No necesito a Freud para que me explique mi preferencia por el fútbol de ataque, la admiración por los extremos ágiles y el desdén por el catenaccio. Tengo muy claro el escenario y los protagonistas del momento iniciático: Estadio Nacional de Lisboa, Celtic frente al Inter. Primera final que recuerdo de la Copa de Europa.
Imágenes en blanco y negro. En mi caso, una temprana curiosidad por el fútbol inglés, pero sin noticias del escocés. Un año antes, había visto en un bar la final Inglaterra-Alemania del Mundial. A un juvenil de mi barrio le llamaban Bobby, por Bobby Charlton, aunque su nombre era Javi. Un año después jugaría en el Athletic. Sí, era bueno. Luego fue famoso. La final de Lisboa fue la primera que conquistó un equipo británico. Las once ediciones anteriores habían pertenecido a los equipos latinos, unos adelantados a la globalización. Aprovechaban las rendijas reglamentarias para abastecerse de las colonias, caso del Benfica, o detectar los mejores talentos sudamericanos, o inaugurar el gran mercado futbolístico con fichajes sonados. Ninguno más impactante que el de Luis Suárez por el Inter.
Frente a aquel incipiente afán globalizador, el Celtic representaba el romanticismo local. De los 15 jugadores que viajaron a Lisboa, 14 habían nacido a menos de 20 kilómetros de Glasgow. Su extranjero era el elegante Bobby Lennox, nacido a 48 km de Celtic Park. No me conmovió el vínculo barrial con el equipo. Lo desconocía. Lo que me atrapó fue el emocionante asedio del Celtic al ultradefensivo Inter de Helenio Herrera. Su catenaccio gobernaba el fútbol. Era la tercera final del equipo italiano en cuatro años. Había ganado las dos anteriores. El equipo se sentía tan seguro que dio por conquistada la final en el minuto 7. Mazzola transformó un penalti y el Inter cavó la trinchera en su área. Sólo remató dos veces.
Se dice que el Ajax acabó con el imperio del catenaccio. No es cierto. Lo destruyó desde el lado táctico, pero el Celtic lo destrozó desde el lado poético. Fue una marea maravillosa, abrumadora. Dirigido por Jock Stein, el Celtic remató 39 veces, estrelló dos remates en el palo y remontó. Juego veloz, de combinaciones cortas, máximo dinamismo, gente de clase en la banda izquierda –Bertie Auld y Bobby Lennox– y un diminuto pelirrojo en la derecha. Se llamaba Jimmy Johnstone. Jamás había oído hablar de él. Aquel diablo trató a Facchetti como si fuera un don nadie. Para un crío de diez años, fue mucho más fácil admirar al apasionante ataque del Celtic que a la carcelaria defensa del Inter. Y ahí seguimos.
Esta crónica está extraída del interior del #Panenka43, un monográfico sobre los 60 años de la Copa de Europa.