En la década del 20, cuando un hombre nacía en Dorog, un pequeño pueblo católico con gran influencia alemana en el norte de Hungría, no tenía muchas opciones. O iba a laburar interminables horas en las minas de carbón, vestido negro por el sudor y el polvo de su trabajo, o se vestía de negro para ordenarse en la Iglesia. La madre de Gyula Grosics entendió eso pronto y le propuso a su hijo ser sacerdote. El sacrificio espiritual era la mejor opción para salir de esa humilde casa de dos habitaciones, sin agua corriente, en la que vivían. Para evitar el esfuerzo físico al que su padre, cerrajero del yacimiento, y el padre de su padre no habían podido escapar.
Gyula vio la encrucijada y, mientras meditaba la decisión, encontró un nuevo camino. “La vida está llena de sorpresas. A los 15 años, siendo todavía un chico, jugué mi primer partido como arquero para el equipo de Dorog. Desde ese día, el fútbol se transformó en gran parte de mi vida”, contó. La pelota lo salvó de esos sacrificios pero no del uniforme. En el arco de Hungría, dicen que cansado de tener que cambiar de ropa según la camiseta del rival, empezó a vestirse íntegramente de negro. Todos los arqueros “soviéticos” que vinieron después, de Lev Yashin a Vladimir Beara, y también otros occidentales, hicieron de su vestimenta un clásico.
Su carrera profesional -debutó en la Primera de Dorog AC en 1943- se interrumpió rápido por la Segunda Guerra Mundial. Según la versión oficial, como veremos hay otra, al año siguiente, con 18 años, fue obligado a sumarse a una organización juvenil fascista paramilitar, llamada Levente, creada por el gobierno húngaro, aliado de la Alemania Nazi. Mientras, en Budapest, su ídolo de la infancia, Karoly Ksak, arquero de Hungría en los años 10 y 20, moría en un ataque aéreo, Grosics y muchos otros de su edad estaban en el frente austríaco.
Durante meses no se supo nada de él. Su familia llegó a darlo por muerte. Famélico, recién regresó a su país, y al fútbol, en agosto de 1945, después de ser, brevemente, prisionero de guerra de las tropas de EEUU. Hungría ahora era comunista, pero el fútbol seguía siendo el fútbol. Volvió al arco de Dorog y comenzó a destacarse. Pronto, en 1947, año en que debutó con Hungría, se fue a jugar a la capital, al MATEOSZ. Finalmente, en 1950 llegó al poderoso Hónved, el club del Ejército, donde jugaba casi toda la selección.
Pese a que muchos decían que no tenía el físico adecuado, Grosics se transformó en el mejor en su puesto. Medía apenas por encima del metro setenta y era demasiado delgado. Pero su capacidad de salto, la firmeza de sus manos, sus reflejos y su anticipación compensaban cualquier desventaja. Empezaron a llamarlo la Pantera Negra. Además, tenía algo que hoy se le reclama a cada arquero. Sabía con la pelota en los pies y muchas jugadas de ese gran equipo húngaro nacieron en su suela. Se lo considera el primer arquero-líbero del fútbol mundial, bastante antes que los padres de Neuer hubieran nacido.
Durante los años 50, los magiares mágicos con Grosics en el arco y Puskas en el ataque se establecieron como el mejor equipo del mundo y uno de los mejores de la historia. Estuvieron invictos desde 1948 hasta la fatídica final del Mundial de 1954, ganaron los Juegos Olímpicos de 1952, fueron el primer equipo en derrotar a Uruguay en una Copa del Mundo y la primera selección no británica en ganar en Wembley, en ese memorable 6-3 ante Inglaterra que ya revivimos alguna vez. Para 1956, cuando el equipo se desbandó luego de la revolución húngara, la Selección sumaba 42 triunfos, siete empates y solo una caída con Grosics parado en el arco.
Wembley fue el momento más importante de su carrera. “Hay que agradecerle a los ingleses que hicieron tanto escándalo”, afirmó. Pero el milagro de Berna, la derrota 3-2 en la final de 1954 ante Alemania, no lo dejó volver a dormir en paz. “Sigo teniendo la misma pesadilla. Sigo viendo el gol de Rahn. De repente, estoy en el abismo”, contó ya anciano. El gol de esa victoria lo marcó Helmut Rahn, a seis minutos para el final. En un campo con barro y escarcha, la pelota, y la Copa, se le escapó a Grosics de las manos. Igual fue elegido el mejor arquero del torneo.
En el 56, cuando los húngaros se levantaron contra el dominio soviético, Grosics escapó del país con su familia y se reunión con sus compañeros de Selección que estaban en una gira por Europa y Sudamérica. Las figuras del equipo aprovecharon para firmar con grandes equipos de Occidente. Puskas se fue a Real Madrid, Kocsis y Czibor a Barcelona. Grosics, en cambio, volvió a Budapest pese a que, como aseguró, “tenía un precontrato con Flamengo, en Brasil, y también conversaciones serias en Inglaterra, España e Italia”.
Para alguien que intentó escapar de Hungría en 1949 -fue acusado de espionaje y de traición, cumplió prisión domiciliaria y no pudo atajar en la Selección por un año hasta que la causa se cerró por falta de evidencia- la decisión de volver resulta muy extraña. Señalan que lo forzaron grandes presiones políticas del régimen comunista húngaro, sin explicar de qué tipo. Otros hablan de que él y su familia extrañaban demasiado. Hay una versión que es más inquietante.
En un libro sobre Viktor Orbán, el líder del partido conservador en el que militó Grosics en los 90 y Primer Ministro de Hungría desde 2010, famoso estas semanas por la represión sobre los migrantes sirios, se afirma que Grosics regresó para que no se hiciera público parte de su pasado. Peter Kende, autor de la investigación, asegura que en 1944 el joven Grosics se ofreció como voluntario en una división húngara de las SS. De acuerdo al Tratado de París posterior a la guerra, agrega, eso lo colocaría en la categoría de “criminal de guerra”. Kende concluye que Grosics regresó a Hungría en 1956 porque “le dijeron que conocían su historia y que sus chances de jugar en Occidente era mínimas. Todos los clubes ya sabían su secreto”.
Al volver, a modo de castigo o de simulación de castigo, Grosics pasó del todopoderoso Hónved al Tatabanya Banyasz SC, un pequeño equipo en un diminuto pueblo minero como en el que había nacido. Igual, siguió en la Selección y se transformó en su referente. El equipo perdió mucho talento con las deserciones pero no faltó a los Mundiales de 1958 y 1962. Ese año, pidió el traspaso a Ferencvaros, equipo del que decía ser hincha desde joven, pero las autoridades soviéticas se lo negaron. Entonces decidió colgar los guantes. Su último partido con Hungría, en octubre del 62, fue derrota 1-0 ante Yugoslavia, en un amistoso.
Cuando cayó la Unión Soviética, Grosics hizo un intento en la política. En 1990 fue candidato al parlamento húngaro por el partido de centroderecha Foro Democrático de Hungría pero no fue electo. Nunca más volvió a postularse, pero ya en este siglo militó junto a Orbán. Murió en junio de 2014, a los 88 años. Apenas seis años antes había jugado su último partido.
En 2008, Ferencvaros organizó un partido en su honor contra Sheffield United para darle, casi medio siglo después, el gusto que le había negado el buró soviético. Grosics salió a la cancha con su buzo negro y el 1 en la espalda. Ese día, el club retiró su número y desde entonces cada vez que inscribe al plantel en un torneo la lista la encabeza, de forma simbólica, Gyula Grosics.
Emocionado y algo desorientado, como se lo ve en el video, Grosics se paró en el arco que había querido defender durante tanto tiempo. El partido arrancó y en un par de toques los jugadores de Ferencvaros le hicieron llegar la pelota. Como el líbero que siempre fue la recibió y la volvió a poner en juego sin usar las manos. Esos diez segundos fueron suficientes. Levantó los brazos y se fue ovacionado. Cumplido su sueño, se perdió en la noche negra de Budapest con sus pesadillas y sus secretos acuestas. Vaya uno a saber en qué equipo ataja ahora.