Solo con mirar ese cielo luminoso, levantando sus cabezas en línea recta, ninguno de los que está ahí, esa tarde soleada, puede decir que se encuentra dentro de la prisión de máxima seguridad más importante de la Argentina. Antes, cuando Buenos Aires no se había expandido hacia el norte, ese solar había sido un descampado como tantos otros. Después, cuando varias familias paquetas lo rodearon con barrios adinerados, la Penitenciaria Nacional cedió su lugar al Parque Las Heras.
En 1948, Benjamín Delgado corre por la punta izquierda de una cancha improvisada en el patio de la prisión y se mete en el área, de cara al gol. La pelota le queda justa y el Negro Delgado no pierde tiempo en “fusilar” a otro presidiario que hace de arquero. No será ni el primero ni el último fusilamiento ahí. Antes, a unos metros de donde se desarrolla esa jugada, Severino Di Giovanni murió gritando “¡Viva la anarquía!”. Después, 25 años después, el general Juan José Valle se despidió de su hija para afrontar la orden de ejecución que Aramburu no se animó a firmar, mientras otros sublevados contra la dictadura eran fusilados en Lanús y en José León Suárez.
Esa tarde en que el Negro Delgado vuelve a vestirse con los colores de Boca Juniors no hay nadie con frac, galera ni zapatos de baile, pero muchos se permiten reír, aunque estén en una cárcel. Por ejemplo, Oscar Lupo, invariable pareja de Benjamín en el ala izquierda de Atlanta y de San Fernando en los años 20, que no olvidó a su compañero aunque ya hace más de dos décadas que no tiran una pared.
Lupo y periodistas de varios medios están ahí para abrazar al Negro y celebran que su amigo recupera la sonrisa, con una pelota en los pies, después de siete años en prisión. “Seis años en el oscuro presidio de Ushuaia y uno que va llevando aquí significan encierro amargo para quien gustara del aplauso de las multitudes a pleno aire, a plena libertad, y a quien vimos nuevamente corriendo por el wing”, explica el cronista de El Gráfico.
Se están jugando las finales del primer campeonato interpenitenciario, una creación del director de Institutos Penales durante el peronismo, Roberto Pettinato. “Tenemos aquí el mismo sol pródigo y bienhechor de las rumorosas canchas porteñas”, dice el padre del conductor de TV. La prensa también se suma al esfuerzo por rehabilitar a los convictos ante la sociedad. “Vestidos de sport y compitiendo, los penados dejaban de serlo, al punto de parecernos imposible que lo fueran”, dicen. Un espectador agrega: “Si yo fuera director los pongo a todos en libertad. Miren que caras de buenos que tienen”.
Antes de esa tarde, mucho antes, el Negro Delgado había sido una de las figuras del fútbol argentino, en los últimos años del amateurismo. Debutó en 1922 con la camiseta de Tigre. El año siguiente lo jugó con la de San Fernando. Por su velocidad y desborde le dieron un lugar en la Selección. Su primer partido internacional fue en una derrota 0-2 ante Paraguay, en mayo de 1923. Ese día, por orden del capitán argentino, el arquero Guillermo Magistretti, Delgado erró un penal a propósito, porque consideraban que había sido mal cobrado, según reconstruye el periodista Julio Macías.
En julio de 1926, Delgado se sumó a Boca Juniors para reforzar al equipo de la gloriosa gira del 25. Signo del amateurismo vigente, ese mismo mes también jugó para Atlanta y para San Fernando, consigna el historiador Edgardo Imas. Estuvo diez meses en el club de la Ribera. Junto a Américo Tesorieri, Mario Fortunato, Roberto Cherro y Mario Evaristo ganó el campeonato y la copa de la Asociación Argentina de ese año.
Cuando llegó el profesionalismo, sus mejores años ya habían pasado. Regresó a los títulos de los diarios el 17 de septiembre de 1940, en la sección policiales. Durante una discusión violenta con su mujer, que le pidió que se vaya de la casa, Delgado, según crónicas de la época, sacó un arma y le pegó cinco tiros. Luego, intentó suicidarse con un disparo en la sien pero, pese a las heridas, sobrevivió. Fue condenado a 18 años de prisión por el femicidio y enviado al temible presidio de Ushuaia “como el recluso 157”, cuenta Andrés Burgo en este excelente perfil.
Los años de futbolista le dejaron a Delgado muchos amigos en la prensa que intentaron minimizar su crimen e impulsaron su perdón. Entre ellos el prestigioso Borocotó, figura de El Gráfico, que en una ocasión lo visitó en prisión junto a un colega brasileño que quería fotografiarlo. El Negro se negó por que no quería “parecer un preso”. En los diarios de la época, cuenta Burgo, se podían leer frases como esta: “Lo de Delgado fue un mal momento del que no está libre ningún mortal”, “Una mala hora ha roto una vida intachable” o “No todos los que se hallan condenados son autores de espantosos crímenes”. Delgado por su parte, decía: “Fue en defensa propia, si no me mataba a mí” y se ilusionaba con recibir un perdón presidencial: “Yo confío en el General”.
A fines de 1947, Perón cerró la prisión del fin del mundo. El Negro y otros 83 detenidos fueron trasladados a la Penitenciaría Nacional. El enviado de El Gráfico que lo ve desbordar una y otra vez por la izquierda, en el patio de la cárcel sobre la avenida Las Heras, no pierde la oportunidad para pedir por su liberación: “Conducta ejemplar, arrepentimiento sincero, Delgado es querido y respetado a la vez, no siendo difícil que su buen comportamiento rebaje su condena y recupere pronto la libertad perdida”.
Después de aquella final interpenitenciaria, la noche del 5 de junio de 1948, Benjamín Delgado recibió el indulto presidencial con el que tanto había soñado en sus 7 años, 8 meses y 18 días en prisión. Dicen que fue Evita la que convenció a Perón de perdonarlo, atenta a los insistentes pedidos de la prensa, de sus excompañeros, de los campeones de la Copa América de 1947 y de la directiva de Boca, que habría presentado un petitorio firmado por más de cien mil hinchas xeneizes.
El documento, con la rúbrica de Perón, viajó primero a La Boca y de allí una comitiva de directivos del club, liderada por su presidente, David Gil, se trasladó hasta la cárcel para entregarle la orden de liberación a Pettinato padre. “Cuando el guardián abrió la celda de Delgado y le dijo que lo acompañara, el ex crack rompió a llorar como una criatura”, contó Crítica. A La Razón, el Negro le prometió buena conducta: “Seré el mismo Delgado de antes. El Delgado bueno. He sufrido todo lo que puede sufrir un hombre que, después de haber cometido algo horrible, alcanza a tener la exacta noción de su irreparable actitud”.
Ese domingo, Benjamín dio una vuelta olímpica por la Bombonera antes del partido entre Boca y San Lorenzo. Meses después, se mudó a Rosario con una nueva pareja. Tuvieron una hija pero a los pocos años esa relación también estaba terminada. Delgado se enteró que su nueva mujer tenía una relación con un descargador de reses del Mercado Central. El 4 de noviembre de 1953, el Negro los esperó en la oscuridad de una esquina rosarina y cuando pasaron hizo, una vez más, cinco disparos. Fue detenido por el asesinato del hombre y encarcelado, cinco años después de haber salir de la prisión. Nunca se volvió a saber de él.
El pasado suele ser el futuro. Nadie lo supo mejor que el Negro Benjamín Delgado.