Domingo 24 de abril. Los hinchas de Argentino de Quilmes apuraron los ravioles y fueron llegando sobre la hora del partido. La Academia visitaba la barranca quilmeña. ¡Estaba linda la cancha de Alsina y Ceballos! Dos semanas atrás se había inaugurado la platea techada de cemento. Aquella tarde los mates cayeron ante San Lorenzo. Había esperanza de cambiar la historia ante otro grande. Racing no alineaba a Pedro Ochoa y al rosarino Miguel. A las tres de la tarde no había más espacio en los tablones.
Esa tarde el gran ciclista Cosme Saavedra, fundador del legado rutero del ciclismo argentino, ganó los 100 kilómetros de Rafaela. Sexta fecha. En la Academia debutaba una zaga de backs: Fernando Paternóster y José Della Torre. El Marqués y Pechito. Juntos harán historia en su club y el seleccionado nacional. El arco racinguista lo defendía un húngaro llamado José Korein. Nacido en la ciudad de Zala, era técnico mecánico de profesión. Todo un personaje. En 1935 escribió un libro titulado “Entrenamiento para jugadores de football”. Arbitró una veintena de partidos de primera división entre 1939 y 1940. Luego volvió a Europa, siempre con la intención de ofrecer sus servicios de estudioso del fútbol.
Lo que a priori era un fácil triunfo de la Academia se transformó en una conmoción. En el arco local había un muchacho rubio que apenas alcanzaba el metro setenta de estatura. Veintiún años. Era imposible batirlo. Una atajada fantástica tras otra. Natalio Perinetti y Miguel Baragnano sucumbían ante el ignoto arquero rubio de rasgos angulosos. En la tribuna se preguntaban: “¿Cómo es que se llama el ñato ése? ¿Botaro?”. Su estilo no era elegante pero si efectivo. Argentino de Quilmes venció 3 a 1, con tres goles convertidos por el bahiense Alfredo Inocencio Trujillo, histórico goleador de los mates. Pero todos preguntaban por el goalkeeper. Sé llamaba Juan Carlos Bottaso.
Nunca un arquero había atajado tanto ante un rival tan calificado. Tal vez Tesorieri en Montevideo. “Resultado completamente ilógico” tituló La Argentina. Última Hora no envió cronista a la Barranca, pero en un suelto dio cuenta de la actuación asombrosa:
“El gaita que tenemos en la casa para que nos sirva el café y nos saque de apuros en algunos días de mucho paterío, es como cualquier mortal afecto a los deportes y le encanta el football, desde el día que supo que Zamora era el mejor guardameta del mundo. Como el hombre está todo el día metido entre paredes, los domingos toma vuelo y se va a presenciar los partidos que se juegan lo más lejos posible, aprovechando así las delicias de un día de campo y pleno sol. Vio el match Racing-Argentino de Quilmes, y quedó encantado con la actuación de un tal Botazzo, el guardavallas local que puede decirse que él solo evitó que Racing se anotara por lo menos media docena de tantos. Así, que le coste, amigo Botazzo, que el bombo es pedido de nuestro máximo gaita, que es usted un nuevo y gran admirador”.
El Gráfico salía todos los sábados. La tapa del semanario era sinónimo de consagración. En su edición del 30 de abril, una foto del arquero desconocido sorprendió a todos. No era una portada atemporal, como estilaba la revista. Era una imagen plena de actualidad. Botasso parado en la puerta del vestuario. El apellido delataba origen italiano, su rostro genes friulanos. Rodilleras de canguro y un título urgente y conmocionante:
“¿Juan Botasso es el mejor goalkeeper de la Argentina? En el match Argentinos de Quilmes versus Racing su actuación fue tan sobresaliente, que parecía una cortina metálica. Constituyó el factor principal de la derrota de Racing”.
Alfredo Enrique Rossi era la pluma más delicada de El Gráfico. Firmaba sus artículos con el seudónimo de Chantecler. En la tarde del 24 de abril decidió ver el rendimiento de la Academia en el sur. Se encontró con Botasso. Nacía un apodo imborrable. La Cortina Metálica nació el 23 de octubre de 1905 en Quilmes. De pibe jugó para los mates, hasta que en 1923 fichó para Quilmes Athletic. Con los ingleses hizo su debut oficial. Fue ante Banfield, en cancha de Honor y Patria de Bernal. En 1926 volvió a su club de origen. El partido ante Racing le cambió la vida. Fue un referente de su tiempo, teniendo el honor de atajar en la final del Mundial de 1930.
El profesionalismo formal lo encontró en el arco del club que lo hizo famoso. Racing lo contrató el 31 de mayo de 1931. Defendió en 147 oportunidades la valla albiceleste. De carácter afable, fue un caballero. En 1933, siendo ídolo de la Academia, declaró: “a mí no me fue bien en el profesionalismo. Paciencia. Yo fui correcto, confié en palabras y me engañaron. Sólo pido a los dirigentes que sean correctos” Tuvo un placer que nunca se pudo dar: “mi gusto sería patear un penal. A lo mejor lo erro y me toman el pelo, pero si lo llego a acertar me saco un viejo gusto”.
Finalizó su carrera en 1937, en Primera B, defendiendo la meta de su querido Argentino de Quilmes. Cuando Botasso volvió al pago chico, Alsina y Ceballos estaba igual que una década atrás. Ochenta años después, los mismos tablones testigos de la hazaña se marchitan esperando nuevas epopeyas. La Cortina Metálica tuvo su homenaje en vida. Fue el 3 de septiembre de 1950. Esa tarde Racing inauguró el Cilindro. Recibió una ovación impactante. Lloró como un chico. Juan Botasso estaba enfermo. Murió muy joven. A los 44 años, el jueves 5 de octubre de aquel 1950.
*Publicado en el libro Héroes de tiento – Historias de fútbol argentino 1920 -1930 – Ediciones Fabro – 2015