Resulta que en Jerez de la Frontera hay un grupo de señoras que se junta a jugar al fútbol. Todas ellas tienen más de 70 años y conformaron un equipo con nombre de ironía: El Chiquitín FC. Su modesta historia fue rescatada por la directora, periodista y guionista Sara Lozano, que intentó resumir en un video de siete minutos, filmado para ESPN, la experiencia transformadora que lograron estas mujeres a través de su acercamiento a la pelota.

chiquiSu nivel deportivo, está claro, es el que uno podría esperar. No se trata de  muchachas particularmente hábiles, de talentos excepcionales, de atletas en esplendor. En el pequeño documental, apenas se puede espiar algo de su juego. Lo necesario, incluso. También se deja escuchar brevemente la voz de las protagonistas, por lo general personajes solitarios que hablan con ese tono andaluz un poco arrastrado, tan difícil de entender para un argentino.

El film no tiene demasiadas pretensiones ni grandes despliegues pero -quizá a su pesar- deja entender algunas cuestiones acerca de la naturaleza del juego. Resulta conmovedor por su simpleza. Por su sinceridad. Porque nos enfrenta a la necesidad primigenia que nos llevó hasta una canchita cuando éramos pibes: juntarnos, divertirnos. Divertirnos juntos. Compartir. Aprender. Jugar. Crecer. Entender las reglas. Ser niños. Patear para el mismo lado. Encontrar compañeros. Querernos. Sonreír. Renegar.

Sentir, en suma, que estamos haciendo algo. Sentir, en suma.

María del Carmen, de 72 años, que juega de futbolista, arroja una frase en su departamento vacío, entre las pantuflas y el desasosiego, justo después del café con leche, que te obliga a cederle una lágrima: “Yo no me quiero morir. Yo quiero ver cosas que yo no he visto. No he disfrutado de nada. No he ido a ningún sitio. ¿Ahora que estoy viviendo mi mundo, ahora me voy a morir? No. Ni hablar”.

María del Carmen, de 72 años, que juega de futbolista, arroja una frase en su departamento vacío, entre las pantuflas y el desasosiego, justo después del café con leche, que te obliga a cederle una lágrima: “Yo no me quiero morir. Yo quiero ver cosas que yo no he visto. Yo no quiero morir. Yo antes no he disfrutado de nada. No he ido a ningún sitio. ¿Ahora que estoy viviendo mi mundo, ahora me voy a morir? No. Ni hablar”.

Ni hablar, María del Carmen. Porque mientras haya algo que esperar, vale la vida esperarlo. Mientras exista el encuentro, los amigos, la risa, la copa compartida, yo tampoco me quiero morir. Y en el centro de todo eso está, estuvo, estaba la pelota. La cancha, el fútbol, el picado, lo que sea. Ni Cristiano, ni Messi, ni el incondicional amor por los colores, ni el campeonato económico, ni el profesionalismo de los que no gritan lo goles que le hicieron a su equipo anterior. No. Sí, en cambio, las señoras en pantalón corto que te despiertan ansiedad por llegar al entrenamiento de los lunes a las 18.30. Que te hacen entender que podés ser un niño, siempre y cuando no te dejes de joder con la pelota.

María del Carmen es más fútbol que River-Boca, que Racing campeón, que la Copa Libertadores o el Mundial de clubes, que la Alemania de Löw. Porque es una esperanza que te salva la vida, contra la rutina, y el tedio, y el circo, y el asco, y las publicidades que hablan de la pasión.

marcachiquiHay un libro del escritor italiano Antonio Tabucchi que se llama Viajes y otros viajes. Siempre me llamó la atención  esa genialidad, ese título que parece redundante pero no es otra cosa que maravilloso porque encuentra la palabra justa y no se resigna a renunciarla. Al contrario, la duplica.

El hombre dice viajes, sí, porque habla de trasladarse e ir hacia otros lugares a conocer el mundo ancho y ajeno. Pero adosa esos otros viajes como los que llegamos a hacer todos los días de la cama hacia el baño, de la casa al trabajo, desde el subte a la imaginación y del entrenamiento hasta Jerez de la Frontera.

Viajes que se nos escapan mal que nos pese, aunque les inventemos souvenirs y recuerdos y estantes con cajas de cristal pulido, fotos con abrazos, entradas de cine, licenciaturas en la pared. Cualquier relación bien entendida es un viaje, cualquier tiempo, cualquier conversación, cualquier arrebato o accidente, cualquier documental de siete minutos y cualquier gol de una octagenaria también, incluso en Andalucía.

Porque un día empezamos a entendernos como un compuesto, como la sumatoria de nuestra ruta: la miseria, el amor, las cicatrices, eso que nos falta. Todo. Y dejamos de esperar. Ahora sólo es ahora porque llegamos y deja de serlo cuando queremos pisarlo con el índice para decir: ahora.

chiqui2Entonces decidimos jugar al fútbol para no quedarnos tan solos. Lejos de las canchas, del césped sintético, de la fama, de la ambición, del sueño de los padres. Evaluamos mientras vamos para adelante, imaginando un viaje al mismo tiempo que viajamos y razonamos junto a un autor genial y junto a María del Carmen que no nos queremos morir. Que queremos ver cosas que no hayamos visto. Y que la única manera de referirse a ese traslado que no se detiene y que muchos llaman devenir y que algunos etiquetan como éxito, depresión, orgullo, riqueza, vida; la única forma de estampar honestamente nuestras limitaciones y dejar marcada la sinceridad del tiempo es con la repetición de una palabra.

Para cargarse en el lomo quinientos años de estética literaria y entender que al pasar nos vamos a llevar solamente un puñado de eso: de viajes, viajes, viajes, viajes, viajes y otros viajes. El resto es ceniza y egomanía.