Fue horrible.

Despertarte así, con tipos gritándote, revolviendo todo, apuntándote con la linterna en la cara. No se lo deseo a nadie, ni a Sabella. Me pasó a mí, esta madrugada, mientras soñaba los golazos que va a haber hoy en Brasil-México.

Serían las 4, o 4 y cuarto como mucho. No volaba una mosca en “Saudade”, la pensión que me ampara para esta cobertura del Mundial en Brasil. De golpe se abrió la puerta de mi pieza y entraron cuatro personas: tres con chalecos de la FIFA, de esos que usan los suplentes, y atrás Amarildo, el dueño de la pensión.

Pobre Amarildo, estaba más asustado que el técnico de Portugal en el entretiempo de ayer. Paulo Bento temía una goleada histórica, Amarildo que rompieran todo.

Me hicieron levantar y me dijeron que me sacara la camiseta de la Selección que uso de pijama, que no estaban para soportar falsos nacionalismos. Yo no entendía nada hasta que el más diplomático de ellos me dijo: “Dale, boludo, mostrá todo o te reventamos este aguantadero”.

Así le llamaban estos crápulas al centro de operaciones que con tanto esmero monté acá el día que llegué de Ameghino, hace cinco días, para llevar adelante la cobertura que me encomendaron los muchachos de Un Caño.

Me acusaban, así nomás, de ser la conexión argentina de una red internacional de apuestas clandestinas. Que recibieron una denuncia anónima de un lector que había seguido atentamente mis pronósticos. Que millones de yenes habían tenido que pagar las casas de apuestas en los últimos días por mi culpa, porque yo había instado al público a jugarse por los batacazos que fui anticipando en estos días. Que no podía ser que yo adivinara que Argentina apenitas le iba a ganar por un gol a Bosnia, si jugaba Messi de un lado y Kolesnicov del otro. Que era imposible acertar un triunfo de los Estados Unidos sobre los exuberantes ghaneses. Que yo, más que saber, tenía data precisa de la compra de partidos.

Una locura. Revisaron toda la pieza buscando teléfonos satelitales, cualquier cosa que les sirviera para sostener la acusación. Todo lo que encontraron fue un fixture que me traje de Ameghino, el que reparte Casa Gomara en todos los mundiales, y mi libretita de apuntes. La leyeron del derecho y del revés, tratando de encontrar claves encriptadas. Uno dijo que la anotación “ojo con Francia” podía ser una pista, pero después de discutir un rato con el colorado que comandaba el operativo, los dos concluyeron que la ambigüedad de la frase me serviría de coartada en un tribunal.

Al final se fueron, pero me advirtieron que iban a seguirme vigilando. Amarildo lloraba desconsoladamente. No tanto por mí ni por la pensión, si al final todo fue un enorme susto y nada más. Dice que tiene visiones del futuro, y que en la última observó brasileños llorando esta nochecita en Fortaleza. Qué se yo.

Necesito aire, me voy a caminar por Brasil un rato, por lo menos hasta el Parque Lezama, que está acá cerca. Tengo que ordenar mi cabeza.

Día 6. Blatter, no te tengo miedo: hoy la rompe Park contra los rusos. Y que me vengan a buscar.