Es el día de la primavera y el Parque Central de Montevideo está repleto. Desde dentro del área el uruguayo Antonio Sacco padre patea fuerte, como era su costumbre. Un reportero gráfico acomoda su cámara y dispara. El arquero argentino vuela y se cuelga de la pelota con la punta de los dedos para evitar el gol.
La volada termina con Ángel Bosio, el 1 de Argentina, cayendo frente a Garabito, el reporte de El Gráfico. Aún incrédulo, el fotógrafo pregunta una obviedad: “¿La sacaste?”. Bosio se incorpora y patea la pelota hacia delante, para volver a ponerla en juego. Al regresar al arco, a paso lento, se acerca a Garabito y le dice: “Es la mejor atajada de mi vida”.
Al menos así lo cuenta la propia revista al recrear las acciones de ese choque amistoso, por la Copa Lipton, que Uruguay y Argentina empataron 2-2, el 21 de septiembre de 1928. La foto de esa atajada ocupa la página 23 casi de forma íntegra.
A pie de página se lee: “El milagro de Bosio. No corresponde otro calificativo a esta estupenda atajada que el gran arquero de Talleres conceptúa como la mejor de su vida. ‘Me sentí en el aire como nunca, y no creí que podía parar el violento shot de Sacco, hecho a pocos pasos del arco’. Fue esa una tirada épica, realizada casi de palo a palo, que arrancó una formidable ovación del público, que supo premiar su brillante actuación. No superó la actuación de Tesorieri en la final del sudamericano de 1925, porque ella fue anormal; pero Bosio logró consagrarse como el mejor guardavalla que poseemos en la actualidad y del cual se debe esperar todo lo que sus veintidós (sic) años de edad y su conducta intachable prometen”.
Pasó casi un siglo de fútbol profesional y muchos otros inventos tecnológicos. Hoy, en la era de la selfie, el milagro es que una foto y un relato gráfico nos dejen escribir esto.