El derrotero ortodoxo de todo club de fútbol indica que primero se funda, luego van acumulando hazañas, gestando lentamente sus epopeyas y sus tradiciones, hasta que en un momento -más tarde o más temprano- algún artista toma nota de ese folklore y lo proyecta al plano de la poesía, el ensayo, la literatura o, como mínimo, la crónica periodística.
Con Sacachispas fue al revés, nació y creció en la letra impresa, primero en Biliken y más tarde en El Gráfico, donde alcanzó su apogeo. Durante más de veinte años, la obsesiva evocación del territorio de su propia infancia inspiró al periodista uruguayo Ricardo Lorenzo Borocotó, a llevar al papel en entregas semanales, pequeñas aguafuertes que contaban la historia de una barra de pibes pobres que en un barrio áspero y sentimental formaban sus valores y su comprensión de la vida alrededor del Sacachispas, el humilde cuadrito de fútbol que habían fundado.
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“…Vibra la noche cálida en que se verificó la asamblea constitutiva del Sacachispas frente a la vidriera del almacén de Santos, en la que lucía una pelota de fútbol sobre la que el comerciante colocara una valla a nuestras esperanzas: el cartelito con el precio…”
“… En esa noche con temblor de estrellas y de corazones mirando la pelota se fundó el Sacachispas, club destinado a ser grande y que lo fue realmente, pero poco se dieron cuenta porque creció para adentro.
—¿Y qué nombre le ponemos? — preguntó Comeúñas una vez decidido de que constituiríamos un club. Por entonces un club era un conjunto de chicos y una pelota. Hasta ese instante nada teníamos.
—Once corazones… — se atrevió a decir Pajalarga pero no convencido, acaso para demostrar que pensaba.
—Ya hay… y es cursi — expresó El Lecherito. En cada barrio existía un “once” de algo; en cuanto a lo de cursi, quedaba aceptado porque emanaba del Lecherito, el que leía libros, pero no los del “cole”. De los otros. Novelas.
—Defensores de… — y Rompehuesos cortó en seco al de la proposición.
—¡Ufa!… Ya hay… y es cursi… — y miró al Lecherito buscando el gesto de asentimiento que obtuvo. Supimos así que lo de “once” y de “defensores” era cursi sin saber qué significaba cursi.
Las narices apretadas contra el cristal del escaparate, a la pelota que miraba desde adentro le habrán parecido de masilla. Y se habrá entretenido muchísimo viendo saltar las miradas de ella a la muñeca, al calentador primus y siguiendo luego por una hilera de botellas.
—iMiren! — gritó Comeúñas que se había detenido en su sinuoso itinerario sobre una botella de refresco. — Ahí dice Sacachispas.
Convergieron las miradas sobre la botella elegida hasta que alguien expresó:
—Pero es el nombre de un caballo de carrera… En la etiqueta estaba el caballo llegando triunfador al disco de sentencia. No obstante, aquel nombre era lindo, podía ser trasplantado de la botella a la pelota. Insensiblemente nos pusimos a corearlo: Sacachispas… Sa-ca-chispas… Sa-ca-chis-pas. Sacachispas. Saca-chispas!
Así nació una sinfonía, al conjuro de un nombre. Toda unida la palabra, partiéndola en dos, separando las sílabas una a una, retornando a la unidad y con una gama estupenda de tonos más altos y más bajos ascendió ese nombre hasta las estrellas que se estremecieron participando de nuestro júbilo…”
“…Al Lecherito, que para algo leía novelas, le encargamos la elección de los colores y eligió los de las glicinas con que se vestía todas las primaveras la vieja pared de su casa.
Blancas y lilas a racimos, blancas y lilas se esparcían sus flores por el suelo en serena muerte. Nacían antes que se desarrollara plenamente el verde de las hojas que las sobrevivirían. Sin sospecharlo, algo semejante acontecía con el Sacachispas que nacía con nombre y colores pero sin pelota…”
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Hacia 1948 “El diario de Comeúñas” –la epopeya del cuadrito de ficción que Borocotó entregaba en episodios en la sección Apiladas de la última página de El Gráfico– había alcanzado tal grado de popularidad, que fue llevada al cine. Dirigida por Leopoldo Torres Ríos, protagonizada por una barra de pibes atorrantes y Armando Bo, con cameos de Guillermo Stábile (el eterno entrenador del seleccionado argentino) y varios jugadores consagrados de la época, la película –Pelota de trapo– se convirtió en un suceso de público y en uno de los pocos momentos en que el fútbol y el cine nacional convivieron en armonía logrando momentos de excelencia.
A poco de estrenada la película, el gobierno peronista puso en marcha el primer campeonato infantil Evita, del que participarían chicos de entre 11 y 13 años de todo el país. Se inscribieron 1.200 equipos.
Un joven que jugaba en las inferiores de River Plate, Aldo Vásquez, y un ex ciclista, Roberto González, decidieron organizar a los pibes que jugaban en un baldío que quedaba en Pirovano y Coronel Págola del barrio de Pompeya, y armar un equipo para presentarse en el campeonato Evita. Ellos serían los delegados. González conocía a Borocotó del ambiente del ciclismo y tal vez por eso se le ocurrió bautizar a su cuadrito, Sacachispas.
Y este Sacachispas fue el primero “de verdad”, integrado por jugadores de carne y hueso y no por entrañables personajes de literatura.
El equipo, que jugaba con camiseta blanca cruzada en el pecho por una franja negra, arrasó a los rivales de su zona de clasificación: 10 a 0 a San Martín; 2 a 0 a Dínamo; 5 a 0 a Columbia y 7 a 0 a Justicia Social. 24 goles a favor y la valla invicta.
Un par de semanas más tarde Borocotó publicó en su sección Apiladas el siguiente texto:
“El domingo en el que el Sacachispas se clasificó campeón de zona en el campeonato infantil, El general Perón y su esposa se allegaron hasta el field para saludar a los pequeños jugadores. Muy paternal, nuestro primer magistrado dijo: – Les voy a mandar una pelota… – y alguien del cuadro preguntó sugiriendo:
– ¿una para cada uno? –
– Bien…; una para cada uno – contestó el general.
– Yo tengo un hermanito más chico… -fue otra sugerencia.
– Bueno: a vos dos… -respondió Perón, y de pronto, viendo a Toscanito le preguntó:
– Che ¿y los dientes?
– Los tengo en vestuario – contestó el centroforward. Y el presidente largó la carcajada.”
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Aquel mismo día Perón se enteró que esos chicos jugaban en un potrero de Pompeya e inició gestiones para donarles un terreno ubicado en Lacarra y Corrales, Villa Soldati – a seis cuadras del estadio actual – donde pudieran construir su cancha.
Ya en su casa propia, el equipo adoptó los originales colores del equipo de ficción, inspirados en las glicinas de la casa de la madre del Lecherito: lila y blanco a rayas verticales. Enterado de la novedad Borocotó decidió encargar una bandera y el episodio, que no sabemos si realmente ocurrió o no, pero que rescatamos por su rigor poético, quedo inmortalizado en las páginas de El Gráfico:
-Blanco y lila – respondí.
El amigo comerciante movió la cabeza en sentido negativo:
-Lila, no tenemos.
Equivalía a no tener sueños, pero se me hacía difícil la explicación. Por otra parte, aunque fuera muy detallada, no creo que se me entendiera. ¿Cómo exponer esa mezcla de recuerdos, sentimientos y nostalgias girando en torno a unos colores que eran todo eso y muchísimo más?
-¿Te es igual el violeta?
Parecido, pero no igual. No podía ser igual. Mi Sacachispas habíase vestido de blanco y lila; el nuevo se vestiría con los mismos colores.
-Es el color de las glicinas – me atreví al decir; mejor expresado, se me escapó.
-¿Qué querés? ¿Qué te haga una bandera con glicinas?
El comerciante tenía sus razones; razones comerciales, duras, frías, como fotografías de gerentes. Para él era igual. Sin embargos ¡es tan distinto!
-A poco de estar al sol el violeta se apaga y se parece lila.
Parece…; un parecido… También este nuevo Sacachispas, nacido a impulsos del amigo Gonzalito a quien viera pedalear por las rutas, tiene un parecido con aquel otro: el nombre, los colores y un poncho de recuerdos. En el andar de los años se sumaron solazos; nuevos soles caerían sobre el violeta hasta irlo tornando en lila.
-Bueno…; hacé la bandera blanco y violeta. Ya que no hay lila…
-Es igual…
Me lo dijo otra vez. ¿Cómo explicarle que no era igual? Recordé la repetida expresión de mi madre cuando tenía que lavar con agua y sal la casaca del Sacachispas: “¿Por qué no eligieron otros colores? ¿No ven que el lila ser corre?”.
Se corre…; ¡sin embargo, cerrando los ojos lo veo tan firme!
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En 1950 se estrenó Sacachispas, una mediocre secuela de Pelota de Trapo, dirigida por Jerry Gómez, con guion de Borocotó y protagonizada por Armando Bo. Pasó sin pena ni gloria ignorada por el público y la crítica. Podría pensarse que el equipo de fantasía se esfumaba en un fundido a negro, dejando paso al de la realidad.
En 1952 el Sacachispas Fútbol Club se oficializó y Ricardo Lorenzo Borocotó, un poco simbólicamente, formó parte de su primer Comisión Directiva. Dos años más tarde, en 1954, se afilió a la AFA y compitió por primera vez en un torneo oficial, el de Tercera de Ascenso, del que participaron siete equipos, se jugó a tres ruedas y en el que se consagró campeón.
Fuentes: Colección revista El Gráfico; Libro El diario de Comeuñas publicado por Editorial Atlántida en 1951; “De trapo somos” artículo de Nahuel Galotta publicado en la revista Un Caño #33 de mayo de 2010 y Blog de estadísticas Historia y fútbol de José Carluccio.