La que me tiene loco es Máxima.
Esta mañana estuve haciendo un repaso amplio de los diarios holandeses intentando encontrar una pista. Me costó mucho, sobre todo porque no cazo una palabra del neerlandés, el idioma oficial de los naranjas. Incluso le pedí ayuda a Lito, el acérrimo kirchnerista que vive también acá en “Saudade”, la pensión en la que cada día me despierto en Brasil; creo que Lito tampoco entiende el idioma, pero cuando le expliqué lo que quería se desentendió, disgustado: “las monarquías no son otra cosa que una expresión lavada y sonriente de los poderes dominantes”, me cerró la puerta en la cara.
Lo que yo quería saber era simplemente por quién va a hinchar Máxima mañana. Ya sé, el protocolo la obliga a ponerse la bufandita de Holanda y todo eso, y acompañar en el sentimiento al gordito que tiene al lado. Pero yo voy a otra cosa: a lo que realmente ella quiere, a lo que tal vez no le cuenta ni a su amiga íntima. Tengo la fantasía de que el sábado acusó una descompostura en el palacio para encerrarse en el baño a gritar el gol del Pipa. Y que, de a poquito, les va metiendo el gen argentino en la cabeza a las pibitas. No sé, delirios míos. Pero no puede ser que se haya olvidado, o enterrado, sus impulsos juveniles.
Decidido a quitarme la duda, me puse a investigar sobre el pasado de la reina. Fue así, leyendo una vieja revista Hola que encontré en el comedor de la pensión, que me enteré quiénes habían sido sus novios anteriores: todos extranjeros, parece. Descarté entonces ir a hacer una pesquisa a Recoleta, el barrio de su infancia y adolescencia; no iba a encontrar ningún pasacalle que haya quedado de aquellos años, seguramente. Bajé por Brasil hasta el locutorio de la otra cuadra, donde ya me tienen calado como un periodista de investigación suelen enviarme a una cabina reservada: la 4, la única en la que anda la luz. Entré serio, con el gesto pétreo que demandaba la tarea, y me instalé. Al segundo llamado di con quien buscaba: Tiziano Iachetti, un italiano que había noviado con Máxima en Buenos Aires. El tipo me atendió desde su residencia de Verona, donde cada noche llora por la pérdida. De Italia en el Mundial, digo. Primero no me dio mucha pelota, hasta que le dije que era de Un Caño: ahí aceptó confesar algunas intimidades de su relación con la rubia. La única que me interesaba era la que tenía que ver con el fútbol, yo no hago plata con fotos hot, no me llamo Ventura ni Rial.
Tiziano, rememorando aquellos años felices y no tanto, me dijo que justamente el fútbol fue la razón de la separación. Parece que el romance venía viento en popa, allá por el año ’90, hasta que Argentina e Italia se enfrentaron en la semifinal del Mundial; cuando Goyco le atajó el último penal a Aldo Serena y Argentina pasó a la final, me contó Tiziano, Máxima perdió la compostura: se tiró de cabeza desde el sillón, volando como el arquero. A él no le pareció muy femenino, pero eso no era nada; cuando se levantó, la señorita lo miró, elevó uno de los dedos de su mano y le dedicó: “¡Vaffanculo!”. No hubo ni un beso de despedida, la cosa se terminó ahí mismo.
Ya no tengo dudas, Máxima: mañana vas a gritar los goles en silencio.
Día 27. Klose sube al olimpo de los goleadores, pero hay un nuevo rey: Julio César.