Rivalidades entre los pueblos hubo siempre.

Y no me refiero a tirios y troyanos o moros y cristianos, por ejemplo, que para explicar eso está Dolina, y lo bien que lo hace. Yo les hablo de enfrentamientos más de acá, nuestros. Ameghino contra Villegas, sin ir más lejos, para citar un encono bonaerense que me toca de lleno. Nunca ha sido fácil para un villeguense aparecerse por Mr. Charlie, la legendaria boite de Ameghino, y seducir así como así a una exponente de la belleza femenina local. No tanto por la chica, que tal vez aceptaba el convite, sino más bien por las sutiles amenazas que el visitante podía encontrarse a su paso. “Rajá de acá o te rompemos la cabeza”, “fíjate bien lo que hacés, capaz que salís y el auto no te anda más”, cositas así. Jugar lejos de tu casa te obliga a dar una prueba de carácter extra.

En eso pensaba ayer, echado sobre el catre del que dispongo en “Saudade”, la pensión que me aloja acá en Brasil. Ideas que uno tiene cuando sobra el tiempo. Y esta cobertura del Mundial que estoy haciendo con orgullo para los muchachos de Un Caño me entregó dos jornadas de descanso, un remanso entre tantos pelotazos. Mientras anoche me disponía a recalentar unos fideos moñito que me habían quedado en la olla, sonó el teléfono móvil que me prestaron los de la revista. Debe ser cierto eso del poder de la mente: era El Rafa, uno de los pocos villeguenses que en los últimos años ha logrado atravesar esa barrera de la que les hablaba. No sólo por alguna conquista amorosa que supo fraguar en tierra ajena, sino porque logró lo más difícil: una red de amistades masculinas que le permiten entrar a Ameghino como Pancho por su casa.

El Rafa siempre fue ocurrente; en su cuenta de Twitter evita los títulos grandilocuentes para describirse: “El agua salada de General Villegas tiene sus consecuencias”, escribió. Pero una cosa es ser gracioso y otra, suicida. Siempre queriendo dar una muestra más de valentía, me invitó a ver el partido de hoy entre Brasil y Colombia a Palermo. Alguien podrá preguntar cuál es el riesgo; sencillo: quiere que vayamos a Colombia mía, un reducto separado por apenas 55 metros de Boteco do Brasil. Fijate en Internet, no te exagero ni un centímetro: uno está en la calle Honduras 5719 y el otro en Honduras 5774. Y no es que les esté pasando el chivo, no sean malpensados, a nadie le recomendaría ir a la guerra. Y eso va a ser esa cuadra hoy, qué duda les cabe. Una verdadera locura. El argumento del Rafa es patético: me explicó que aquellas patriadas que él se mandó en Ameghino son comparables a las que está haciendo James Rodríguez en Brasil, y que no se quiere perder la felicidad de vivirlas con los colombianos. A mí no me engaña: lo que quiere es aprovechar la volada y ligar algo pulposo si Colombia da el batacazo.

Me chicanea, además: me dice que ir a pararme ahí a sacar pecho y gritar por Argentina es una oportunidad histórica de que un ameghinense haga algo grande de una vez por todas. Me jode con que sería una manera de acercar un poquito a mi pueblo a la chapa que ya tienen en Villegas; y vuelve a nombrarme a Manuel Puig y Antonio Carrizo, sus ciudadanos ilustres. “Todo muy lindo Rafa, tenés razón”, lancé el contraataque, “pero se ve que hace rato que no prendés la tele: nosotros ahora tenemos a Esteban Lamothe, un Ricardo Darín en potencia. Si tendrá huevos que en una novela de Canal 13 le pasaba el trapo a Griselda Siciliani, la mujer de Suar.”

Tomá.

Día 23. Neymar llora. Una vez más.