Pasaron 77 años de su muerte pero Matthias Sindelar, el famoso centrodelantero austríaco que brilló en la década del treinta, sigue ahí, donde habitan los pocos privilegiados que lograron sobrevivir al paso del tiempo. Su nombre está relacionado con los grandes futbolistas de la historia y sobran argumentos para eso: convirtió 255 goles en 427 partidos, fue el líder futbolístico del Wunderteam -aquella selección que cautivó a Europa y puso en jaque el dominio británico- e instauró el concepto del falso 9, que consistía en derribar el estatismo del hombre de área para agregarle participación en la generación de juego.
Un simple recorrido por los buscadores virtuales nos confirmará lo que alguna vez leímos y escuchamos sobre Sindelar. Era judío; se burló de Adolf Hitler y le gritó un gol en la cara; fue un ícono de la resistencia austríaca al nazismo; luego de la Anexión de Austria al territorio alemán en marzo de 1938 tuvo que vivir en la clandestinidad; debió abandonar el fútbol; mártir, los nacionalsocialistas lo asesinaron por sus actos de rebeldía aunque nadie sabe con precisión qué es lo que ocurrió en el apartamento del centro de Viena donde encontraron su cadáver.
Las versiones suenan tan contundentes que no sólo aparecen en blogs y artículos que se leen en internet, sino que se afirman en capítulos de libros de reconocidos periodistas nacionales y extranjeros e incluso documentales. Tal es así que la Federación Argentina de Centros Comunitarios Macabeos (FACCMA), una institución insignia del deporte judío en la Argentina, denominó Copa Sindelar a uno de sus torneos. O una banda de punk pop oriunda de Bahía Blanca se llama Shindelar en honor al hombre “que se había negado a jugar para la Alemania nazi de Hitler y para no ser sometido, se suicidó junto con su esposa”, como me cuenta Mariano González, vocalista, guitarrista y miembro fundador.
Suele pasar que la reiteración sistemática de una idea desemboca en la aceptación popular sin miramientos. Si una radio repite una canción 15 veces por día, es muy probable que a la larga esa canción sea aplaudida por un número de personas considerablemente mayor que las que la rechace. En ese sentido, el caso de Sindelar es tan paradigmático como injusto: se creó una imagen, se cocinó al fuego de un copypasteo furioso y se la encasilló entre cuatro paredes invulnerables, sin juicio previo.
Resulta imposible establecer dónde se originó el “relato oficial”, pero podemos fijar el punto de partida. El 3 de abril de 1938, una semana antes de que se desarrollara el plebiscito que ordenó Hitler para legitimar la Anexión, los nazis montaron una puesta en escena en el Estadio del Prater para exponer que todo marchaba a la perfección. La selección de Alemania iba a festejarlo con un amistoso frente a la selección de Austria. La leyenda indica que Austria ganó 2-1 y Sindelar, judío, celebró el segundo gol -convertido por Karl Sesta- con una danza burlona frente al palco de Hitler, en una clara manifestación de repudio a las políticas de nuevo régimen. Luego, la muerte misteriosa, un océano de interpretaciones y esa imagen que se crea y se perpetúa.
En la religión se halla el nudo de la cuestión, el disparador de las teorías fantasiosas. Por citar un ejemplo de tantos, en el certificado de muerte de Sindelar se rellena con una “K”, que significa Katholik (católico, en alemán), el casillero que refiere a su fe. Lo mismo se constata en los documentos relativos a su madre y sus hermanas. Conocí a Norbert Lopper, de 93 años, quien fuera secretario del Austria Viena entre 1956 y 1983, y me confirmó: “No es correcto decir que Sindelar era judío”. El genealogista vienés Christoph Unger sintetiza: “Sindelar no es un apellido judío”.
La vida en la clandestinidad tras la Anexión y el abandono de su carrera van de la mano. Estas son, quizás, las aseveraciones más fáciles de rebatir. Por un lado, si cualquiera escribe “Matthias Sindelar” en Google y revisa las fotografías va a encontrar un retrato en el que está caminando por una calle vienesa, embanderada con cruces esvásticas, con Johann Mock, su compañero en el Austria y nacionalsocialista confeso. No es más que una demostración de que Sindelar no tuvo restricciones. Después del encuentro del 3 de abril, disputó 17 partidos oficiales (6 correspondientes a la temporada 1937/38 y 11 a la 1938/39) de los 19 que jugó el Austria hasta el día de su fallecimiento, el 23 de enero de 1939. Su última presencia se registró el 26 de diciembre de 1938.
La muerte es simple y compleja a la vez. Hay que plantearla como si fuera una ecuación matemática. Los factores: Sindelar no era judío ni le refregó su antipatía a Hitler, tampoco pertenecía al movimiento de resistencia y su fama era vista por los nazis como un “aliada” que querían utilizar a su favor. El producto: no había motivos para deshacerse de Sindelar, envenenarlo ni mandarlo a matar. En contraposición, la autopsia del Instituto de Medicina Forense de la Universidad de Viena probó que una intoxicación por inhalación de monóxido de carbono se llevó al mejor futbolista austríaco de la historia. En otras palabras, un accidente doméstico por el defectuoso funcionamiento de una estufa.
Lo impresionante es que en Austria saben que Sindelar no era judío y que gran parte de los actos que se le atribuyen jamás ocurrieron. La perspectiva es diametralmente opuesta: se lo analiza más como “cómplice” que como víctima. ¡Incluso un investigador vienés llegó a insinuar que estaba afiliado al partido nazi! En el tintero queda la ayuda de los alemanes para que Sindelar comprara a precio vil una casa de café arianizada a un propietario judío que fallecería en el campo de concentración de Theresienstadt y el debate por su comportamiento ético y moral. También el cargo público que le dieron días antes de su inesperado final.
Cabe aclarar que Sindelar nunca se adhirió al partido nacionalsocialista ni manifestó interés por esa corriente. Sería un grave error tildarlo de antisemita o afín a Hitler. Por el contrario, jugó 15 temporadas en el Austria Viena, un club en esa época emparentado con la burguesía judía, y tuvo muchísimos amigos judíos. Su postura apolítica, alejada del sectarismo, lo volvió una personalidad admirada por todos.
Cuando Sindelar murió le otorgaron una tumba de honor, que era atribuida a personalidades que fueron importantes para la ciudad. En 2004, el Consejo Municipal de Cultura y Ciencia de Viena creó una comisión especializada para determinar si las tumbas de honor asignadas durante los años del nazismo en Austria debían ser revocadas o no. Aquí está lo más importante de la resolución: “La Comisión recomienda mantener la dedicación de honor para Matthias Sindelar, que explícitamente debe basarse en Matthias Sindelar como representante del fútbol austríaco en la década de 1930 y a todos los miembros del Wunderteam (…)”. Además, subraya que Sindelar no era nazi y que el “homenaje no fue por su contribución al NSDAP”.
Si se cayó el muro de Berlín -y que se entienda la metáfora-, también puede caerse el espejo que distorsionó a Sindelar por la interpretación ilusoria de vaya uno a saber quién.
Camilo Francka (@camilofrancka) es periodista e investigador. Es autor de la biografía “Matthias Sindelar. Una historia de fútbol, nazismo y misterios”, editada por Librofútbol.com.