Recuerdo a Huracán del 73 y pienso, de inmediato, en Houseman, inscripto en esa pequeña logia de los wines derechos, locos, los antojadizos, los marginales, junto con Corbatta, Bernao, Ciaccia y muy pocos más. Marginales, incluso en el caso de Houseman por su extracción social, la primera imagen de René la obtuve a través de la televisión en blanco y negro, en un partido nocturno, medio intrascendente que uno mira distraído mientras cena y donde, de pronto, ocurre algo distinto, perturbador, extraño y que hace que uno sacuda la cabeza, se yerga en la silla y vuelque un poco de vino tinto.
Houseman con muy poquitos partidos en Huracán venía corriendo con la pelota pegada al pie derecho, algo desequilibrado, aleteando, como a punto de perder sustentación igual que esas lanchas de carrera que, por el viento y la velocidad, corren el riesgo de tomar vuelo.
Corría, para hacer todo más difícil, sobre la raya de toque, por la derecha, casi haciendo equilibrio. Le salió un marcador, de frente, cubriéndole la línea. Y ahí nose muy bien que hizo ni como lo hizo. Sin perder velocidad, cambió la pelota del pie derecho al izquierdo y del izquierdo al derecho, como si se le hubiera enredado entre los botines, y apareció corriendo a espaldas del marcador siempre con la pelota y sobre la línea. Se escurrió, digamos, por el huequito que quedaba entre la cadera y la axila del defensa y los cinco o seis centímetros del grosor de la línea de cal.
En aquella época no eran frecuentes las repeticiones en la tele, entonces Houseman, como para que yo no me quedara con la intriga, como para mostrar nuevamente el truco a ver si alguno lo descubría repitió la maniobra con otro defensor que salió a cruzarlo por detrás del primero y se fue como una luz hacia el banderín del corner. Otra vez ese esbozo de arranque hacia adentro, la corrección hacia fuera y enderezarla para adelante pasando casi de perfil y sin que, ni siquiera, consiguieran hacerle falta.
Lo más parecido que he visto a Houseman, últimamente, es Orteguita, hasta en lo físico, hasta en la manera que se le caen las medias, resbalándose por unas piernas no demasiado impresionantes.
René era vértigo y freno. Cuando aparecía él, se aceleraba el partido y, como Ortega, había veces que daba la impresión de no tener articulaciones. Salía por derecha y por izquierda con igual facilidad y era, digamos, intuición pura, reflejos, de ese tipo de jugadores que no pueden calificarse, precisamente, de estrategas.
Pero no se ataba a la raya. Se convirtió, a poco de su aparición, en un jugador de todo el frente de ataque y era de aquellos que uno siempre quiere ver, que arrancan exclamaciones de asombro y, en ocasiones, risas de admiración y goce. Flaco, liviano, escurridizo, desprolijo en el vestir, llevaba la pelota a velocidad de vértigo, aderezándola con una enorme cantidad de amagues, de pequeños frenos, de aceleraciones, al punto que había veces en que era la pelota la que lo seguía a él, como un empecinado perro cachorro.
*Extraído del libro “No te vayas campeón”. Sudamericana. 2000.