El sol enciende el césped de un Old Trafford irreconocible. Los hinchas de Manchester United, todos de pie entre los paravalanchas, calman como pueden la ansiedad de que arranque la temporada. Encima es un partido importante. Contra Arsenal, el campeón. Es el 19 de agosto de 1989. Parece un típico sábado de fútbol en Inglaterra pero está por ocurrir algo increíble.
Un tipo, uno solo, vestido con la ropa del United sale a la cancha pateando una pelota. Algunos creen que el equipo está por entrar al campo. Pero, al final, es ese tipo solo. Lo rodean las cámaras, le guiñan sus ojos mecánicos. Debe ser alguien importante. Un refuerzo de última hora, quizás. Se pone a hacer jueguitos en el círculo central con cierta habilidad. En un par de esos malabares lleva la pelota hasta el área junto al Stretford End, el altar supremo de ese estadio, la tribuna que vemos por TV a la izquierda de la pantalla. El tipo patea al arco y celebra el tanto.
Su verdadero gol, sin embargo, había ocurrido un rato antes en una oficina, vestido con un impecable blazer oscuro y una lapicera en la mano. El señor en cuestión tenía 37 años y se llamaba, se llama todavía, Michael Knighton. De oficio docente, se hizo rico en sus tiempos libres como desarrollador inmobiliario. Con ese dinero acababa de comprarse al Manchester United por apenas 20 millones de libras.
Neil Webb, el fichaje estrella para esa temporada -llegado desde Nottingham Forrest por 1.5 millones-, recuerda los entretelones de esa tarde: “Habíamos escuchado de la compra, vino este tipo al vestuario, se presentó como el nuevo dueño y pidió que le den ropa. Pensábamos que quería hacer la entrada en calor con nosotros. Pero no pude creer cuando corrió a la cancha y pateó la pelota en el arco. Era cómico, realmente. Increíble. Era el tipo de cosas que un presidente de un club no hace. Todos nos preguntábamos que estaba pasando”.
Alex Ferguson, aún sin el título de Sir, ya era el DT. Manejaba el equipo desde 1986 pero todavía no había levantado ni una Copa. Al joven Fergie también le sorprendió la actitud de su flamante jefe: “Empece a tener un terrible sentimiento en las tripas sobre mi nuevo presidente”.
Clayton Blakmore, mediocampista de ese equipo, fue otro de los testigos: “Mi recuerdo es verlo entrar en el vestuario con un saco y su mano metida en el bolsillo interior, al estilo Napoleón. Entrar en la cancha no fue lo más inteligente. Era como si todo fuera sobre él más que sobre el equipo. Como si pensara que era más importante que el United”.
Knighton pensaba exactamente eso. Había triunfado. Era bisnieto de Willie Layton, campeón de Liga y Copa FA con Sheffield Wednesday en la primera década del siglo XX, y había intentado, sin éxito, ser el mismo un futbolista. Hizo inferiores en Coventry City y en Everton, pero una lesión en un muslo le cortó la carrera. En los negocios, encontró otro camino hacia el fútbol. A comienzos de los 80, mientras daba clases en una escuela, hizo millones comprando, renovando y vendiendo casas. La pequeña millonada que acumuló en su empresa radicada en la Isla de Man, un notorio paraíso fiscal, decidió invertirla en un club de fútbol con potencial.
“Incluso los que me critican deben admitir que cada pibe y cada adulto que ama el fútbol habría hecho lo mismo si hubiera tenido media chance”, asegura Michael Knighton sobre su espectáculo en Old Trafford.
United tenía todo lo que buscaba para crear, siguiendo su cuidadoso plan de marketing, un club de fútbol de escala mundial. Un negocio millonario que por entonces nadie había siquiera imaginado. No pudo aguantarse y lo festejó, hoy sabemos, antes de tiempo. “No me arrepiento de entrar a la cancha”, dice Knighton. “Nadie podrá quitarme esos recuerdos magníficos. Estuve ahí, lo hice y disfruté cada precioso segundo. Ese día vivirá para siempre en mí. Es el día que empezó todo. Fue el verdadero renacimiento del Manchester United”.
UN GORDITO CON BIGOTE
El dueño del United era Martin Edwards. Pero odiaba serlo. Había heredado la propiedad y la presidencia a comienzos de la década de su difunto padre Louis. Le gustaba más el rugby y los 80 eran nefastos para los Diablos Rojos. Los planteles eran mediocres, Liverpool se llevaba todos los campeonatos y las tribunas de Old Trafford apenas se llenaban. Cuando lo hacían, lo que más se escuchaba era “Edwards out”. La familia llevaba un cuarto de siglo en el palco.
Cuando Michael se presentó con la propuesta de comprar el club por 20 millones de libras, una cifra récord para la época, Edwards ni lo dudo. Quizás un poco cuando les sacaron esta foto, pero no mucho. Por su mayoría accionaria recibiría más de 10 millones y se quedaría en el directorio con el cargo, y el sueldo, de jefe ejecutivo. Knighton, además, prometía invertir 10 millones extra para devolverle a Old Trafford su grandeza. Eso endulzaba también el oído de los hinchas. La oferta parecía perfecta.
Knighton se presentó ante la BBC como nuevo propietario y en una frase resumió todos sus planes: “Manchester United es una leyenda. Es indudablemente el club de fútbol más grande de todo el mundo”. Se definió como, primero, un fanático del fútbol y, luego, un empresario. Y con eso en mente saltó a la cancha. Un periodista que lo vio entrar al campo, recordó Knighton mucho tiempo después en una imperdible justificación de sus actos, lo describió como “un pequeño gordito con bigote, la clase de tipo que te podés confundir con un conserje”.
Michael recuerda “esa maravillosa y soleada tarde” en la que piso “el sagrado césped de Old Trafford” con orgullo. “Incluso los que me critican deben admitir que cada pibe y cada adulto que ama el fútbol habría hecho lo mismo si hubiera tenido media chance”, asegura. Para él, además, era un acto necesario para reconciliar a la directiva con las tribunas y para mostrar que “no era otro empresario cazador de dinero que iba por su club. Era un hincha como ellos”.
EL PLAN MAESTRO
“Si, estoy de acuerdo, Martin Ewdards debe haber pensado, ‘Dios, ¿qué hice?'”, admite Knighton sobre su personalísimo show con el que arrancó su frustrada gestión. Pero ese espectáculo, por cuestionado o desubicado que le haya parecido a muchos, dentro y fuera del United, no tuvo nada que ver con el fracaso de la compra del club.
Lo que falló, se imaginan, fue la plata. La versión ampliamente difundida es que la operación diseñada por la empresa de Knighton, MK Trafford, se cayó cuando el par de inversores que iban a poner el grueso de los fondos para pagarle a los accionistas decidieron abrirse del negocio. Knighton lo niega, asegura que reunió el dinero solo y que siempre lo tuvo disponible en el banco, pero no termina de aclarar porque la compra no se concretó.
En octubre, acordó con Edwards retirar su oferta y recibió a cambio una banca en el directorio. Permaneció en el cargo durante tres años. Algunos creen que fue en recompensa por compartir con la directiva el plan de negocios que había diseñada y que, con el tiempo, transformó al club en la multinacional que es hoy. Knighton entendió al fútbol como “industria” antes que la mayoría. Incluso, dice, antes de intentar comprar al United. Hablaba de la “marca del club” y de las “posibilidades comerciales” que iban a explotar en todo el mundo mientras el fútbol inglés intentaba despertar de la pesadilla hooligang.
“Le regalé los planos del desarrollo comercial a Edwards cuando me uní al directorio”, cuenta Knighton. La clave del proyecto era permitir que el club acumulara grandes sumas de dinero, vendiendo al United como un producto global, para poder comprar a las figuras de clase mundial que entrenador necesitara para llevar al equipo a la cima. El modelo Real Madrid, una década antes de que Florentino se acercara al Bernabéu.
UNITED, PAREDÓN Y DESPUÉS
A Knighton no le alcanzó con haber diseñado el plan económico que revolucionó al fútbol moderno, y que hoy es caso de estudio en diversas universidades del mundo. Eran otros los que se estaban colgando los laureles. Si había tenido razón la primera vez, iba a poder hacerlo una segunda. Pero esta vez, sería a su manera. Él estaría al frente del proyecto hasta el final.
Se buscó, incluso, un desafío más complicado. Se compró un equipo de Cuarta División, pero que tenía todo lo que se necesitaba, según él, para triunfar: tradición, hinchas leales y tierra para desarrollarse. Así de confiado estaba. En 1992 renunció al directorio del United y desembarcó en Carlisle United con la promesa de estar en la Premier en una década. Todo fue bien al principio, en 1995 el club llegó a Segunda y fue subcampeón del Trofeo FA, que ganó por primera vez en 1997.
Después llegaron los problemas. Knighton despidió a un DT popular entre los hinchas y las tribunas empezaron a ponerse en su contra. Corrió el rumor, negado por él, de que había asumido también como DT. En 1998 el equipo bajó a Tercera. Y en 1999 se salvó de bajar a Quinta, el amateurismo británico, con un agónico gol de su arquero, Jimmy Glass.
Fue una emotiva señal de que los sueños de Knighton estaban muertos. El mago del marketing, al que nadie reconocía el éxito del United, quedaba pegado al fracaso del Carlisle. En 2002 vendió sus acciones y se retiró de la industria del fútbol. Desde entonces, se dedica al arte. Pinta, escribe poesía y disfruta con sus memorias. Con saber que vio algo antes que todos, pese a que se perdió una fortuna.
Al final de esa temporada 89-90, que arrancó con su show, Ferguson ganó su primer título, la FA Cup. A nadie le importó que terminaran 13ros en la Premier. Dos años después, Manchester United cotizaba en bolsa por 47 millones de libras. La familia Glazer, los actuales dueños, lo compraron en 2003 por 790 millones. Hoy vale más de mil millones. Monedas, que Knighton cambia gustoso por el recuerdo de la tarde soleada en la que hizo un gol en Old Trafford.