Está claro que el máximo especialista, al menos argentino, en el tema de la rabona es Claudio Borghi. Es la autoridad, no hay discusión. El número uno, un crack. Con esa acción lo hemos visto hacer maravillas: meter goles, tirar centros milimétricos o hasta cambiar de frente tirando la bola medio bombeada como hizo este día con la Selección.
Sin embargo, el Bichi se cansó de decir que su estética pirueta venía a suplir un defecto, una deficiencia: la imposibilidad de jugar con la pierna menos hábil, en su caso la izquierda. Lo debe haber asegurado unas doscientas cuarenta mil veces. Hasta convertirlo casi en un lugar común.
Hace un par de semanas, cuando Erik Lamela metió un gol increíble con el Tottenham, pegándole desde la puerta del área de rabona, lo primero que salió fue elogiar. Claro, alcanza con mirar la jugada un par de veces para darse cuenta de que, en caso de pegarle de derecha, podría haber puesto la bola en el mismo lugar y hablaríamos de un gran gol, aunque no de uno inolvidable.
Lo que hace especial al gol de Lamela es justamente lo innecesario de su gesto. Tiró un lujo, un chiche, agregó un plus al espectáculo. ¿Y por qué no hacerlo entonces, si uno sabe cómo?
Increíblemente el ejemplo más claro de los riesgos al ejecutar una rabona lo entregó el propio Borghi, en una jugada clave de un clásico en Chile, el 12 de julio de 1992.
Jugaba Colo Colo contra Universidad de Chile, en el Estadio Nacional. Seamos claros, era un River-Boca, el partido más importante del país.
El árbitro cobró un penal dudoso (que pueden juzgar en el video) a favor de Colo Colo. Borghi se paró enfrente de la pelota. Pateó. Atajó Superman Vargas, el ex arquero de Independiente que se hizo ídolo en la U. La pelota le volvió a Borghi, que en lugar de adelantar el cuerpo y buscar pegarle con la izquierda, la esperó para definir de rabona. El arquero estaba tirado en el piso, y ese pequeño instante en que el Bichi dudó fue suficiente para que se recompusiera y atajara el rebote. Acá está la acción:
Un par de cosas para aclarar. La primera es que el Bichi no le entra del todo bien en la segunda jugada, y la tira más o menos al cuerpo de un arquero que aún cuando tuvo más tiempo estaba bastante limitado en cuanto a la respuesta que podía dar. La segunda es que Borghi parece dudar. No se decide desde el principio a pegarle de zurda, ni está enteramente convencido de entrarle de rabona. La falta de confianza en la gamba de palo le juega una mala pasada. Entonces deja venir la pelota y pierde un microsegundo valioso.
El partido terminó 2-0 a favor de Universidad de Chile y quedó en la memoria colectiva como un acto heroico de Superman (no, no me estoy haciendo el gracioso), más que como un fracaso del pateador. Debe haber sido una de las pocas veces en que una rabona no le rindió al Bichi. A nosotros nos sirve, aún hoy, para analizar que detrás de los elogios a Lamela subyace un riesgo.
Un riesgo, ni más ni menos. Que puede dar rédito o generar un problema. Un problema acaso inolvidable, para la historia como le sucedió a Borghi. Un riesgo, nada más.
Claro, eso no quiere decir que no haya que tomarlo. ¿Y para qué? Mejor que lo explique el propio Borghi.