-¿Quién era mejor, Pelé o Maradona?
-Pelé -afirma Horacio Amable Torres sin dudarlo un segundo. La eterna rivalidad en el fútbol entre argentinos y brasileños parece no preocuparle. ”Cabeceaba y pateaba con las dos piernas, por eso era más que Maradona”, se justifica ante su acto de herejía. Nunca le importó el qué dirán, siempre pensó y actuó a su parecer.
En la jerga futbolística se lo podría describir como guapo, atrevido, pero ahora está lejos de aquel cinco aguerrido que trababa y metía en mitad de cancha, jugando para Chacarita, San Lorenzo, Quilmes, Sarmiento de Junín o Almirante Brown. Todo un trotamundos del fútbol argentino. ”Y ahora está más mansito”, dice Serafina, su esposa, en un tono agridulce porque la calma de Horacio es producto del Alzheimer, enfermedad neurodegenerativa que se caracteriza por la pérdida progresiva de la memoria, que lo mantiene indefenso en una silla de ruedas.
No le tembló el pulso en el ’66 para firmar contrato como director técnico de Atlanta luego de haber jugado y dirigido en el eterno rival, Chacarita, club del que es hincha. ”Cuando jugaron el clásico lo fui a ver, me quedé conmocionado por la cantidad de insultos que le gritaban. Era chiquito, tenía ocho, nueve años. Él siempre decía que no había matado a nadie, que simplemente hacía su trabajo”, cuenta Eduardo, hijo de Horacio. ”Hoy en día la prensa es más amarillista con respecto a jugar o dirigir en el bando contrario”, opina mientras Serafina, su mamá, prepara unas berenjenas al escabeche, que según ella, son su fuerte junto con la pastafrola. Sobre aquel partido, una particularidad: Pepe Vázquez, otro ex Chacarita, hizo el gol. Así que aquella tarde quedó marcada por la traición futbolera y una catarata de insultos.
La entrevista llega a su cuarto intermedio porque la concentración está puesta en las berenjenas. Horacio ni siquiera las prueba, otra herejía de su parte. Prefiere unas empanadas de la noche anterior, pero apenas come una. ”Sabe que hice pastafrola y quiere eso”, afirma Serafina, enojada por la conducta infantil de su esposo. ”Comete otra porque si no no hay postre”, lo advierte y reprende como si fuese un nene que no come las verduras.
– Horacio, ¿salado o dulce?
– Dulce (y se le suelta una carcajada).
– ¿Por qué sonreís?
– Porque hizo pastafrola.
Hay quienes sostienen la teoría de que la felicidad son momentos. Si hubiesen visto a Horacio devorar la pastafrola, hubiesen comprobado su hipótesis. ”Horacio, comé más despacio y dejá un poco para la noche”, lo reta nuevamente Fina, que prefiere que la llamen así, en un rol más maternal que conyugal. Horacio no responde, está compenetrado en el postre. Tal vez por lo rica que está o porque le cuesta hacer dos cosas a la vez.
– Horacio, ¿qué comiste antes de la pastafrola?
Piensa, frunce el ceño, mira a Fina a ver si le sopla la respuesta como si se tratara de una prueba de la secundaria, pero no logra recordarlo.
– No sé
– ¿Y cuál era la dupla de ataque de Atlanta del ’66?
– Cabrera y Fernández.
Jorge Fernández fue el autor del único gol del partido en el cual Atlanta le ganó a River en el Monumental, por la fecha 28 del Campeonato de 1966, toda una hazaña para el conjunto de Villa Crespo y otro hecho destacable en su carrera como entrenador.
Su pasado es lo más fresco dentro de su deteriorada memoria, una particularidad de la enfermedad. Tuvo una exitosa carrera deportiva, ya que jugó y dirigió en varios clubes, pero uno de sus grandes logros en la vida fue haber sido director técnico de la selección argentina de fútbol. Estuvo menos de un año, un lapso entre 1963 y 1964, tan sólo ocho partidos, sin embargo se dio el lujo de ganarle al Brasil de Pelé en Sao Pablo, por la Copa Roca. ”2-3 terminó aquel encuentro”, alardea Horacio. Debido a su corto mandato, son pocos quienes lo recuerdan en semejante puesto, incluso él mismo poco a poco se va olvidando. La imagen de Horacio Amable Torres con el traje de director técnico de la selección se va borrando paulatinamente de su cabeza, como tantos otros recuerdos.
Eduardo comenta que el Alzheimer se desarrolló lentamente gracias a la buena condición física, producto de su carrera deportiva. También agrega que tardó más de lo normal en necesitar la silla de ruedas en la que hoy permanece todo el día.
La entrevista llega a su fin, Eduardo también tiene que irse porque tiene un partido de fútbol. ”¿Cómo juega tu hijo?”, le pregunta Fina. Horacio contesta con la mano, rotándola, en señal de ”más o menos”. Eduardo se ríe y confiesa que es una muletilla de su papá, que siempre responde lo mismo ante esa pregunta. Antes de que Fina abra la puerta, una última pregunta:
– Horacio, ¿Maradona o Pelé?
– Maradona.
Fina y Eduardo ríen para no llorar.