Los sábados, acá en Brasil, son diferentes. Se acaba el runrún de la semana, ese ir y venir frenético de Amarildo por las piezas de Saudade. Porque el viejo sabe por viejo pero más sabe por zorro: al que no alcanzó a cobrarle la semana de estadía el viernes, zás, no lo agarra hasta el lunes. No es mi caso, claro, que entré a la pensión con el mes completo pago por los muchachos de Un Caño. Pero ya llevo más de diez días acá, y a varios les tomé el punto: el Ruli Sandoval, un correntino chiquito y simpático que vive en la pieza del fondo, safa con el cuento de que no le pagaron en el kiosko de diarios que trabaja. Más, arremete con encendidos discursos sobre la crisis de la prensa de papel, y adónde iremos a parar y cosas así. La Galaica, una española que no revela su identidad, se defiende con el cuento de que apostó todo su dinero a una fija: cuántas veces se va a mirar hoy Cristiano Ronaldo en la pantalla gigante del estadio. Dice que serán cuatro, y que si acierta –pensar que antes se jugaba al Prode; hasta la timba perdió hombría– no sólo nos va a invitar a cenar una bondiola a todos en la costanera, sino que incluso va a tener una atención extra con Amarildo. Pero en eso ya no me meto.

Lito, un kirchnerista de verba florida, se excusa con que el mismísimo Mauricio Macri le debe guita, y que así es imposible: parece que le hicieron mal un redondeo del ABL y le quedaron debiendo 7 pesos. “Qué quiere, Amarildo, estos tipos sólo ven números, y siempre a favor de ellos. Cuando me ajusten los intereses me pongo al día”, le escuché el viernes a la noche, mientras se acomodaba la bufanda para tomar carrera.

Fuleco_NO_10La cosa es que ayer a la mañana, acá en Brasil, no estaban ni Sandoval, ni La Galaica, ni Lito, ni el perro que come las sobras. No quedó ni Amarildo. Así que me dispuse a hacerme el mate cocido tranquilo en la cocina, pispeando de reojo el Buenos Aires Herald que había traído Elsa, la franquera de los fines de semana. Yo de inglés no entiendo una palabra, y tal vez por eso me concentré en las imágenes; me llamó la atención el gesto serio de Fuleco, la mascota del Mundial. Porque las mascotas siempre son alegría, diversión, fiesta, pero a Fuleco se lo notaba bastante caliente. No quise importunar a Elsa para que me tradujera porque estaba chateando por whatsapp. Así que me quedé masticando la duda, y a la vez unas Merequeté que me había traído de Ameghino.

La cuestión es que entre el análisis de los artículos del Herald, el lavado semanal de mis dientes –los sábados hay tiempo para todo– y la pereza de movimientos que me caracteriza, el tiempo fue pasando. Se me escurrió. Y cuando quise acordarme ya estaban entrando los equipos a la cancha. Casi sin margen para reaccionar, tomé a bien la sugerencia de Elsa de encender el 20 pulgadas de Amarildo, que tiene más mundiales que Macaya Márquez. El televisor, digo. Bueno, y Amarildo ni hablar. Se veía tan mal que tuve suerte: según leí a la noche en la web de El Ojo ameghinense, el partido fue soporífero. Un bodrio, un insulto al fútbol, sólo rescatable en la parte que les toca a los bravos iraníes.

Igual el gol lo grité fuerte, es verdad también, pero más por Walter Nelson que por Messi: el hombre tuvo la suerte de acertar quién había pateado por primera vez en la tarde.

Al final, por lo lluvioso que se veía o por la emoción, no alcancé a darme cuenta de otro detalle: las cámaras mostraban después del partido a Fuleco, que miraba desafiante desde adentro de la cancha el festejo de los hinchas argentinos. No me aguanté más y le pregunté a Elsa, que tejía al crochet, si sabía por qué el muñeco ése siempre estaba enojado. “Es Marcelo Polino”, me cortó en seco. Y siguió tejiendo.

Día 11. Grondona sale del hotel y se le rompe el auto, camino al aeropuerto. Mufa serás vos.