A los porteños les encanta meterse en los bares a tomar café. No sé si será porque estamos en invierno, aunque en realidad tanto frío no hace. Pero ellos se quejan del chiflete y piden un cortado. Yo los invitaría a vivir una heladita de julio en Ameghino, a ver qué les parece. A ver si a la vuelta tienen coraje para protestar porque hay diez grados de temperatura.

Me llama la atención lo de los bares porque se choca con mis costumbres. A mí, más que acodarme en una barra a filosofar sobre todos los temas del mundo como hacen acá, me gusta hacer la sobremesa en el quiosco de Capelo. No de Fabio, el charlatán ese que les roba 7 millones de euros por año a los rusos. Me refiero a Capelo Berchi, que tiene un puesto de diarios con quiosco y librería incluidos en el centro de Ameghino. Porque Capelo, mucho más que un vendedor, es un sabio. Un hombre sensible e inteligente, dos virtudes difíciles de encontrar en una sola persona. Tan sensible e inteligente que yo no sé qué espera la municipalidad para declararlo ciudadano ilustre.

Capelo, además de todo eso, se ha pasado la vida luchando por conseguir que se respetara a los aborígenes, los que llegaron antes que nosotros a estas tierras. Los que matamos. Y en eso le va la vida, en aprovechar cada pequeño espacio que le brinda una maestra en una escuela para ir y plantar una semillita en las cabecitas. Así que, como les decía, en vez de ver Intrusos, después de almorzar yo prefiero hacerme una pasada por su quiosco, ahí en la Enrique Violante, entre Sarmiento y Diego Tetley, y escucharlo. Aunque tenga menos rating.

Será que tantos días fuera del terruño me están afectando, pero anoche no pude dejar de pensar en él. Es que la hazaña de los mexicanos (como anticipamos ayer en esta columna, se clasificó a octavos de final) me trajo a la cabeza la historia de los aztecas, ese pueblo originario que habitó el suelo mexicano mucho antes que Peña Nieto, el que tienen de presidente ahora. Así que esta mañana salí de la pensión directo hacia un locutorio. Porque en “Saudade”, donde dispongo de una pieza para la cobertura del Mundial que me encargó Un Caño, hay un teléfono que funciona con monedas, pero el sotreta de Amarildo lo tiene trabado: el aparato te come las monedas de un peso antes de que empieces a hablar. Ya me agarró 14 veces, 15 no lo voy a permitir. Así que subí por Brasil a tientas, buscando un cartelito con el teléfono dibujado. A la altura de Piedras encontré uno y me zambullí.

Capelo estaba en el fondo, analizando unas piedras que encontró en su última expedición a la laguna donde vivieron los aborígenes de la zona, me informó Sara, su mujer. A él no le gusta que lo molesten cuando entra en trance, pero conmigo suele hacer una excepción. Así que me atendió, y después de los comentarios de rigor (“lindas minas hay acá”, respondí a su interés por las características morfológicas del género femenino que reside en Buenos Aires) fui al grano: necesitaba una explicación sobre cómo habían hecho estos mexicanos para pasar del desahucio en el que estaban hace seis meses, cuando entraron al Mundial por la ventana, a la gloria del hoy. “El secreto, mi estimado, no está en el carácter luchador y a la vez artístico del pueblo azteca”, me corrigió enseguida. “Deberías fijarte más bien en sus apellidos, la gran mayoría de ascendiente español. El entrenador ha tenido muy presente ese detalle  a la hora de conformar el equipo”, siguió, mientras yo tomaba nota. “Fijate si no el capitán. Nació para ser defensor: Márquez. Y ni hablar del estilo de juego, más propenso a esperar y sorprender en velocidad al oponente. Siempre tienen una carta bajo la manga; lo expresa muy bien el autor del segundo gol a los croatas: Guardado”.

Creo que ya dije que este hombre es un sabio. Si lo escucháramos más, nos iría mejor. Le agradecí y prometí llevarle algo de acá de Brasil, pero antes de cortar me tenté y le pregunté si esos apellidos a los que se refería le decían algo sobre el futuro de México, que ahora se cruzará con los pujantes holandeses. “¿Cómo se llama el arquero? Ochoa, ochoa se van a comer”, espetó.

Capelo Berchi, una celebridad.

Día 13, martes encima. Italia, no te cases pero embarcate: a casa. ¡U-ru-guay nomá’! ¡U-ru-guay nomá’!