Cuando el arquero Carlos Marcelo Bangert empezó a practicar con el plantel profesional de Deportivo Armenio, Videla y otros genocidas gozaban de un indulto otorgado poco tiempo atrás. Transcurrieron más de dos décadas, y Bangert acaba de retirarse en Defensores de Belgrano, casi simultáneamente con el fallecimiento de Videla en una prisión común.
Es sólo un ejemplo de lo que ocurrió durante los veintidós años de carrera de Bangert, desarrollada íntegramente en el fútbol de los sábados, salvo un semestre en la A. En el ínterin pasaron ocho clubes, dos ascensos y más de 600 partidos oficiales.
A los 41 años, explica su retiro con sencillez: “Ayudó un poco la mala campaña de Defe para decir basta. No estoy arrepentido de la decisión. Llegó en el momento justo, en el lugar donde yo quiero. No te digo que estoy feliz, porque siempre hay un poco de melancolía. Pero sucedió como lo había soñado: tenía que ser en Armenio o en Defensores. Y se dio acá, en Defe”, cuenta.
“En el Ascenso siempre tenés que pelear, siempre falta algo: agua caliente, pelotas… O entrenás en la calle, o no te pagan…”
-¿Pensaste lo que cambiaron el país y el fútbol desde que arrancaste?
-Yo creo que está todo relacionado. El fútbol no escapa a la realidad de un país, y es cierto eso de que se juega como se vive. No me tocó de lleno lo de los militares, pero sí lo de un presidente en los noventa que fue muy criticado. Y ahora el panorama es distinto. En cuanto a las diferencias entre las dos épocas, como jugadores la libertad siempre la tuvimos. Ahora existe un apoyo al fútbol gracias al aporte que está haciendo el Estado. Esto es una ayuda para las instituciones y los jugadores, en particular del Ascenso, para el tema sueldos y la tranquilidad de cobrar. Otra diferencia es que hoy hay un gremio que es fuerte y beneficioso para el futbolista.
-¿Y en el juego propiamente dicho, qué se ha modificado?
-Se juega duro y menos, se corre mucho más que hace veinte años. Hay menos tiempo para pensar. Tenés que decidir en menos tiempo y por ahí no decidís de la mejor manera. Se ha hecho más profesional. Para eso ha influido la globalización, que hizo que copiemos cosas que llegan de afuera sobre preparación física y táctica. Las canchas también han cambiado. Los espectáculos no son como a uno le gustaría, pero creo que los equipos que intentan jugar son los que obtienen mejores resultados.
-Por lo general, los pibes quieren ir al club del que son hinchas ¿Cómo llegaste a las Inferiores de Armenio?
-De chico, mi ídolo era Luis Islas. Pero siempre viví en Don Torcuato, en zona norte, y en 1986, en seis meses Armenio había pasado de la C al Nacional B y tuvo que hacer una reestructuración de las Inferiores, agregar categorías. Así que el señor Martelli, uno que organizaba campeonatos de barrio, empezó a recolectar gente de la zona. Faltaba un arquero y me metí. Yo tenía 15 años, estaba en el secundario y no se me pasaba por la cabeza ser jugador de fútbol. Así empecé en Séptima.
-¿Cuándo fue el debut?
-En agosto de 1992, 1-1 con Los Andes en Ingeniero Maschwitz. Yo entrenaba desde hace casi dos años con el plantel de Primera. El que me había subido de la Cuarta fue el DT Alberto Parsechian. Luego agarró Oscar Martínez, que hizo muy buena campaña, y ya quedé yo atajando.
-En Armenio te pudiste mostrar y apareció una gran oportunidad.
-En 1994 perdimos con Los Andes la final del Reducido para subir al Nacional B. No sé si técnicamente fue el mejor equipo que integré, pero sí el que más me marcó. Porque sufrimos mucho, ya que no cobrábamos nunca, porque varios veníamos de las Inferiores. Es emotivo hablar de esa campaña. Para entonces, Armenio era filial de San Lorenzo. El mánager era Jorge Castelli, que fue de DT a Newell’s y nos llevó a Smaldone y a mí a préstamo. En lo deportivo no me fue bien. Tenía adelante a Scoponi. Jugué tres partidos en Primera.
-Me imagino el contraste que significó ir a Newell’s viniendo de Armenio.
-Muy grande. Yo venía de jugar una final en la que hubo más Bangert en la tribuna que hinchas de Armenio. La verdad es que lo de Newell’s fue una experiencia bárbara, jugar con la cancha repleta.
-Sí, pero en Armenio no tenés presiones ni “visitas” en la semana de “socios caracterizados”.
-Hay que ver las situaciones. En ocasiones uno piensa que está muy cómodo; en otras, que viene bien algo de presión. Pero sí, estamos viviendo una locura, con un exitismo muy grande, y eso no está bueno. La tranquilidad en Armenio la tenés y muchas veces la disfrutás. En cambio, en otro club podés estar mal y las presiones se sienten y son perjudiciales.
-¿Y después de Newell’s?
-Armenio primero me prestó seis meses a Quilmes, donde no alcancé a jugar, y luego otro semestre a Tristán Suárez. Volví a Armenio en el ‘96. Una temporada y después arreglé jugar dos años por el 20%. Ganamos el Clausura ‘98, pero El Porvenir nos derrotó en la final y subió. En el ‘99 quedé con el pase en mi poder y el Flaco Martínez me llevó a Defensores de Belgrano.
-Allí ascendiste en la 2000/01, luego de unas recordadas y accidentadas finales con Temperley. ¿Qué pasó en el partido de ida?
-Fue en Temperley. Terminó el primer tiempo 0-0, entramos al vestuario y salió alguien de Temperley y le pegó un trompazo a Hugo Rodríguez, partiéndole la nariz en tres. Se armó una batahola fenomenal y el árbitro suspendió el partido. A todos nos sorprendió lo que ocurrió. Nunca se supo quién fue el agresor.
-Se dijo que ustedes habían exagerado.
-Los jugadores de Temperley vinieron a corroborar a nuestro vestuario que efectivamente Rodríguez había sido agredido. Nadie podía creer lo que había ocurrido. Los más perjudicados eran ellos. Los rumores decían que había sido un directivo local. No sé, yo no puedo asegurar si la directiva de ellos quería ascender. Seguro que no fue un jugador; el jugador siempre quiere ascender. La cuestión es que después se lo dieron por perdido, y en la revancha ganamos 2 a 0 y ascendimos.
-Una temporada en la B Nacional con Defensores y en 2002 volviste a la B Metropolitana firmando para Ferro.
-Sí, pero yo me fui de Defensores porque me salió una excelente oferta para ir a Turquía. Tenía los pasajes para la familia, todo preparado, y a una semana de viajar se cayó todo. El libro de pases de la B Nacional ya había cerrado y estaba en mi casa sin nada, hasta que me llamaron de Ferro. Ascendimos y jugué dos años en la B Nacional. En 2005, Duró, que me había dirigido en el Defe campeón de 2001, me llevó a All Boys. La campaña no fue buena. De ahí pasé a Brown. Me quedaba lejos Adrogué de Don Torcuato, pero luego de un año agitado, buscaba tranquilidad y ahí la tuve. Es un club muy ordenado para trabajar. Y me quedé cuatro años.
-¿Y por qué regresás a Armenio en 2010?
-Armenio estaba complicado con el promedio del descenso y Noray me llamó. Estaba de DT un ex compañero mío, Fernando Ruiz, que necesitaba gente con experiencia. Terminamos sextos y entramos al Reducido. Me quedé un año más. Y cuando ya dudaba si seguir o no, me llamó hace un año Duró para Defensores de Belgrano, un lugar que quiero y donde me quieren.
-¿Te venías preparando laboralmente para el retiro?
-Con un socio arrancamos desde hace un año con una empresa de servicios para piscinas. En 2005 me recibí de DT y ejercí en countries. También soy entrenador de arqueros, personal trainer y abrí una escuela de arqueros en Pilar.
-¿Qué representa el fútbol de Ascenso para los hinchas y para los jugadores?
-El hincha del Ascenso es más pasional. Para los futbolistas… En la vida hay que lucharla permanentemente. Las cosas no vienen solas, uno las tiene que ir a buscar. En el Ascenso pasa lo mismo. Te educa: siempre tenés que pelear, siempre falta algo: agua caliente, pelotas… O entrenás en la calle, o no te pagan… Siempre hay algo que no te deja. El día ideal en el Ascenso no existe. Somos laburantes de verdad.
NdE: Este artículo fue publicado originalmente en el número 60 de la revista Un Caño, junio de 2013.