga que si él atajara hoy, a sus 69 años, sería el mejor del mundo; Goycochea ahora se hace el sex symbol en la tapa de Playboy, mejor dejémoslo ahí. No había dudas, tenía que llamar a Horacio Izaguirre, el Vasco.

El Vasco supo brillar durante más de una década en el arco de Atlético Ameghino. Tenía algo en común con Sergio Romero, el actual cancerbero de la Selección: le tenía más miedo a los centros que a los aviones; él estaba a resguardo debajo del travesaño. Pero eso sí, era un atajador fenomenal de penales, la envidia de Navarro Montoya, que no sacaba uno ni por error. Es célebre la anécdota en la que el Vasco, consultado tras un partido caliente por un cronista de Radio Circuito Cerrado de Ameghino, explicó su técnica para detener los envíos desde los doce pasos: “Es fácil, les amago para un lado, me tiro para el otro y los cago”. No era de esos que dan vueltas para decir las cosas. Fueron memorables sus duelos con el Negro Castro, un arquero que supo tener Sarmiento, el otro equipo del pueblo; a Castro, los hinchas de su propio club le decían Coramina, por la pastilla que debían tomar cuando la pelota llegaba cerca de los dominios de Castro. Malos hubo siempre. Por los hinchas, digo.

Aproveché que estamos a principios de mes y, con los viáticos de Un Caño recién cobrados, me animé a la llamada de larga distancia. No fue fácil convencerlo al Vasco de que aportara su testimonio para esta columna; a él nunca le gustó figurar: una vez, invitado a entregar un premio en la fiesta anual de la liga, acusó una súbita enfermedad de Mazurkiewicz, su gato -le puso así en homenaje a aquel recordado golero uruguayo–, para pegar el faltazo. “Venía de comerme un par de goles y tenía miedo de que la estatuilla se me resbalara de las manos”, me confesaría años más tarde. La cosa es que, una vez lanzado a la conversación franca, el Vasco me regaló todos sus conocimientos. Hicimos un ping pong de arqueros del Mundial. ¿Ochoa? “Con esos rulos y esa vincha no podés pararte en el arco.” ¿Casillas? “Me gusta más Sara Carbonero.” ¿Buffon? “Un alcahuete.” ¿Bravo? “¿Bravo qué? Un perro.” ¿Navas? “Tiene más rebotes que Tim Duncan.” ¿Haghighi? “Impronunciable.”

Para el final me guardé la pregunta sobre Thibaut Curtois, el belga, también arquero del Atlético de Madrid, al que Messi no pudo hacerle ni un gol durante la última temporada. “El mejor del Mundial por amplia diferencia, imbatible. No hay chances de que Argentina lo pueda doblegar”, me respondió muy seguro, sosteniendo el teléfono con una mano.

Con la otra, seguro, hacía los cuernitos. Es como si lo hubiese visto.

Día 22. En la quiniela, el loco: Sabella se anima a sacar a una de las vacas sagradas.