Garra, corazón y nervio.
La receta para la final descansa en la memoria colectiva de todo un pueblo. El de Ameghino, el mío. Es una máxima que pasa de generación en generación y se aplica cada vez que los comensales le hincan el diente a los chorizos fabricados en la carnicería de Mulé. Las viejas dicen que en la cocina del lugar hay un cartelito con esas tres palabras (garra, corazón y nervio), para que cualquier aprendiz sepa cómo se prepara ese producto que sirve para dar el puntapié a cualquier asado. Otros, menos respetuosos de las historietas, cuentan que todo eso es falso, producto de una campaña orquestada por las carnicerías rivales. Que los chorizos son buenos. Porque a Mulé no hay con qué darle: las colas para comprar el asado suelen dar la vuelta a la manzana. Yo no puedo verlo estos días, afectado como estoy al operativo mundialista de Un Caño, que me tiene en “Saudade”, la pensión de Brasil, desde el día que comenzó el torneo; pero me contaron que ayer la fila para comprar en lo de Mulé llegaba hasta la ruta.
Garra, corazón y nervio habrá que tener para llegar vivo al partido. Yo no doy más, el bobo me bombea como loco, las piernas me tiemblan, las manos me transpiran. Qué calores. Un poco puede ser porque el viejo Amarildo, el brasuca dueño de este hospedaje de mala muerte, puso la estufa al mango desde anoche. Dice que el frío le afecta el reuma, pero yo creo que es otra cosa: se quedó duro con los tres goles que se comieron los brasileños ayer, el postre de los siete que les metieron los alemanes el martes. Hasta vino una ambulancia a socorrerlo. El viejo está bien; me di cuenta cuando aprovechó la visita para manguearle una tirita de aspirinas a la enfermera, a la vez que le miraba el escote. Yerba mala nunca muere.
Pero volvamos a lo importante. En el fondo, lo que más miedo me da es la inseguridad. No la que publicitan los canales y los diarios, esa me tiene sin cuidado, acá camino por la avenida San Juan como si paseara por la Francisco Núñez Moral en Ameghino; me refiero a los destrozos que es capaz de producir el Ruli Sandoval, el correntino que duerme en la otra pieza de la pensión, si gana Argentina. No porque tenga ancestros alemanes, nada que ver, si el único Sandoval que pisó otra patria fue su papá, Ermenegildo, que una vez cruzó de Curuzú Cuatiá a Paraguay a comprar un televisor. El tema es que el Ruli se jugó el sueldo entero a un triunfo teutón. Dice que no lo hace de contrera, pero que es la única que le queda para juntar la guita que le falta para pagarle los siete meses que debe en este tugurio. En qué dilema me metió este muchacho, ahora no sé qué hacer. Un triunfo nuestro sería su perdición. Voy a tratar de convencer al viejo Amarildo de que le condone la deuda; difícil: este viejo no tiene corazón.
No es como los chorizos de Mulé.
Día 32. Argentina y Alemania quedan 3 a 3. En títulos mundiales.