De Santos, como reza su apodo, en realidad poco tenían aquellos salteños. Serían jóvenes y de la orden de los antonianos esos hinchas, pero nada sordos. Demasiado literales tal vez. Porque cuántas veces, aún en el norte del país, se escucharon cosas como el provocativo “le afanamos la bandera/ que la vengan a buscar…”.
Una tarde de 1997, en la mismísima final del torneo local, un clásico terminó en toma de rehenes. Y todo por un trapo. Bah, un trapazo de 35 metros de largo por 6 de ancho con el azul, blanco y marrón de Juventud Antoniana. Nada de dos por uno y esas medidas perrotistas. Se leía bien clarito: “La barra del Negros Siares – 25 años”, en homenaje a un personaje de la capital provinciana identificado con el equipo de los franciscanos apadrinados por San Antonio de Padua.
Claro, se leía bien clarito… pero desde la tribuna de enfrente. La inteligenzia Cuerva, la barra del popularísimo Central Norte, se había llevado flor de trofeo durante la noche previa a la finalísima del Frai Honorato Pistoia, la cancha-sede de Juventud. Fue ahí, antes de la incesante lluvia de piedras, cuando se escuchó nuevamente el más cruel y real “l afanamos la bandera/ que la vengan a buscar…”.
Ficharon a un par de perejiles y se los llevaron arrastrando 100 metros, de punta a punta del estadio. La barra de Juventud Antoniana se llevaba a cuatro hinchas de Central Norte como rehenes. Los había secuestrado en términos técnicos. Es más, uno tenía en brazos a su hijo de cinco años.
Y así fue. De por sí, el escenario era particular. No desconocido, particular. Juventud era local en cancha de Central Norte. Así que el local estaba en la tribuna visitante, el visitante en la local, y la confusión a los cuatro costados del estadio Doctor Luis Güemes. Así, con sed de profunda venganza (aunque hace años que la cancha está inutilizada oficialmente por la falta de agua), los antonianos no dudaron. Un grupo comando de cincuenta hinchas entró a la cancha para hacer justicia por mano propia. Con la policía mirando hacia Jujuy, aprovecharon para derribar un portón y meterse de cabeza en la tribuna rival.
Tarde. La bandera ya no estaba en pública exhibición.
Los muchachos estaban jugados. La fueron a buscar y todo terminó en engaña pichanga. “¿Qué hacemos”?, se consultaron entre ellos. Y uno no lo dudó. Ficharon a un par de perejiles y se los llevaron arrastrando 100 metros, de punta a punta del estadio. La barra de Juventud Antoniana se llevaba a cuatro hinchas de Central Norte como rehenes. Los había secuestrado en términos técnicos. Es más, uno tenía en brazos a su hijo de cinco años. Fue el primero en zafar. El resto….
En cinco minutos estaban en la tribuna de enfrente. Una locura. Nadie los tocaba, pero tampoco podían escapar. Hasta que la policía, 15 minutos después, al fin intervino. Un grupo de 30 efectivos apareció con la bendita bandera, aunque se la llevaron para la comisaría porque había una denuncia de hurto.
También hubo robo en el partido. Ganó Central Norte 3 a 0 y salió campeón local, aunque todo se suspendió dos minutos antes del cierre por piedras, corridas varias y más piedras. El balance habla de 30 detenidos, un herido por caerse de una tribuna y cuatro rehenes liberados. Ah, y de una bandera devuelta. Escrita y meada por toda una hinchada. Pero devuelta.
*Publicado en el número 1 de Un Caño. Septiembre de 2005.