Después de ser campeón del mundo por primera vez, en Suecia ’58, el fútbol brasileño se volvió objeto de admiración. Un deseo global de ver jugar de cerca a esos genios multicolores de la pelota impulsó recordadas giras durante la década del ’60, como las del Santos de Pelé.
Pero mientras el Ballet Blanco iluminaba las grandes capitales del mundo, muchos otros clubes aprovecharon la demanda de talento brasileño que había por el globo para ganar unas monedas. Desde Río de Janeiro, por ejemplo, partieron Bangú, Flamengo y Fluminense rumbo a Europa. Incluso el pequeño Bonsucesso FC viajó a Ecuador con su fútbol. Y también lo hizo Madureira, un histórico club carioca, que realizó las giras más insólitas.
Hace medio siglo, José da Gama Correia da Silva -aka Zé da Gama-, presidente de Madureira entre 1959 y 1960, se dio cuenta de que viajar podía ser un buen negocio para un club. Decidió que si los grandes del país estaban ganando dinero exportando fútbol ellos también podían hacerlo. Da Gama se vistió de empresario futbolístico y organizó las coloridas excursiones que durante los ’60 protagonizó el Tricolor suburbano, como le dicen al club -aunque podrían llamarlo Multicolor suburbano, su bandera es granate, azul y amarilla pero su camiseta es azul, violeta y blanca rayas verticales-.
La primera gira de Madureira, la de 1961, fue muy larga. Recorrió el planeta de punta a punta. Participó de 36 amistosos en tres continentes durante 144 días. La página oficial del club afirma que es el récord de permanencia de un conjunto brasileño en el exterior. En esos cinco meses jugaron en Europa, América del Norte y Asia. Fue el primer club de Brasil en pisar la pelota en lugares remotos como Japón u Hong Kong. Ganaron 23 partidos, empataron 3 y perdieron 10, pero siempre dando espectáculo: marcaron 107 goles, un promedio de tres por juego.
Dos años después, en 1963, hicieron su viaje más recordado, por el centro de América. El gobierno de Cuba, que sufría el primer año del embargo económico de Estados Unidos y necesitaba fortalecer sus lazos con América Latina, costeó la expedición. Arrancaron en Colombia y después pasaron por Venezuela, Costa Rica, el Salvador y México, antes de concluir la excursión en La Habana.
El entrenador Samuel Lopes reunió al plantel y les dio una serie de recomendaciones para manejarse en la isla. La central era: no hablar de política. Cuando llegaron, los cubanos no les preguntaron si eran comunistas o capitalistas, sólo les insistieron para que les vendieran la ropa que traían en sus valijas. El bloqueo ya empezaba a sentirse con fuerza y varios productos eran imposibles de conseguir.
En Cuba disputaron cinco amistosos contra equipos establecidos, como Industriales -el campeón nacional-, y contra combinados creados para la ocasión. Ganaron los cinco. El importante fue el último, triunfo 3-2 ante una selección de la capital cubana. Ese día, 18 de mayo de 1963, miró el partido desde la tribuna el Ministro de Industria, Ernesto Guevara.
Después del cotejo, el Che, vestido con uniforme militar, se mezcló con los futbolistas dentro del campo y se fotografió con la delegación que encabezaba Zé da Gama -el pelado de anteojos que aparece en las fotos obsequiándole una pelota a Guevara-. “Fue muy simpático, a los muchachos les cayó muy bien”, cuenta Carlinhos Maracaná, presidente del club en esa época.
Los futbolistas habían conocido al Che la noche anterior cuando los saludó en el clásico hotel Habana Hilton donde se hospedaban, rebautizado Cuba Libre tras la revolución de 1959. “El contacto fue muy amable. Fue un amor. Nos visitó, nos dio escudos de Cuba, parecía un hombre íntegro”, recuerda Jorge Farah, otro de los que participó de esa excursión.
Cuando se cumplieron 50 años del viaje a Cuba, en 2013, Madureira sacó a la venta unas camisetas conmemorativas con el clásico rostro del Che estampado en el frente. Una con el granate del club y otra de arquero, muy llamativa, con la bandera de Cuba del cuello al ombligo. El recuerdo marketinero, bautizado “Hasta la Victoria siempre”, uno más que transformaba las ideas del revolucionario en una simple mercancía, rebotó en medios de todo el mundo. En Argentina, por citar una fuente, Guillermo Tagliaferri lo contó para Clarín.
El éxito de las camisetas del Che fue inmediato. En lo deportivo, la estrenó el equipo de Fútbol 7 y salió campeón de Brasil. En lo económico, en los dos primeros meses vendieron siete mil unidades, cuatro mil en Europa. “La fábrica no puede seguir el ritmo de la demanda”, contaba exultante el presidente de Madureira, Elías Duba. Fue como ganar la lotería para un humilde club barrial, fundado hace un siglo por comerciantes, que juega en Tercera División.
En 1964, al año siguiente de visitar Cuba, Zé da Gama eligió otro destino comunista y llevó a Madureira hasta la China de Mao. No lo movía la ideología, está claro. Mandaba el dinero. Brasil ya estaba gobernado por una dictadura y el viaje se realizó sin la autorización de la Confederación brasileña de Deportes. Vivísimo, da Gama puso al frente de la delegación a un militar, Jayme Teixeira, y nadie cuestionó el destino de la gira.
En Beijing, como si fuera una cuestión de Estado, los recibió en el estadio el vice primer ministro chino. Pese a los temores, fundados en el desconocimiento de la cultura local, la estadía pasó sin sobresaltos. Madureira mostró su fútbol y empacó para volverse a las playas cariocas. Entonces surgió un problema. Doce chinos fueron detenidos en Brasil por motivos desconocidos. En respuesta, el gobierno de China decidió prohibirle a la delegación salir del país. “Eso duró diez días. No fuimos arrestados, fue sólo un susto”, relata Maracaná.
El incidente diplomático terminó con el impulso aventurero de Zé da Gama. Madureira regresó a su barrida de Río de Janeiro y no volvió a hacer viajes exóticos por el mundo. Les quedaban las aventuras. Ya no eran sólo el equipo por donde alguna vez había pasado Didí, ahora también eran el orgullo viajero de Brasil. No tendrían la fama ni las copas del Santos, pero a ellos los había visto jugar todo el mundo, incluso el Che.