En el panteón de goles míticos de la historia del fútbol argentino hay uno que quedó un poco desplazado, y que sin embargo en Inglaterra recuerdan como el mejor que haya sido convertido en Wembley en todo el siglo XX. Lo hizo Ricardo Julio Villa para el Tottenham, en la final de FA Cup de 1981 contra Manchester City.
El gol es, sencillamente, una maravilla. Lo es por la inteligencia del jugador para encontrar el lugar exacto por donde filtrarse, por la definición entre un exceso de rivales y por el inmejorable contexto: por ese tanto, el equipo de Londres ganó 3-2 y se quedó con el título más antiguo del país.
Villa arranca perfilándose para patear con derecha fuera del área grande y se va metiendo en un pantanal celeste del que parece que no va a salir. Sin embargo, se hace lugar a fuerza de gambeta y termina definiendo con lo justo con su pierna más hábil.
Golazo, obvio. “Mi intención era patear al arco, pero siempre salía alguien a cerrarme, entonces seguía enganchando y enganchando”, recuerda Ricky en un lindo homenaje que la TV británica le hizo en el 25º aniversario de su tanto. “Fue un gol con un poco de suerte, porque no tenía el control total de la pelota en el último momento, apenas tuve el tiempo de poner el pie. Nada más”, contó. Pueden ver esa entrevista completa, en inglés, acá:
Básicamente por ese recuerdo maravilloso, Villa es venerado aún hoy por los hinchas del Tottenham, que lo aplauden y ovacionan cada vez que se le ocurre pasar por el estadio en White Hart Lane.
Claro, es cierto que Tottenham había pasado a esa final en parte gracias a un zurdazo tremendo del propio Villa, que puso el 3-0 contra Wolverhampton en semifinales.
Después vino la primera definición contra el City, que terminó en empate 1-1 con una curiosidad: el autor de los dos goles fue Tommy Hutchinson, que hizo uno a favor y en contra.
En aquel partido, Villa jugó horrible. Tan mal que fue sustituido a los 68 minutos y se fue directo al vestuario. “Tenía ganas de irme del estadio, la verdad”, contó en aquella misma entrevista. Él quería quedarse en cancha para dar vuelta las cosas, cambiar su imagen, dar una mejor impresión. El DT lo sacó, e incluso se especulaba con que no iba a jugar la revancha. Sin embargo…
En el replay, apenas cinco días más tarde, Villa se lució. Abrió el marcador para los suyos al empujar un rebote que quedó disponible en el área tras una gran jugada iniciada por Osvaldo Ardiles por izquierda. Y después pergeñó su obra maestra. “Fue el mejor partido de mi vida”, confesó. Fue uno que lo marcó a pleno. Y que marcó también a los fanáticos que -todavía hoy- asocian su apellido con una alegría.