Después de muchos años animando las previas y los entretiempos de los eventos deportivos en La Bombonera, las cheerleaders de Boca Juniors fueron desvinculadas del club. La dirigencia dejó a Las Boquitas sin derecho a pisar el césped bajo un pretexto que poco tiene de inédito en el listado de excusas elaborado entre la (sobre)adaptación al mercado de la moral del relato feminista hegemónico. “Evitar la cosificación del género femenino en el estadio” fue el argumento de la comisión directiva xeneize, un terreno de amplio poder donde el cupo femenino ni siquiera se teatraliza con representantes pasivas.
“Llegamos hace casi 6 años, con la intención de recuperar el espíritu de espectáculo deportivo y familiar que había perdido el fútbol, por supuesto, sin generarle ningún costo económico al club. La plata de Boca es de y para los socios, es por eso que nuestros shows de animación deportiva siempre los hicimos de modo gratuito. Nuestros ingresos provenían de nuestros sponsors que con mucho esfuerzo pudimos conseguir”, dice el comunicado oficial en la fan page oficial de Las Boquitas en Facebook. Boca Juniors “afianza los lazos con el colectivo Ni una menos” yendo en contra del grupo de mujeres que, a base de autogestión, entrenamiento y trabajo, embellecían los tiempos muertos de los encuentros deportivos sin costos adicionales para el club.
Quienes participaron del lobby detrás de esta decisión es un misterio que permanecerá convenientemente velado. Sin embargo, el asunto nos deja ante una pregunta todavía más hostil: ¿qué clase de política de género —protegida en los acordes del bolero falaz de la “responsabilidad empresaria”— puja por dejar sin trabajo a una mujer y por qué?
¿Te quiero libre, linda y loca?
En los ámbitos públicos y privados, las decisiones de este tipo son tomadas bajo lemas proteccionistas. La embestida contra la belleza —el placer, el sexo, lo erótico, todo aquello que “produzca” el cuerpo de una mujer que no sea materno— es arrasadora, asunto que permite que se imponga una moral no sólo deslibidinizante sino opresiva y censora. Ocurre todos los días y por eso no hace falta hurgar demasiado para exponer este clásico pickle feminista.
En su programa radial Black & Toc, la “Negra” Vernaci interrogó sobre el asunto a la periodista Ingrid Beck que, ante la narración de los hechos, insistía en que el club debería darle a las chicas “otro trabajo”. “¿Por qué querés que [Las Boquitas] trabajen de otra cosa si a ellas les gusta mostrar el culo?”, replicó Vernaci después de leer el descargo de Rocío Martin, manager de las porristas. “Son también mujeres y tienen derecho como mujeres a decidir qué quieren hacer”, siguió.
La directora de Barcelona, de TEA Arte y una de las representantes con mayor tracción y compromiso del colectivo Ni una menos relativizó el asunto y no tuvo argumentos para sostener una respuesta que justificara las medidas del club presidido por el operador judicial macrista Daniel Angelici.
¿Salió alguien a reclamar por el regreso de Las Boquitas al club además de las propias damnificadas y los hinchas? El feminismo de la sororidad tiene espalda ancha cuando no sabe cómo maniobrar con la multiplicidad, la amplitud, la diferencia y las fricciones de intereses.
Cosita linda
Las bailarinas, atletas y gimnastas xeneizes se despidieron: “Siempre quisimos defender a la mujer, todo lo contrario a cosificarla. Las alentamos a que sean valientes, que saquen a la luz toda su esencia, que sigan sus sueños, que realicen sus pasiones sin importar los prejuicios y estigmas sociales. ¡Que sean LIBRES!”. Las porristas se dignifican y dan cátedra frente al arbitraje feminista que no las defiende porque las ha expulsado de su estricto círculo rosa. El hastiante asunto de la “cosificación” no es más que una discusión sobre la soberanía del cuerpo de la mujer, un territorio de disputa atravesado por una discusión que parece no haber tenido un principio y tampoco tener un fin.
Si una de las urgencias del feminismo exige que nuestro cuerpo sea realmente nuestro —utilizando el propio lenguaje de consignas militantes— ¿por qué no empezar ahí donde sí podemos decidir con autonomía? ¿Por qué una porción del feminismo fiscaliza qué hacemos de nuestras vidas y cómo nos vestimos si ese el el hobby favorito del machismo más reaccionario? La pollera siempre resulta demasiado corta para quienes llevan los pantalones de la moral.
¿Gol de mujer?
Con goles de Edwin Cardona y Nahitán Nández, Boca Juniors le ganó 2 a 1 a River Plate en el Monumental. Termino esta nota pensando si Las Boquitas se habrán juntado para ver el partido, si el haber perdido el lugar donde mostrar su talento y su amor por la camiseta les habrá dejado resto anímico para festejar el Superclásico. También pienso que hay un VAR que trasciende el campo de juego, un quinto árbitro con el poder de sacarle la roja a quienes no llevan agua para su molino. Y eso no es ni empoderamiento, ni visibilidad, ni representatividad; es la imposición de otra forma de poder de algunas mujeres sobre otras, de una moral que tiende al puritanismo sobre otra más liberal o sex positive. Y me pregunto si es más digno dejar sin trabajo a una congénere que agitar al viento las piernas y las porras.
Soy hincha de River y no me amarga tanto haber perdido contra el equipo de Barros Schelotto como la posibilidad de que no sólo exista sino que funcione y opere un feminismo “contra la mujer”. Las Boquitas son la soberanía de género que históricamente nos han querido arrebatar. Al menos antes nos quedaba el placer de practicar ese deporte maravilloso que era (y es) culpar a los hombres. Cambiamos
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*Artículo publicado originalmente en la Revista Paco y reproducido parcialmente por la Revista Líbero.