Por su corrección, su coraje y su fina estampa, lo llamaban El Caballero del Deporte. Su condición de arquero y extranjero no impidió que por su ascendencia y el respeto que inspiraba entre sus compañeros -Pedernera, Labruna, Moreno, Rossi, Vaghi, las vacas sagradas de entonces– fuera designado capitán de La Máquina, aquel equipo de River que fue el máximo exponente del estilo criollo durante la mejor década del fútbol argentino.
Cuentan que para hablar con el árbitro en su carácter de capitán durante los partidos, Soriano, respetuosamente, se quitaba la gorra. Sólo un gesto si se quiere, pero que señalaba su formación, distinta a la del típico futbolista argentino de aquellos años.
De hecho había llegado a ser un jugador profesional sin proponérselo. En su Chiclayo natal jugaba al básquetbol y trabajaba como agrónomo en una hacienda azucarera, en la que tenía a su cargo a más de doscientas personas. Allí, para aprovechar su imponente estatura, un día le propusieron que atajara para Los Diablos Rojos, el equipo del pueblo. Lo hizo tan bien que fue seleccionado para el combinado provincial y luego, sin haber atajado nunca en un club profesional del Perú, convocado a integrar la Selección Nacional en el Campeonato Sudamericano de 1942.
Poco antes, en 1941, los jugadores de Independiente de Avellaneda de gira por Perú, fueron invitados por un filántropo amigo de Soriano a jugar un partido en Chiclayo. Allí el arquero tuvo oportunidad de conversar largamente con Sastre, Erico y De La Mata, las estrellas de aquel equipo y entabló especial amistad con su colega, el arquero Fernando Bello, quien lo interiorizó de las dificultades laborales que padecían los jugadores profesionales en el medio argentino.
Después de su muy buena actuación en el Sudamericano de Montevideo, Soriano recibió varias ofertas de clubes argentinos, pero las rechazó a todas y volvió a Chiclayo. Un día se apareció en la hacienda Florencio Sola, el presidente de Banfield, y lo convenció de venir a jugar a la Argentina.
Soriano pidió licencia en su trabajo, en el que ganaba muy bien, y arregló un buen contrato con Banfield. Su idea era quedarse sólo por un año, vivir esa experiencia, aprender. Pero se sintió tan identificado con el equipo del sur, y cumplió tan buenas actuaciones, que se fue aquerenciando.
Un día River Plate mostró interés por incorporarlo a sus filas. Banfield pidió una cifra impagable para no tener que desprenderse del arquero, “así no joden”, se sinceró Sola. Al día siguiente apareció Antonio Liberti, presidente de River, portando el cheque con la suma solicitada. Soriano por su parte, también pidió una cifra altísima y le fue concedida. Pero todavía el arquero puso otra condición antes de firmar contrato: no tener que jugar nunca contra Banfield.
Cuando llegó a River se asombró de lo poco que ganaban sus compañeros y del poco reconocimiento que recibían las viejas glorias que habían hecho grande a ese club, tal el caso de Bernabé Ferreyra, que apenas sobrevivía con un modesto sueldo como empleado del club.
A fines de 1946 Soriano siguiendo a su amigo Adolfo Pedernera, decidió firmar contrato con Atlanta, lo que le significó un conflicto con River que se atribuía el derecho de prorrogar su contrato por cinco años por la misma prima, premios y sueldos.
En el libro La lucha continúa donde se cuenta la historia de Futbolistas Argentinos Agremiados, el arquero describe el panorama de aquellos años: “Cuando pasé a River participé activamente de la lucha para defender los derechos de los jugadores. Y el General Perón y Evita fueron muy importantes para nosotros. Recuerdo un River-Racing: el Charro Moreno había vuelto de México y volvía a jugar en River en vez de aceptar una oferta de Racing. Entonces, para que la gente de Racing no lo insultara, le propuse al capitán de ellos, León Strembel, que entráramos los dos equipos juntos. Perón estaba en la cancha y no sólo nos felicitó por el gesto, sino que ahí mismo nos armó una reunión con Evita, que estaba en Trabajo y Previsión, para que supiera de los reclamos que llevábamos adelante los futbolistas. Y Evita le ordenó a Cereijo que nos atendiera junto con José Espejo, Secretario General de la CGT”.
Soriano junto a Roberto Danza, capitán de Ferro Carril Oeste, envió telegramas invitando a todos los capitanes de Primera y Segunda División a su casa de la calle Brasil 343, octavo piso, a discutir las bases para la formación del gremio de futbolistas. El pase libre y un sueldo mínimo fueron de las primeras reivindicaciones por las que reclamaron.
A los 29 años, tras descender con Atlanta al finalizar la temporada de 1947, José Soriano se retiró del fútbol. Al año siguiente se produciría la famosa huelga de futbolistas -la primera que un gremio le planteara al gobierno de Perón- que terminó con el éxodo masivo de los cracks argentinos a Colombia.