Nunca estuve más tranquilo.
La clave me la había dado Amarildo, el dueño de “Saudade”, la pensión de la calle Brasil en la que estoy pasando este mes inolvidable. El viejo, destrozado por lo que le había hecho su selección el martes, me soltó la revelación en el desayuno de ayer: un mate cocido pobretón que compartimos en la cocina del hospedaje. “Está todo armado”, me dijo, mientras mojaba el pan para ablandarlo un poco. Al principio no le di importancia, porque hace rato que me di cuenta de que este viejo es un fabulador de primera; pero a medida que avanzó en el relato, sus datos se fueron amontonando. Me pidió que lo cuidara, que si era necesario iba a declarar ante un tribunal, pero sólo como testigo protegido, para no develar su identidad.
Disculpame Amarildo, pero tanto no puedo. Si tu teoría se confirma definitivamente, serás una celebridad. La nueva Garganta Profunda de la historia. Así que ya está, queda escrito que fuiste vos quien se lo contó a un periodista. En este caso, a este humilde escriba llegado de Ameghino para ilustrar la cobertura mundialista que me encargaron los muchachos de Un Caño.
Parece que en esta joda está metido Blatter. Que fue él quien inició la conspiración contra Brasil, indignado con Dilma. La tipa se dio el lujo de meter en cana a un socio del carcamán suizo, acusándolo de vender ilegalmente entradas para los partidos del Mundial. ¡Habrase visto, la presidenta de un país metiéndose con la FIFA! No hay antecedentes de tal afrenta a los dueños del mundo. Así que Joseph, me confió Amarildo ayer mientras aprovechaba mi atención a sus palabras para manotearme una medialuna, llamó a Scolari y lo convenció: “Contra Alemania poné a Dante”. Dante, el de rulos encrespados que juega en el Bayern Munich y el martes reemplazó a Thiago Silva, era la pata siguiente de la trama: tenía instrucciones de dejar pasar libremente a los alemanes. Es entendible, el muchacho tiene que volver a Alemania después del Mundial. La historia ya es leyenda: los brasileños se comieron siete; a Dante sólo le faltó abrazar a Klose en los festejos de los goles.
Pero Blatter quería más, es inconformista por naturaleza. De ahí mi tranquilidad de ayer, un contraste notorio con los gritos desgarradores que salían por todas las ventanas cuando se pateaban los penales en San Pablo. El suizo tenía un segundo objetivo en su plan maestro: que Argentina llegara al Maracaná y así hundir definitivamente a Dilma. Plantarle 100 mil argentos en Río de Janeiro cuatro días enteros cantando por Maradona y contra Pelé es la mejor campaña de derrocamiento posible. ¿Cómo soportar semejante peso? ¿Cómo soprebonerse a eso y ganar las próximas elecciones? “Así va a aprender esa guerrillera a respetar las jerarquías”, habría sido la expresión definitiva del veterano dirigente, según la transcripción de una escucha telefónica de Amarildo.
El quite heroico de Mascherano sobre el final fue parte de la puesta en escena, para disimular un poco. Lo tuve claro cuando Amarildo, mientras lavábamos las tazas y veíamos al Goyco en la previa del match, me reveló la estrategia: “Van a ir a los penales, eso le dará más dramatismo y evitará suspicacias”. Anoche, viendo la repetición, comprobé cómo Romero le hace un gesto con la vista a Vlaar, el holandés, antes del primer remate: “Ahí, tiralo ahí”, le indicaba. Y los holandeses lo que tienen es que no se rebelan. Son europeos, están programados para obedecer órdenes. Se lo pateó ahí, nomás.
Por eso me reí bastante cuando vi las tapas de los diarios neerlandeses hoy. Pobres ingenuos, sufrir por algo tan milimétricamente armado. Igual el mejor fue Cillesen, el arquero: qué puntería para desviar apenitas el tiro de Maxi Rodríguez, cosa de que pegara en el travesaño. Y adentro. Qué cínico, el rubiecito.
Día 29. Se agotan los paquetes de yerba en las estaciones de servicio de la ruta que une San Pablo con Río de Janeiro.