Los periodistas italianos tenían que explicar la peor derrota en la historia de su selección de fútbol y no sabían cómo. Hace un poco más de medio siglo, un 19 de julio, la desconocida Corea del Norte venció 1-0 a Italia y, además, la dejó afuera del Mundial 1966 en la fase de grupos. La prensa tana, sin datos sobre los escuálidos asiáticos pero con muchas ganas de hacer sangrar la herida fresca, dijo un montón de cosas incomprobables. Una de ellas, que se transformó en mito urbano y creció hasta imprimirse en libros de diversos idiomas, es que el norcoreano que hizo el gol era dentista.
El documental inglés The Game of Their Lives (2002), realizado por Daniel Gordon, cuenta la historia de ese sorprendente equipo y refuta mucho de los mitos y leyendas que se crearon a su alrededor. Televisivo y simplón como es, el film tiene el enorme mérito de entrevistar en la misteriosa Corea del Norte, luego de cuatro años negociando un permiso especial, a ocho integrantes de ese plantel y a su DT. Además, se enriquece con inéditas imágenes de la época, registradas por un equipo de filmación que acompañó a la selección norcoreana en su aventura mundialista. La película, si les interesa verla, está completa en Youtube y al final de esta nota, pero en inglés. También la pueden descargar de la web, en español, pero no la confundan con la homónima ficción que cuenta la epopeya yanqui ante Inglaterra en el Mundial del 50.
Unos de esos uniformados y multicondecorados que aparecen en la película es Pak Doo-Ik, el supuesto dentista. El mito odontológico se cae como una caries mal tapada cuando el propio protagonista resume su vida. “Después de la guerra de Corea trabajé como obrero en una imprenta. Mientras, empecé a jugar al fútbol. En 1957 fui llamado para el equipo de Pyongyang y me hice profesional. Tenía 20 años. En 1959 me eligieron para la selección”. De dientes y tornos, nada. El puesto en el equipo nacional incluía un lugar en las fuerzas armadas.
Por ese gol, Pak Doo-Ik fue ascendido de cabo a sargento en el ejército norcoreano. Pero después del Mundial dejó el escalafón militar y el fútbol. Se dedicó a dar clase como profesor de gimnasia y, recién unos cuantos años después, volvió a la selección como DT. Hoy, es una de las grandes personalidades de Corea del Norte. En el documental, admite que si lo para la policía de tránsito para hacerle una multa lo más seguro es que lo dejen ir. Un periodista italiano que viajó a Pyongyang en 2009 confirma su fama. Cuenta que en la recorrida por la capital su guía turística destacó cinco casas de personas importantes: la de un político, un compositor, un cantante de ópera, un lingüista y la del ex puntero derecho que eliminó a Italia.
Pero la historia de ese equipo, la que relatan sus protagonistas y la que la película difunde, casi como involuntaria propaganda comunista, es la del triunfo colectivo sobre el éxito individual. Las consecuencias de la 2da Guerra Mundial, la Guerra Fría que se volvió caliente ahí, y dividió a un país que había logrado competir unido en los Juegos Olímpicos de Londres 48, con la Guerra de Corea, esa donde murieron 4 millones de personas y Don Draper consiguió su identidad, son los límites en los que el documental enmarca a esa selección y a la actual Corea del Norte.
Paradójicamente, los norcoreanos que se la pasan recordando la fortaleza colectiva de su equipo frente al talento individual ajeno no dejan de mencionar a su líder Kim Il-Sung, abuelo de su actual mandatario. El documental no resiste la tentación de destacar esa devoción de muchas personas por una única figura política, en una escena emotiva los exfutbolistas recuerdan a su “Líder Supremo” y lloran su ausencia. Es algo extraño visto desde las democracias occidentales donde esa adoración se reserva para deidades religiosas, artistas, famosos o futbolistas de élite, pero jamás para políticos. Si solo aceptáramos que creen en algo/alguien, como el 90% de la humanidad, quizás sería más fácil comprenderlos.
“Nuestro gran líder decía que para ser un buen futbolista tenías que correr rápido y patear con precisión”, afirma el DT de esa selección norcoreana resumiendo los valores individuales de sus jugadores. También fue idea del líder aprovechar los masivos retiros de selecciones de Asia, África y Oceanía, en protesta porque la FIFA solo daba un cupo para tres continentes, y postularse para el Mundial de 1966.
Al final, solo Australia y Corea del Norte quisieron disputar ese lugar. Para salvar las diferencias diplomáticas entre los países el duelo se resolvió en noviembre de 1965 con dos partidos en una semana en territorio neutral: Camboya. El equipo australiano estaba formado en su mayoría por jugadores británicos ilusionados con jugar un Mundial en su tierra natal. Pese al talento individual australiano los norcoreanos impusieron su filosofía colectiva. “No tenían velocidad y no trabajaban como equipo”, afirma Lim Zoong-sun, el 5 norcoreano. Ganaron los dos partidos, 6-1 y 3-1, y se clasificaron por primera vez para un Mundial.
Los británicos reaccionaron alarmados ante la noticia de que tendría que recibir a un equipo de un país comunista, uno más, al que aún no reconocían diplomáticamente. Evaluaron prohibirles el ingreso pero lo descartaron por temor a que la FIFA les quite el Mundial. Para evitar que se escuchara su canción patria, dice el film, se dispuso que solo se tocarían los himnos en el primer partido, Inglaterra-Uruguay, y en la final, a la que descontaban que los norcoreanos no iban a llegar.
En el sorteo del certamen, la bolilla de Corea del Norte salió en último lugar. Les tocó el grupo D, junto a la madre patria comunista, la URSS, Chile e Italia. Toda la zona se disputó en Middlesbrough, una ciudad industrial en el norte de Inglaterra cuyo equipo acababa de bajar a Tercera. La llegada de personas de lugares tan distantes captó la atención de los locales. En especial, los “malvados” rusos y sus pequeños discípulos norcoreanos, que además de comunistas eran asiáticos. Más ajenos no podían ser para una tradicional población británica educada en considerarlos enemigos peligrosos.
El debut norcoreano fue ante la Unión Soviética, un rival más o menos conocido. Los pocos partidos preparativos de Corea del Norte se habían jugado de ese lado de la Cortina de Hierro. Pese al conocimiento previo y la comunión ideológica, los rusos impusieron su superioridad física y ganaron 3-0 a fuerza de patadas y empujones. En las tribunas, los ingleses comenzaron a adoptar a los diminutos y frágiles norcoreanos como sus favoritos.
De cara al segundo partido, el documental recuerda la filosofía Juche, creada por el “Líder Supremo”, que aún hoy los rige. “Uno es responsable de su propio destino”, la resumen. Ante Chile, los norcoreanos no podían volver a perder. Bajo una típica lluvia británica, los asiáticos luchaban contra el equipo de Elías Figueroa, que estuvo al frente casi todo el partido. A dos minutos para el final Pak Seung-zin empató y evitó la eliminación. El público local celebró la igualdad como un triunfo. Un marinero inglés ingresó a la cancha para felicitarlos. La foto es una de las postales de esa copa. En Middlesbrough ya todos eran hinchas de Corea del Norte.
“Jugaban bien al fútbol y eran todos bajitos, eso era una novedad. Parecían un equipo de jockeys. Pero movian la pelota muy bien. Tenían un estilo ofensivo y la gente los respaldó cuando los vio jugar”, explica un inglés entrevistado en la película. Otro, recuerda que, junto a otros chicos, se acercó al hotel para pedirle autógrafos a los norcoreanos y los destaca como “atentos y siempre felices”.
Cuando llegó el último juego, ante la poderosa Italia de Rivera, Mazzolla y Facchetti, no había ninguna duda de que los ingleses querían un triunfo asiático. Y los norcoreanos cumplieron, con el público local y con su líder, quién los despidió con el pedido de que ganaran “uno o dos partidos”. En Corea de Norte ya eran las 3 de la mañana del miércoles 20 de julio cuando sonó el pitazo inicial. Los norcoreanos sonámbulos siguieron las acciones por la radio. La primera media hora fue un vendaval italiano. Rivera recuerda entre lamentos que la pelota se negaba a entrar. Bulgarelli se lesionó y, como entonces no se permitían los cambios, dejó a Italia con diez el resto del partido. Aún hoy, los italianos se niegan a tomarlo con excusa. Justo después, Pak Doo-Ik hizo el gol de la victoria que los europeos, cegados por la vergüenza de la derrota, no supieron revertir.
Con ese 1-0 los norcoreanos no solo consiguieron unos de los triunfos más sorprendentes de la historia de los mundiales, además eliminaron a Italia y ocuparon su lugar en los 4tos de final del Mundial. Lo celebraron tomando jugo de naranja, recuerda un alcanzapelotas que fue invitado por esos simpáticos asiáticos. Los jóvenes cracks italianos, que ganarían la Euro 68 y el segundo puesto en el Mundial del 70, fueron recibidos en Roma con una lluvia de huevos, tomates y monedas. Desde entonces, cuenta el film, “cada desastre futbolístico en Italia se menciona como ‘otra Corea'”.
Para jugar los 4tos de final Corea del Norte se mudó a Liverpool donde lo esperaba la Portugal de Eusebio, que venía de eliminar a Brasil. Estaban en territorio desconocido, eran los primeros asiáticos en llegar tan lejos en un Mundial. Se hospedaron en el retiro católico que la delegación italiana había reservado, segura de derrotarlos. Ateos y comunistas como son, se sintieron incómodos con los crucifijos en las paredes y las habitaciones individuales. “En las noches, ver la capilla con la imagen iluminada de Jesús crucificado nos daba miedo y no podíamos dormir bien. Era la primera vez que veíamos una imagen así”, recuerda Pak Doo-ik.
El partido se jugó el 23 de julio en el estadio de Everton. Unos tres mil ingleses viajaron desde Middlesbourgh para seguir la fábula norcoreana. A los 25 minutos, el cuento de hadas parecía indestructible. Corea del Norte ganaba 3-0 y su fútbol veloz no dejaba de ir al ataque. Pero apareció la Pantera Negra de Mozambique y puso orden individual a tanta ilusión colectiva. Eusebio marcó cuatro tantos y el partido terminó 5-3. “Era un jugador extraordinario. Yo no era tan buen arquero para frenar sus disparos”, recordó Lee Chang-myung.
El otro mito es que al regresar a Corea del Norte, lejos de ser celebrados, fueron encarcelados por orden del líder porque habían festejado el triunfo ante Italia en un pub, con mujeres y alcohol. Kim Il Sung, dicen, los consideró un equipo “burgués arruinado por el imperialismo”. El origen de esta versión es un sobreviviente del gulag Yodok que aseguró haber conocido ahí al autor del gol ante Chile y a otros jugadores de esa selección. Pak Doo Ik, cuenta la leyenda, se salvó porque faltó al festejo aquejado por una gastritis. Ningún jugador corroboró estos dichos. En el documental, las imágenes de época y los testimonios más actuales también lo niegan. “Nos recibieron como héroes nacionales”, asegura Lee.
De lo que no hay dudas es de lo que significa el fútbol para estos tipos, de 60 y pico de años cuando se filmó el documental. Ese un sentimiento con el que podemos identificarnos todos, más allá de las ideologías y los planteos tácticos. “Cuando voy a una cancha me acuerdo del Mundial 66. Veo una pelota y la quiero patear, es un reflejo. Soy viejo físicamente pero mi mente está muy viva. Quisiera jugar como lo hacía entonces”, dice Yang Seung-kook y cada uno de nosotros entiende perfectamente de que está hablando.
El documental The Game of Their Lives (en inglés)