figurita“Soy Amadeo Carrizo, ex arquero de River, club en el cual me he sentido muy orgulloso de jugar veintitrés años en Primera. Nací en Rufino, provincia de Santa Fe, el pueblo del gran Bernabé Ferreyra, que hizo historia en la década del ‘30. Me hice arquero de chiquito, cuando uno va notando que se le gusta un puesto. Tenía 6 o 7 años y mi papá me tiraba con la pelota de cuero. Y yo volaba. Mi viejo se entusiasmó por cómo yo la agarraba, cómo la embolsaba, cómo la atenazaba. Y yo también noté que tenía una reacción rápida para el remate. Me iba dando cuenta de que estaba para ese puesto. Pero me gustaba jugar siempre adelante. Porque el que se divierte juega adelante. El arquero está ahí como un tonto esperando que no le hagan un gol. Y cuando le hacen el gol ya lo están corrigiendo. Qué hizo, por qué salió tarde, por qué salió mal…”.

El monologo nació espontáneo ante la primera pregunta. Amadeo inclinó su cuerpo de un metro noventa y puso su cara cerca del grabador para contar su historia, que es mucha.

Fue el primer arquero moderno del fútbol argentino. El que trajo los guantes desde Europa, el que entrenaba las manos pero también los pies, el que tiraba gambetas para salir jugando, el que daba pases largos para el contraataque y el que paraba la pelota con el pecho, como lo hizo en la final de la Copa Libertadores que Peñarol le dio vuelta a River en 1966, cuando germinaba el apodo de “galllinas”.

A los 87 años, Carrizo lee sin lentes ni mayores esfuerzos un pequeño cartel que está pegado en un poste. El afiche alerta que se están llevando los adoquines de Villa Devoto, que los remplazan por asfalto y que eso genera inundaciones: la piedra, al contrario del pavimento, deja drenar el agua. Carrizo es vecino del barrio, un habitante histórico. El arco, River y Devoto acaso sean sus tres hogares. Aunque mientras camina por la plaza, un muchacho lo saluda con entusiasmo y dice que es de Boca, pero que Amadeo está más allá de los colores, que Amadeo es un maestro.

–¿Nunca lo tentó jugar adelante?

–Profesionalmente no, pero en los picados de mi pueblo yo empecé a jugar adelante. Eso me ayudó a ser mejor arquero. Ayuda para analizar cómo se le pega a la pelota o cómo se hace una gambeta. Eso lo llevás al arco. Intuís distinto. Haber jugado adelante en el potrero y tener dominio de pelota y la pegada me ayudó en el puesto. En la Primera de River, una vez me lesioné y, como no había arquero suplente, jugué todo el segundo tiempo adelante. Contra Chacarita, año ‘49. Le dije a (José María) Minella, que era el técnico: “Pepe, no puedo levantar el brazo, tengo un dolor terrible. ¿Me voy a quedar en el vestuario? Algo me la rebusco adelante”. Y él me contestó: “Ponete la camiseta y andá”. Y así fue.

–Usted es el arquero argentino que primero empezó a jugar con los pies.

–Efectivamente. Y haber jugado adelante en el potrero me dio una intuición distinta. Te vas haciendo una técnica de jugador de campo. Usé los pies para rechazar la pelota, para hacer una gambeta en algún apremio, para salir rápido del arco. Yo no era de andar volando de palo a palo; lo mío era anticipar la jugada y adivinar qué va a hacer el contrario con la pelota.

–Hoy es muy común jugar con los pies, incluso por las reglas.

–Sí, pero hay unos “durañones” terribles (risas), asi que no te creas… Hemos sido un poco más famosos el Loco Gatti, (Néstor) Errea y después, en los últimos tiempos, Navarro Montoya y Comizzo. No han sido muchos. Fui uno de los que comenzó sin temor a arriesgar. Hay que saber salir cuando ves que el rival no tiene la comodidad de tirártela por arriba. Porque te encontrás con esos tipos rapidísimos que te la tiran por arriba de la cabeza y te llenan de goles. Hay que tratar de estar un poco antes para anticipar la jugada. Muchas veces salía a cortar jugadas hasta afuera del área. Parece que es simple pero no, ésa es una gran virtud.

–¿Con usted empezaba el contrataque del equipo?

–Yo le pegaba bajito para que el compañero la recibiera en el pecho. No la tiraba a los helicópteros, porque ahí lo perjudicás, le saltan de atrás y le pegan cada cabezazo en la nuca terrible. Bajito y rápido. Con el Negro Cubilla hicimos muchos goles así. Me señalaba con el dedo hacia dónde picaba.

–¿Pateó penales?

–Nunca. Pateé un tiro libre jugando para Millonarios de Colombia, donde estuve los dos últimos años de mi carrera. En River quise patear, pero me sacó corriendo Renato Cesarini. El penal se patea lo más alto posible. Y casi nadie lo hace. Todos lo tiran a media altura. Allá arriba no la agarra nadie. Y hay mucho de suerte. El arquero no tiene que tirarse rápido, antes de que le pateen. Hay que esperar un poco, cuando está por venir, para que no te mire tanto.

centro–¿Cómo empezó a descolgar el centro con una mano?

–No era fácil y no veo que muchos se arriesguen a hacerlo ahora. Yo hacía una especie de abanico. Me sentía confiado y llegaba más alto. Cuando veía que venía pasado el centro, medio alto, salía con más tranquilidad. Y con el cuerpo en una posición medio extraña, no salía de frente.

–Usted tenía algunas picardías…

–Pero no eran trampas. Una vez, a Pedro Mansilla, de Boca, lo recibí en posición dudosa, pero estaba habilitado. Le dije que estaba en off side y se la afané.

–Y otra vez le sacaron la gorrita.

–Fue Ángel Clemente Rojas. El día de la tragedia de la Puerta 12. Yo me ponía la gorrita hasta de noche. No me hacían goles, nueve partidos estuve sin que me hicieran un gol. El Pato Carret había dicho que la gorrita era cabulera. Cuando estábamos haciendo la foto, sentí que me la arrebataban. Y veo que uno salió corriendo para el arco de Boca. Un alcanzapelotas vio que se la dio a un fotógrafo. Así que se la afanó y me la trajo. Creían que yo atajaba por la gorra.

–Antes, la ropa de arquero se diferenciaba pero no llegaba a ser como ahora.

–Ahora tienen una pinta bárbara. El primero que jugó con guantes en la Argentina fui yo. Y ahora no hay arquero que no tenga guantes.

–¿Cómo fue eso?

–Fui a Italia con la Selección. El arquero era Viola. Y le pregunté después del partido en qué lo favorecían. Me explicó que, aparte de evitar los raspones por los tapones, se siente más seguridad. Se atenaza mejor, se siente menos el golpe en la mano. Así que me regaló un par de guantes. Me compré cinco o seis pares más. Y jugué todos los años con guantes. Eran blancos. Después vinieron los más modernos.

–¿Llamaba mucho la atención?

–Y… Tenía pinta con eso (risas). Ahora tienen pantalones buenos, ropa de todo tipo, y salen empilchados con los colores que se les antojan. Antes no, en una época teníamos que salir todos con camiseta amarilla. Yo siempre tuve celeste, y en los últimos años celeste con cuellito blanco.

–¿Es cierto que llegó a trabajar de modelo?

–Ante Garmaz me invitó: “Amadeo, tenés pinta, un día venís conmigo a desfilar”, me dijo. Me fui a casa, me empilché bien, me chanté el sombrerito y me miré al espejo. “Puede ser”, dije. Y salimos en una gira por ahí. Nos aplaudían como locos.

–¿Y tenía una hinchada femenina también?

–En River sí. No jugué más y desapareció. ¿Qué me contás? Eran dos mil chicas que estaban ahí. Bueno, chicas… Estaba toda la familia: la madre, la abuela, la nieta… Hermoso. Cuando iba al arco de Figueroa Alcorta, tenía que saludarlas porque sino a la salida me cargaban. “Amadeo engrupido”, me gritaban.

red–¿Y eso cómo se formó?

–Fue natural. Hasta me hicieron una fiesta en la confitería de River, me entregaron una medalla… Nos quedan esas cosas porque no ganamos mucha plata nosotros, apenas para vivir bien. Algunos fuimos cuidadosos y podemos tener la casa y el auto, pero la mayoría murió pobre. Desgraciadamente ha sido así. Y con los estadios llenos. No nos hacíamos valer.

–Usted jugó casi toda su carrera en River, pero los dos últimos años estuvo en Millonarios de Colombia. ¿No tuvo la posibilidad de irse al exterior antes?

–Sí, al Real Madrid. Me enteré por un directivo. Fuimos a jugar a principios de la década del ‘60 con el equipo de Di Stéfano, Puskas y Gento. Atajé bien. No me lo olvido:  ganamos 3 a 2, hizo los dos goles Di Stéfano. A la noche hubo una gran cena y estaba Antonio Vespucio Liberti con Santiago Bernabeu. Me pidieron que me acercara a la mesa. Ahí Bernabeu dijo: “¡Qué portero!”. Agradecí y me fui a la mesa con mis compañeros. Después supe que le dijo a Liberti que me querían llevar y que Don Antonio dijo que no, que yo era hijo de River.

–¿Usted arranca como suplente con “La máquina”?

–Yo debuté en Primera en el ’45, contra Independiente. Ganamos 2 a 1. Jugábamos así: yo al arco; Vaghi, Rodríguez, Yácono, Giudice y Ramos; Muñoz, Gallo, Pedernera, Labruna y Loustau. Después volvió Moreno. En el ‘44, ‘45, y ‘46 atajaba José Eusebio Soriano. Y en el ‘47, Héctor Grisetti. En el ‘48 empecé a ser titular yo. Fueron veintiún temporadas como titular, y yo me incluyo en dos anteriores porque también jugué.

–Y tuvo el récord de 769 minutos con la valla invicta.

–La racha se terminó en un partido con Vélez, en 1968. La cortó Carlos Bianchi, y el gol fue responsabilidad mía. Yo me echaba la culpa de los goles. Pocos arqueros se echan la culpa, pero yo lo hacía cuando me comía goles boludos. Ahora ves mucho cómo algunos le echan enseguida la culpa al compañero.

–¿Cuál era el delantero con el que no podía nunca?

–El que me tenía de hijo era José Sanfillippo. Paulo Valentim, también. Y Ricardo Infante, de Estudiantes de La Plata. Esos son los que más goles me hicieron.

vuela–¿Es cierto que alguna vez se pensó en hacerle un homenaje en La Bombonera?

–Fue Alberto J. Armando. Porque yo me había ido fríamente de River. Algunos hinchas de Boca le propusieron eso a Armando y él dijo que sí. Pero yo no podía aceptar una cosa así, no era de mi querido club. No desprecio a Boca, pero no era mi club. Hubiera sido mala decisión, y el culpable hubiera sido yo, por aceptarlo.

–¿Fue triste irse de River?

–Sí, porque creía que todavía me quedaba un resto. Yo acepté irme y jugué dos años en Colombia. Y preguntale a cualquier colombiano lo que yo hice allá.

–¿Labruna decide su salida?

–Se comentó eso, sí. Yo no le voy a guardar rencor, ya se fue, siempre lo respeté. Pero el técnico siempre está contra la espada y la pared.

–¿Cuáles son sus arqueros preferidos?

–Fillol está entre los primeros, tal vez en el primer puesto. Parecía invulnerable. Que es algo que no existe, pero él lo parecía. El Loco Gatti era muy inteligente en el juego de anticipación. Chilavert fue otro muy bueno. Después, hay un conjunto de buenos arqueros que yo vi: Isaac López, Julio Cozzi y Gabriel Ogando. Te puedo nombrar a la generación que vino luego: (Edgardo) Andrada, (Carlos) Buticce, (Antonio) Roma, (Agustín) Cejas, (Miguel Ángel) Santoro, (Miguel) Marín. Muy buenos arqueros, sobresalientes. Yo jugué contra ellos.

–¿Quiénes le gustan de ahora?

–Saja, Orión y Campestrini.

–¿Y el arquero de la Selección, Sergio Romero?

–Me gusta, pero cualquiera de esos muchachos que te mencioné podría estar en la Selección. Me gusta el uruguayo Sosa. Y Barovero, que está dentro de los mejores. Me gusta su tranquilidad, su serenidad. No anda revolcándose.

–¿Qué pasó en el Mundial ‘58?

–No sé… Hubo grandes jugadores. Creo que estábamos un poco ajenos a la táctica, la preparación física y todo lo que pasaba en Europa. No teníamos partidos con equipos de allá. Me hicieron tres o cuatro goles iguales.

–¿Los seis de Checoslovaquia los sufrió mucho?

–Sí, porque era televisado a todo el mundo. Repercutió en mí por ser el arquero. En un par de goles fui responsable, pero si hubo tantos, algo anormal había. Y se quedaron en el molde porque por ahí nos hacían ocho. Se les presentó fácil.

–¿Qué se decían entre ustedes?

–Estábamos mudos, ya esperando la vuelta urgente. Acá nos recibieron mal. El periodismo incitó al hincha a recibirnos con palos. Cuando llegamos volaban las monedas. A mí me tuvieron varios años diciéndome de todo. Me hicieron mierda el coche, me pintaron la casa, y yo entraba a jugar con cualquier equipo y me gritaban de todo. Fue duro. Es una adversidad que hay que saber superar. Tengo que agradecer a River y su gente, que no se guió por los goles que me hicieron y me permitió seguir siendo titular muchos años más.

–¿Se hubiera imaginado el descenso de River?

–No, eso fue muy grave, gravísimo. Yo soy muy exigente y no concibo a River en el descenso. Si hubiesen estado los de “La máquina” viendo eso, se habrían quedado secos ahí. Si Liverti quisiera resucitar, se quedaría ahí otra vez. Mi nieto, que es fanático de River, vino de la cancha y se puso a llorar. Y me hizo llorar a mí también. Vino una parejita a tocarme el timbre. Empezaron a llorar como locos y los hice pasar. “Ya vamos a volver”, les decía yo.

–¿Y qué llevó a River a ese lugar?

–Vos querés que yo le eche la culpa a los directivos (risas). Parte de culpa deben tener, eh. Pero para mí los responsables mayores son los futbolistas. No hay otra. Hay que saber traer, comprar o pedir prestado el jugador que va a ser efectivo o valedero para el club. Pero por ahí traés a Messi y no anda bien en River. Porque vos vas a jugar mejor si tus compañeros juegan bien.

Publicada en UN CAÑO# 62 – Octubre 2013