Así son las cosas ahora. Resulta que un entrenador puede estar en las mismas marquesinas que los artistas. Hoy canta Serrat, mañana toca Maná, pasado habla Guardiola. No es chiste, pasa. Y muchos van detrás de los oráculos del fútbol como otros siguen a los pastores evangélicos. Cada cual con su cual, pero a mí que no me engrupan con estos fabuladores de poca monta.

Lo digo porque anoche fui a ver al afamado Pep Guardiola al Luna Park. Mejor dicho, me llevaron. Yo estaba muy tranquilo en la pensión que habito acá en Brasil, planchando la camiseta de frisa que uso para dormir, cuando desde la entrada Amarildo pegó el grito: “¡Campesino, te buscan!”. No había malinterpretación posible: el viejo lleva dos días llamándome así, desde que se enteró que cuando era chico gané un premio en unas domas de caballos. Lancé un bufido desaprobador, pero no por el apodo: no me gusta que me corran de mi rutina, y a esa hora ya no esperaba a nadie. Bueno, a decir verdad, nunca espero a nadie.

Me arrastré hasta la puerta y lo vi: estaba igualito. Era Darío, un nueve que la movía lindo en Atlético Ameghino cuando yo era apenas un pibe de las inferiores. El loco había escuchado la publicidad de esta columna que pasan en el programa “Los mejores de siempre”, del flaco Rinaldi. Con ese dato se metió en Internet y se las leyó todas, me contó después. Claro, con las oportunas pistas que fui dando no le costó demasiado ubicar la pensión “Saudade”. Entró como una tromba, otra característica que conserva de su juventud, a los gritos y blandiendo dos credenciales: “Vamos a ver a Pep”, me descerrajó de entrada, con la misma familiaridad con la que más tarde me hablaría de Cainga Davín, un técnico que tuvo en Atlético.

A mí, la verdad, no me hacía gracia eso de ir a un teatro a escuchar a un tipo hablar de fútbol. Sobre las tablas dame un Ricardo Darín, un Alfredo Alcón (qepd), una Rita Terranova. ¿Un catalán hablando bajito y mirando para abajo? No, viejo. Pero su argumento fue demoledor: “Si no vamos a casa y vemos la repetición de Argelia-Rusia”, propuso como Plan B. No hubo más que hablar: me subí casi corriendo al Palio que lo lleva y trae y en un santiamén estuvimos en el Luna.

En la puerta sacó las famosas credenciales: estaban a nombre de “El ojo ameghinense”, el semanario del pueblo. El dato me entusiasmó de golpe, sentí que no podíamos hacer quedar mal a la prensa local. Así que a la primera de cambio, cuando el tal Pep levantó la vista para mirar al público en medio de su monólogo, entré a agitar los brazos como el que se queda sin nafta en la ruta y ve que se acerca una luz. “¡Aquí, aquí!”, gritaba, pretendiendo inaugurar la sección de preguntas de los periodistas debidamente acreditados. Una rubia arrimó el micrófono. Voy a transcribir de manera textual el contenido de mi pregunta porque no gustaría que alguien que haya estado anoche allí diga que falseo la verosimilitud de lo acontecido. Sobre todo por las desagradables consecuencias que acarreó mi sana inquietud.

“Señor Guardiola, buenas noches. Antes que nada quisiera expresarle mis respetos, que no es sino el que le debemos todos los admiradores del noble deporte del balompié que llegamos en esta ocasión a semejante templo porteño, el mismo que alguna vez supo albergar maratónicas jornadas de “Un sol para los niños”, otras veces las patinadas y también los resbalones de Holiday On Ice y, por qué no, otras tantas más la voz de Rodrigo Bueno, el Potro, Dios lo tenga en la gloria. Tampoco me gustaría perder la oportunidad de tenerlo aquí y que usted se vaya sin develarnos un asunto que a algunos puede parecerles una trivialidad, un aspecto reservado a la intimidad de las personas, si usted quiere, pero que si sabemos mirarlo con un prisma más amplio nos puede dar una señal incontrastable de su carácter, del espíritu con el que se ha animado a encarar las faenas más dificultosas, sea dirigir al Barcelona o aprender a hablar en alemán, lo mismo da. Por eso mismo, y en honor a todos los colegas y público en general que han colmado este histórico recinto, asumo la responsabilidad de ser el portavoz de un duda que nos atraviesa a todos, más allá de que estén los que se animen a ponerla en palabras, como haré yo, y también los que no tengan las agallas que hacen falta en momentos históricos, y éste es uno de ellos, quién me lo puede negar. Señor Guardiola, ¿culotte, vedetina o colaless?” 

Que los inadaptados de siempre me hayan empezado a tirar sillas, ahora que todo quedó atrás, no es que me molestara tanto. Lo que me duele en el alma es que, mientras tres patovicas me sacaban a patadas, Darío no se haya inmutado. Traidor.

Día 16. Franco para todos menos para uno: Sabella pega un volantazo.