Georghe Hagi. Para alguien que creció viendo fútbol en los noventa, ese nombre propio es sinónimo de talento, personalidad y categoría. El mejor jugador rumano de todos los tiempos ha sido también uno de los futbolistas más grandes de dicha década. Argentina lo sufrió en dos Copas del Mundo. El partido más recordado es el de los octavos de final de Estados Unidos 94, sin embargo en esta ocasión repasaremos el de la primera fase de Italia 90. Porque sí.
Era la última fecha del grupo D y tanto la Selección Argentina como la de Rumania necesitaban al menos empatar para asegurar su clasificación. Ambos conjuntos apoyaban su juego en el talento de sus números diez: Diego Maradona y Gica Hagi, la gran estrella del Steaua Bucarest que había sido campeón de Europa años antes. Casi todo lo que podían hacer en ataque era plena responsabilidad de estos cracks. Y no defraudaron.
El video es clarísimo y sirve para entender la enorme trascendencia de Gica en su equipo. Hagi jugaba como enganche, pero además se tiraba a ambos costados, desbordaba, marcaba y llegaba al área. Era capaz de dar el primer pase, de terminar la jugada y de romper el circuito del rival. Podía recibir una tremenda patada de Maradona y minutos después pagarle con la misma moneda.
El partido del “Maradona de los Cárpatos” contra el “Maradona de Fiorito” fue extraordinario. Tiro libre para Rumania. Parece demasiado lejos pero no lo es. Hagi patea a colocar y Goycochea, el mejor Goycochea que el mundo conocerá, saca la pelota casi del ángulo. Poco tiempo después, otra pelota detenida, desde la izquierda. Todos esperan el centro, pero el Diez remata al segundo palo con gran precisión. El arquero tiene la situación controlada, pero en la repetición se ve lo cerca que pasó y, sobre todo, se ve cómo viaja la pelota: sin girar, estática, como teledirigida. Cuatro años después ese disparo terminaría en la red.
Hagi juega y el limitado equipo albiceleste sólo puede pararlo con faltas. Hasta Maradona le pega. No una, sino dos y tres veces. Tiene libertad para moverse por el mediocampo y si no la tiene, se la fabrica. En el segundo tiempo, recibe un balón en campo rival, encara hacia adentro y sale hacia afuera. Atrás queda Jorge Burruchaga. Lo supera en velocidad y luego le sale al cruce Juan Simón. La tira larga y, cómo no, le gana al esfuerzo casi criminal del defensor por detenerlo. Ya está adentro del área, pero sin ángulo para definir. Entonces, levanta la cabeza (siempre) y lo ve venir a Gavril Balint, quien remata a las manos de Goycochea. Corre y piensa Gica. Sí, se podían hacer las dos cosas.
Lo baila a José Basualdo, se la muestra a Sergio Batista, lo supera en velocidad a Pedro Monzón, lo marca con criterio a Claudio Caniggia. Eso hace Hagi. Y tira un taco. Dos tacos. El segundo, hermoso y efectivo. Porque cambia todo el sentido de la jugada. El equipo rival se está moviendo hacia la izquierda, se está rearmando en ese sentido. Entonces, ese pase inesperado para Ioan Lupescu cambia el frente de ataque y sorprende a todos. Rumania acelera la jugada, que termina en el gol del empate. Todo gracias a un taco de Hagi. Todo gracias a Hagi, como siempre.
Cuatro años más tarde, Gica volvió a brillar contra Argentina, esta vez para hacer historia y eliminar al subcampeón del mundo en octavos de final. Y siete años después, la víctima es Irlanda. Contra cualquier rival, Hagi daba cátedra. Por suerte nos quedan estos recuerdos.