Hoy más que nunca es interesante revisar el significado de maternidad y todo el universo que rodea al imaginario de familia que mamamos desde que nacemos las que estamos bajo el paraguas del mundo occidental y cristiano. Con la posible llegada de la ley del aborto legal, es imprescindible también observar la manera en que el sistema nos organiza para dejarnos a las mujeres con esta migaja de sueño. Digámoslo claramente: para que no soñemos a lo grande. Para ello, el patriarcado tiene una técnica infalible: colonizarnos el bocho de chiquitas con el cuento del amor romántico y la familia, en el sentido más conservador.
Arquetipos y fórmulas que, está visto, en la mayoría de los casos, tienen una mediana a corta duración. La gente se enamora y se desenamora con la misma facilidad y los proyectos de familia, esos que te muestran en los avisos de Coca Cola, fracasan tarde o temprano. ¿Por qué, entonces, caemos en la trampa una y otra vez de un mandato que nos marca la cancha con este objetivo tan fallido? ¿Por qué somos las mujeres las que lo consignamos como sueño máximo (ellos tienen otros sueños, tanto o más importantes que perseguir) y nos quedamos tranquilitas si tachamos el casillero de “la familia”? ¿Por qué en pos de esta falacia somos capaces de dilatar nuestro reconocimiento, el registro de lo que queremos o, al menos, de lo que no queremos?
El sistema está aceitado. La maquina ruge con sus mecanismos milimétricamente pergeniados. Primero te regalan el bebe de Yolibel, ¡cuando vos misma sos un bebé! Vas calentando los motores. Después ya sos un poco más grande, entonces te llevan al cine. Las opciones son La bella durmiente, Cenicienta o Blancanieves. Ya el mecanismo se pone más agresivo. A todas, sin excepción, las rescata un rubio fornido de ojos azules subido a un caballo. La senda continúa en este tono durante toda la niñez y más tarde durante la adolescencia. ¿Quién no ha escuchado las letras de Luis Miguel o leído las novelas de Sidney Sheldon? ¿Quién de nosotras no se identificó con los desencuentros amorosos de esas cuatro subnormales de Sex and the city, a las cuales lo único que les preocupa es conseguir novio, y si no quieren novio, igual hablan de tipos todo el día? Como si las mujeres no tuviésemos otros temas en los que pensar. Nos bombardearon desde siempre y por los cuatro costados con bajadas de línea nefastas, machistas que moldearon nuestras mentes con una misión clave: inocularnos el deseo de la familia y la maternidad.
Una vez que terminamos de recibir toda la info de lo que se espera de nosotras, corremos para alcanzar el objetivo. Tu madre -adoctrinada anteriormente por la de ella- te pasó la lista completa de requisitos: un marido buen mozo o al menos que tenga todos los dientes, que tenga un buen trabajo, un buen pasar, después te incubás dos pibes y así tenés la parejita. Si son un nene y una nena ¡han cantado bingo! sentite que te ganaste la lotería porque tu vida es lo más cercano a la perfección. Todo es tal y como debe ser. Pero en el medio hay un termómetro interno que a veces cuando apoyás la cabeza en la almohada te hace doler la panza. Hay algo que falta. Hay algo que no está. ¡Es tu libertad, amiga! La libertad de aquella que se propone recorrer el camino del deseo y el autoconocimiento.
Sigamos desmitificando. Ser madre es de las decisiones menos altruistas que puede tomar una mujer. Dejémosnos de joder de una vez. Nace de una necesidad de realización personal -creemos- casi pura y exclusivamente, mezclada con la fantasía de que debe ser con un hombre que además viene a completarnos existencialmente (si aterrizara una nave espacial y se lo contáramos a los marcianos, ¡no lo podrían creer!).
El pico de boludez máximo se desencadena en octubre, cerca del día de la madre, cuando por la tele te quieren hacer creer que tus necesidades se resuelven con algún electrodoméstico. Si me dieran a elegir, preferiría otro tipo de homenaje: “El día de la mina que se dio cuenta a tiempo y no se casó con ese mediocre”, o “el día de la mina que se animó a separarse para darle a sus hijos un ejemplo mucho más valioso y revelador” o “el día de la mina que labura su minimundo día a día para transformarse en lo que siempre quiso ser” o “el día de la mina que se avivó que no quería ser madre y se supo escuchar”.
Porque también está el costado ultra dark. Ser madre es un casillero que hay que tildar cueste lo que cueste. Es el profundo dolor si no llegamos a cumplir con la asignatura. Es el reloj diabólico de la naturaleza y la cultura que te dice que tenés que estar a la altura de los acontecimientos.
Muchas de nosotras hemos perdido mucho tiempo tratando de descular qué es lo que de verdad queríamos. Muchas de nosotras aun estamos tratando de conocernos. Y es más, muchas ya nos dimos cuenta que esa búsqueda dura toda la vida. Y es justamente en esa búsqueda magistral de lo que somos y queremos ser que nos reconocemos como verdaderas dueñas de nuestra propia vida. Cuando eso ocurre empezamos a comprender que hay cosas que son nuestras por derecho y que no necesitamos que nadie nos marque la cancha. Entonces aparece otra maquina y ésta sí que ruge como ninguna. Es la que hace que ya no podamos volver atrás. El aborto legal es una batalla que ya ganamos con sangre, sudor y lágrimas y que amplifica nuestra libertad. Porque detrás de la ley del aborto hay, sobre todo para las privilegiadas que no nos jugamos la vida con una aguja de tejer o un racimo de perejil, un universo intangible pero muy poderoso ligado a adueñarnos de nuestro propio cuerpo en el sentido más amplio y complejo de la palabra. Sepan que no vamos a parar hasta abrazarla con las manos. Y guay del que se atreva a querer arrebatarla.
Salud, compañeras! Y QUE SEA LEY.