El 12 de octubre de 2014, a los 70 años, murió Roberto Telch.
Para muchos más jóvenes Telch es apenas un nombre. Para otros más viejos, La Oveja es el símbolo de una era para San Lorenzo. Un tipo que se calzó la camiseta azulgrana 415 veces (es el segundo en presencias, detrás justamente de su gran amigo, su hermano del alma, el Sapo Villar, quien jugó 446 veces en San Lorenzo), que estuvo en la Primera el club entre 1962 y 1975, que dio cuatro vueltas olímpicas (Metro 68, Metro 72, Nacional 72 y Nacional 74) y que entregó durante más de una década un estilo de juego en la mitad de la cancha de San Lorenzo. La Oveja jamás iba al piso, siempre estaba erguido, elegante, con un anticipo fuera de lo común para la época y con una capacidad de distribución poco habitual. Venía, tal vez, de la escuela de Coco Rossi, justamente su predecesor en el puesto.
Varios hechos vuelven a mi memoria cuando pienso en la Oveja Telch. Pero los voy a resumir e solo tres.
El primero no lo viví pero me lo contó mi abuelo Alberto. Se trata del debut de Telch en la Selección, a los 21 años, ante Brasil (campeón el mundo vigente), en la Copa de las Naciones, en el estadio Pacaembú de Sao Paulo. La Oveja entró cuando Argentina ganaba 1-0 con gol de Ermindo Onega y en lugar de Mesiano, lesionado después de una agresión de Pelé. Telch marcó el segundo y el tercer gol para un 3-0 insólito de Argentina sobre Brasil, en una época en la que los triunfos de la Selección Nacional eran cosa rara.
Otra imagen que tengo, con apenas 11 años, es la de La Oveja convirtiéndole el primer gol a River, en el Monumental, el 10 de diciembre de 1972, en la última fecha de la clasificación para las finales del Nacional 72. Telch marcó el 1-0 después de quitar en el medio, correr 35 metros y picarle la pelota en forma exquisita a Perico Pérez por sobre el cuerpo. Recuerdo que grité el gol como loco, en la platea de River (me había llevado a la cancha mi tío Eduardo, hincha de River), y que lo peor que pasó fue que alguno le dijera a mi tío: “Che, decile al pibe que no grite tanto”. Otras épocas, vale decir.
Y el último recuerdo es en la cancha de San Lorenzo. Fueron décadas de verlo pasearse con su cabellera gris, siempre al lado del Sapo Villar y vestido con la ropa del club. Porque si algo caracterizaba a Telch era que era de San Lorenzo. Y siempre estaba allí.
Dijo el Negro Fontanarrosa en “Desventajas de una manta corta”, un relato del libro No te vayas campeón.
“Aquel San Lorenzo de Los Matadores giraba en torno a dos incansables trajinadores del medio ampo: Rendo y el Oveja Telch. Tal vez Rendo más imaginativo y pequeño, más comprometido con el armado del juego ofensivo, y Telch más apto para la contención y el quite, con una característica poco usual en ese tipo de jugadores: su limpieza. Telch era una extraña especie de volante recuperador que no cifraba toda su eficacia en la potencia física o en el revolcón permanente. Apodado frecuentemente El Pulpo por los relatores radiales (no creo que le dijera así en su casa) era un morocho ruliento cuya cabeza parecía (según los cordobeses) un plato lleno de uvas. De físico más bien magro y fibroso, incansable, merodeador permanente de toda la zona central del terreno y con un raro olfato y sentido del tiempo para estirar la pierna en el momento exacto, frenarse en el instante preciso para no comerse el amague y una pericia notable para acomodar el cuerpo y defender la pelota cuando ésta ya estaba ganada, o para ganarla cuando estaba en disputa, similar a la que puede mostrar. hoy por hoy, Christian Bassedas. Hábil, además, de buen manejo, redondeaba su aporte no solo cortando o interrumpiendo el juego del rival a costa de falta o de tirar la pelota afuera, sino que quitaba y apoyaba sobre el mismo corte, o robaba y se iba él con la pelota. Liviano, versátil, capaz de arrancar bien de atrás y llegar al gol por los costados del área, uno de los puntales de aquel conjunto práctico y combativo.”