El partido ya se jugó, no les puedo mentir.

Yo me quedé con las ganas de estar porque mi compromiso con Un Caño no entiende de domingos ni de clásicos de pueblo. Pero se jugó el domingo, como una especie de anticipo de lo que va a ocurrir hoy. Porque no jorobemos, muy lindo un Argentina-Brasil, con todo el folclore que tiene, ¿pero cuántas veces se enfrentaron en un Mundial? Cuatro. ¿Y cuántas veces jugaron Argentina-Holanda? Cuatro también, así que con la de hoy llegamos a cinco. Entonces no me hablen de clásicos de cartulina, clásico es que se jugará hoy en San Pablo.

Y como todo tiene que ver con todo, les contaba antes que el partido ya se jugó hace tres días, aunque no se hayan enterado los millones de espectadores que hoy seguirán lo que suceda en Brasil. Sí señores, fue el domingo, en Ameghino. ¿O alguno de ustedes conoce otro clásico con estas camisetas? Naranjas contra albicelestes, como toda la vida. En Ameghino como en San Pablo. De Sarmiento-Atlético les hablo, para que vayan entrando en calor. Esta vez le tocó ser local a Sarmiento, en un estadio que todavía tiene olor a nuevo. Los muchachos no estaban solos, observen la cantidad de niños que se colaron en la foto.

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Del otro, los rivales de siempre, los naranjas de Atlético, que no necesitaron ningún colectivo para llegar: su cancha queda cruzando la calle. Los muchachos se aparecieron caminando, con el pecho hinchado, a animar una contienda que divide al pueblo en dos desde una semana antes. Como debe ser.

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Yo les cuento todo esto con la distancia que nos recomiendan a los profesionales, no me puedo involucrar, entiéndame. Porque, entre otras cosas, cuando se termine esta joda del Mundial tengo que volver a casa. Pero esta vez lo sufrí, no estoy acostumbrado a escucharlo por la radio. Y encima, acá en “Saudade”, la pensión en la que transito mis últimos días en Brasil, el wifi no es que anda mal: no existe. Me tuve que arreglar de otra manera; lo llamé a Jorgito Rodríguez, el fotógrafo acreditado para el match por “El ojo ameghinense”, para que me fuera contando lo que pasaba. Pobre Jorgito: con una mano gatillaba y con la otra sostenía el teléfono y me relataba cada jugada. Se metió tanto en el personaje el loco que en un momento tiró una publicidad, como si fuera el locutor comercial: “Tienda Ethel, de Ester Peletay, donde viste la mujer ameghinense”, tiró, engolando la voz. Un genio, Jorge.

Lo que yo no le quería decir era que de ese resultado dependía el de hoy. No le quería meter presión; era el partido que iba a marcar la huella por la que van a caminar los jugadores esta tarde. Un designio del destino. Sarmiento y Atlético estaban escribiendo su historia, pero también la que ocurrirá en San Pablo. Lo sé, y si quieren pruebas de mi poder de predicción revisen lo que les fui anticipando cada día en esta columna.

Por eso me puse loco: se cortó la comunicación antes de que terminara el partido. Pero Jorgito, ni lento ni perezoso, se fue corriendo a la casa a mandarme la prueba por mail. No hicieron falta más palabras.

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Me alivié. Y los de Atlético, que sufrieron, deberán entender que estaban haciendo un aporte a la patria. La derrota les dolerá menos esta nochecita, cuando salgan a tocar bocina por las calles, todos mezclados. Como debe ser, también.

Después del partido enganché  la conferencia de prensa del Coco Pineda, el técnico de Sarmiento, en una computadora del locutorio de acá a la vuelta, bajando por Brasil. “Ganamos porque primero hicimos un gol y después aplicamos la táctica del murciélago: todos colgados del travesaño”. Fue 1 a 0, nomás.

Día 28. ¿Naranja? Rojo. Marcos Rojo.