El que ha oído su nombre en el siguiente turno del fusilamiento y ha sentido la frialdad del paredón no tiene otro recuerdo para el resto de su vida. Perico Escobal fue capitán del Real Madrid en los años 20 y jugador de la Selección en los Juegos Olímpicos de París 1924 pero apenas hablaba de fútbol meses antes de morir en 2002 en su casa del exilio en Nueva York, donde fue condecorado por su labor como ingeniero en la mejora del alumbrado del barrio de Queens.
Murió en 2002, a los 98 años, en la más profunda soledad. Sin el más mínimo recuerdo institucional, el cuerpo del exjugador madridista pasó varios meses en la morgue antes de que alguien lo reclamara para su entierro. La infección de su columna por las pésimas condiciones de tres años de prisión era su primer recuerdo de España. El capitán del Madrid republicano, desapareció en el olvido.
En una escueta nota en su página web de octubre de 2005, el club en el que debutó a los 18 años en Oporto y del que fue canterano en el Colegio del Pilar, el Real Madrid, reseñó la publicación de un libro escrito por el exjugador. “Se editan las memorias de “Perico” Escobal, capitán del Real Madrid condenado a muerte”, decía la información. Lo que se publicó aquel año, o más bien se reeditó, fue ‘Las Sacas’, por la editorial Biblioteca del Exilio, en un volumen coordinado por la profesora de Literatura de la Universidad de La Rioja, María Teresa González de Garay. ‘Las Sacas’ es un detallista y espeluznante recuerdo del paso de Escobal por prisión. Pero también es un ajuste de cuentas donde denuncia a los culpables de las atrocidades que vivió en su paso por las celdas.
“Si no iba yo a verle, no iba nadie”
“Siempre que le visitaba enseñaba el hueco que tenía en la columna por la infección que cogió en la cárcel”, recuerda Pablo Escondrillas, familiar lejano de Escobal. Pablo, de 38 años, estudió un máster en la Universidad de Columbia en 2001 y aprovechó la cercanía de la facultad a la casa del exfutbolista para visitar a aquel señor mayor que se había casado con una prima de su abuela y que vivía en la ciudad desde 1939. “Era un hombre de una cultura inmensa. Le encantaba hablar de Cervantes y se puede decir que tenía más interés por la cultura que por el fútbol. Su recuerdo más recurrente como deportista era la competencia que este espectáculo tenía con los toros. Decía que en sus años inauguraban campos constantemente por el auge de la popularidad del fútbol. Su mujer murió en 1999 y apenas veía cuando le visitaba. Sabía que si no le iba a ver yo, no iba nadie”, recuerda una década después.
Era afiliado a Izquierda Republicana, pertencecía a la logia Zurbano de Logroño y había ayudado a unas monjas a huir de la quema de iglesias en Madrid”
Escobal vivió la muerte de cerca. En las citadas memorias dejó decenas de referencias al ambiente moribundo que inundaba la prisión entre fusilamientos, suicidios y condenas a muerte. “Grandes seres humanos como Mozart habían muerto en circunstancias parecidas de soledad. En la sala Once todos morían como cabos de vela encendida que se consumen, lentamente”, describió en su libro publicado en Nueva York por primera vez en 1968. Los primeros ejemplares de su denuncia con nombres y apellidos de la represión en La Rioja llegaron a España escondidos en los barcos por marineros de izquierdas que cruzaron el Atlántico.
Exilio desde Portugalete
Escobal huyó con su mujer y su hijo de la España franquista en 1939 desde Portugalete a bordo del barco ‘Magallanes’. Salvo una visita en los años 50 para enterrar a su madre, nunca volvió. Gracias a la influencia de su mujer, Teresa Castroviejo, hermana del famoso oftalmólogo, consiguió que las autoridades judiciales archivaran su caso. Escobal fue detenido poco después del 18 de julio de 1936 en Logroño acusado de masón, de auxilio a la supuesta rebelión republicana y de haber contribuido a la quema de conventos en Madrid en el invierno de aquel año. Lo único cierto es que Escobal era afiliado a Izquierda Republicana, pertenecía a la logia Zurbano de Logroño y había ayudado a unas monjas a huir de la quema de iglesias en Madrid. Un conflicto laboral por su nombramiento como ingeniero municipal de Logroño se escondía detrás de la detención por la que estuvo a punto de ser fusilado en una noche cuyo nombre apareció en la lista de los que les había llegado su hora. “Uno de los guardias me empujó con violencia hacia atrás, diciendo entre las risas de sus compañeros: Esta noche no”, dejó escrito.
Obligado al exilio, enfermo y débil, lejos quedaban sus años de gloria en Chamartín. Cuando formó un trío defensivo con Quesada y el portero Martínez “impasable”, como adjetivaban los cronistas de Madrid en las victorias ante el gran rival, el Athletic Club de Bilbao. Central de una gran fuerza física (medía cerca de 1,90) y gran agresividad, también recibió críticas en algún día flojo. “Escobal se pasó descaradamente al bando de la Gimnástica para ver si así ésta conseguía el empate, cosa deseada por algunos “merengues” para que así aquella se clasificara en segundo lugar en vez del Athletic. Escobal, durante estos últimos diez minutos, no quiso quitar a los gimnásticos ni una pelota, y como Quesada, sin la ayuda de Escobal, nada sabe hacer, el bloqueo de la portería de Martínez se hizo temible”, relataba el periodista de la revista Gran Vida en 1924.
Ida y vuelta al Real Madrid
Otras crónicas sí le piropearon. “Violento pero noble; impetuoso, pero sereno, así es Perico Escobal”, decía su ficha de la revista La Estampa, el 19 de diciembre de 1929. Escobal llegó a jugar en tres equipos diferentes de la capital entre otras cosas por desavenencias con los directivos del Real Madrid que le dificultaron que compaginara su carrera deportiva con la de Ingeniería industrial. Volvió al Madrid, pero la grada de Chamartín y la prensa merengue le castigaron por su cambio de club. “Recordemos como las ovaciones tributadas a la entrada enérgica, desmedida, de Perico Escobal, como elogio de su valentía, sólo por un cambio de camiseta se convirtieron, -subsistiendo la enérgica y valiente entrada- en vituperio inaguantable”, dejó en 1930 para la historia el cronista deportivo de la Revista Crónica sobre un bronco partido del Racing de Madrid y el Athletic Club de Bilbao en el campo de El Parral, en Vallecas.
En sus últimos años de vida su mejor recuerdo del fútbol era el mundo que había conocido gracias a él. “Recordaba cómo había cruzado los Andes y había jugado un partido en Brooklyn con el Madrid”, rescata Escondrillas. “Periodistas y directivos del club contra el que íbamos a jugar, miraban con asombro nuestras miserables figuras cuando pusimos los pies en el andén de la estación [de Copenhague]. Oía a Juanito Cárcer [entrenador del Real Madrid de la época] decir: “Estos tíos van a creer que el equipo del Real Madrid somos una partida de vagabundos sucios”. En un cambio de decoración apareció la estación de Hamburgo. Una prostituta rubia y no mal parecida me invitaba con sus ojos a una pagada aventura de amor. Nuevo telón. Una taberna de Lille, botellas y vasos rodaban por el suelo mientras unas mujeres terriblemente pintadas nos miraban con expresión de susto”, recordaba Escobal en mitad de un delirio provocado por la fiebre de la infección que le atacó en la columna vertebral.
Un gol en Chamartín
Pablo Escondrillas, por indicación de la profesora González de Garay, consiguió arrancar de su memoria alguna descripción de su juego. “Metía pocos goles, pero sí marqué uno desde el campo contrario, en Chamartín, porque el sol deslumbró al portero en un despeje fuerte. El portero, del Unión Sporting de Madrid, no vio el balón después del bote, y fue un gol espectacular”, recordó el defensa meses antes de morir.
El crecimiento del fútbol en la España republicana generó un debate en los vestuarios de los grandes equipos. Había que discutir si el fútbol seguía siendo una actividad para jóvenes burgueses o se avanzaba hacia la profesionalización de los jugadores. Escobal se posicionó en favor de la profesionalización y trató de crear un sindicato de futbolistas frente al delantero estrella de su equipo, Juanito Monjardín, favorable al veto al pueblo de las actividades deportivas, según describe el historiador Ángel Bahamonde, citado por González de Garay. En el fondo del debate se encuentra la concepción ideológica de la sociedad. Escobal era afiliado a Izquierda Republicana gracias a la influencia de, entre otros, Santiago Bernabéu. Y Monjardín prestó su apoyo a los ideales golpistas de Falange Española. Sin embargo, nunca llegaron a enfrentarse en la contienda.
Algo que sí le ocurrió al defensa riojano con otros compañeros de equipo. Esta vez de la selección olímpica que acudió a los Juegos de París de 1924, cuando España cayó ante Italia al inicio del torneo. Uno de sus compañeros de equipo era Chomin Acedo del que volvió a tener noticias en la prisión al enterarse de que estaba al frente de las ejecuciones represoras en Haro (La Rioja). “Quizás por parecerme Acedo insincero y fanfarrón fue el único compañero de equipo con el cual no hice amistad en aquel viaje. En el mundo futbolístico de sus tiempos fue un gran jugador”, dejó escrito. Escobal escuchó en prisión que Domingo Gómez-Acedo, jugador del Athletic Club de Bilbao entre 1913 y 1929, apostaba con su patrulla “a que su bala entraría por el ojo derecho, por el izquierdo, por la boca u otro sitio del cuerpo de las víctimas”.
Precedentes de Guantánamo
Escobal fue detenido y confinado en la prisión improvisada por los rebeldes en el frontón Avenida. Los soldados fascistas que vigilaban aquella cárcel encendían los potentes focos cada noche, en una práctica torturadora predecesora de los métodos aplicados en la base estadounidense en Guantánamo. “Hice una adquisición valiosa para defender mis ojos contra la irritación producida por las potentes bombillas colgadas del techo, y encendidas toda la noche; compré unas gafas negras a un soldado aficionado al fútbol que, quizás por recordar mis actuaciones con el equipo local, me las cedió a un precio razonable”, dejó sobre el papel de su diario personal.
Escobal terminó su carrera en el Club Deportivo Logroño. En prisión coincidió con el conserje del club y con otros aficionados que recordaban sus valientes entradas al corte. Su condición de exjugador del Logroñés le posibilitó que un preso le reservara una colchoneta en un cambio de cárcel. “Un preso común, pinche de cocina y aficionado al fútbol, me proporcionó el catre que me permitía no dormir en el suelo”, escribió.
La cárcel le marcó de por vida. No sólo por el mal de Pott (una especie de tuberculosis que le afectó la columna vertebral) sino por la rabia de ver un país quebrado por dentro y por fuera que atacaba lo que Escobal más amaba, la cultura y la libertad.
*Texto publicado originalmente en el número 2 de la Revista Líbero.