Cuenta que Miss Chile 1972 fue su novia, que vivió en la residencia del general Rommel en Túnez, que en plena guerra civil entre hutus y tutsis organizaba barbacoas entre los futbolistas de las dos etnias de Ruanda, que hizo buena amistad con el rey de Tonga, Tupou IV, o que fue víctima de un sabotaje por parte de los jugadores del Hamburgo después del fichaje de Kevin Keegan. Así traza su autobiografía el alemán Rudi Gutendorf (Coblenza, 1926), técnico de más de 20 selecciones nacionales, y que se considera más un predicador del fútbol que un entrenador: “Mi Federación me enviaba a países en desarrollo para trabajar. En lugar de mandar arroz, me mandaban a mí. Era como un misionero”, cuenta de su medio siglo como entrenador. Evangelizó como seleccionador en Bermudas, Chile, Bolivia, Venezuela, Trinidad y Tobago, Granada, Antigua, Botswana, Australia, Nueva Caledonia, Nepal, Tonga, Tanzania, Santo Tomé y Príncipe, Ghana, Fiji, Zimbabue, Mauricio, Ruanda, China, Irán y Samoa, además de entrenador equipos en Alemania, Suiza, Túnez, Japón, Estados Unidos, Perú y España. En total 47 equipos en 29 países (por ello está incluido en el Libro Guinness de los Récords) en los que sólo acumuló un título y no consiguió clasificar a ninguna de las selecciones para un Mundial. Su odisea le llevó seis meses al Valladolid, que en la temporada 74-75 jugaba en Segunda División. “Un tipo muy raro, enjuto, un Don Quijote”, el periodista Javier Ares rebana los recuerdos de aquella época para dar un perfil express de este germano tan particular.
Resulta complejo depurar lo que hay de imaginación y realidad en esta historia. Como sucede con el hidalgo cervantino, Gutendorf dibuja una vida de andanzas, como los héroes de las novelas de caballería, que, a veces, se aleja de la versión fidedigna de los acontecimientos. Nadie en Chile es capaz de verificar que aquella miss 1972 fuera su Dulcinea (aunque sí que existe algún que otro indicio de su reputación de playboy) y su versión de la salida del país tras ser despedido tiene alguna laguna cronológica. Aunque dejó el cargo de seleccionador en marzo de 1973, insiste en que abandonó Santiago en el último avión de la Lufthansa que salió del país tras el golpe de Augusto Pinochet en septiembre de ese año. Incluso alardea de una entrañable amistad con Salvador Allende hasta el punto de autoproclamarse como el receptor de aquella famosa frase del presidente asesinado: “Rudi, sólo saldré de La Moneda en un pijama de madera”, según aparece en una entrevista publicada en su página web.
15 meses después del golpe militar, dos directivos del Real Valladolid acompañaron a Madrid al presidente del Club, Fernando Alonso, para recibir en el Aeropuerto de Barajas al alemán que se haría cargo del equipo. Con sólo cinco victorias en 14 partidos, Fernando Redondo fue destituido después de perder ante el Alavés y el club se puse en manos de Gutendorf para salvar la temporada antes de que el descenso a Tercera fuera inevitable. “El intermediario más famoso de la época, Luis Guijarro, nos dio una lista de posibles candidatos y entre ellos aparecía Rudi, del que teníamos informes de que manejaba con fluidez el español. Aceptó las condiciones económicas, firmar por media temporada y decidimos ficharlo. En nuestra primera charla me dijo que la mejor manera de ver si un equipo está en problemas es en el saque de banda: ‘si nadie se ofrece a recibir el balón, algo pasa’”, rememora el entonces máximo dirigente del club. Después de presenciar un partido en la grada ante el Barcelona Atlético se dio hizo cargo del equipo; en ese partido el presidente se dio cuenta de que ninguno de sus jugadores se ofreció al encargado de sacar desde el lateral. “Hablaba más o menos bien el español, aunque creo que entendía lo que le convenía. Era un vividor del fútbol, lo único que hacía era venderse y anunciarse. Un populista que se ponía a charlar con los aficionados en los entrenamientos. Decía que su táctica se llamaba el acordeón, pero la verdad es que no nos aportó mucho. Puede que en todo caso algo más de chispa física. Lo que no olvido es que hizo unas declaraciones en un periódico alemán en las que criticaba a la ciudad de Valladolid porque decía que aún había gallinas por las calles”, cuenta Manolo Llácer, portero titular de aquel equipo.
A Gutendorf le acompañaba una fama de entrenador rígido y de métodos casi castrenses. En su etapa en el Sporting Cristal de Perú diseñó un circuito físico con 24 pruebas más propias de superhéroes que de futbolistas, una de ellas era hacer saltos mortales. Como seleccionador de Australia, el lugar de entrenamiento era conocido como Stalag XIII, un campo de prisioneros de guerra nazi, situado en Baviera durante la Segunda Guerra Mundial. Antes de un partido amistoso en Israel, concentró al equipo en un kibutz y obligó a los jugadores a ordeñar vacas, pintar verjas y trabajar en la tierra para ganarse el sustento y el alojamiento. “Estoy convencido de que el Valladolid no descenderá a Tercera División. Para conseguirlo vamos a trabajar y sacrificarnos todos, aunque sea a base de multas”, le contó a Javier González en una entrevista publicada en “El Mundo Deportivo” al mes de su llegada a España.
El Valladolid reacciona y gana en Zorrilla al Córdoba y al Burgos, a pesar de que jugadores importantes como Llácer, Pérez García o Calandria están lesionados. Sin embargo, el 29 de enero de 1975 las cosas vuelven a torcerse después de perder 4-1 ante el Constancia de Inca en la Copa del Rey. Rudi sacó, entonces, su látigo. “A la vuelta de aquel viaje, nos convoca a la cinco y media de la mañana. Nos había eliminado un equipo de Tercera División y su reacción fue ponernos a entrenar a esa hora. Nos llevó al polígono industrial donde estaba la fábrica de FASA Renault. Nos dijo que teníamos que sentir lo mismo que sentían esos obreros al pegarse ese madrugón para entrar a trabajar. Fue como si me castigaran como a un niño”, cuenta Chus Landáburu, ese centrocampista gourmet que a sus 19 años ya era uno de los jugadores más destacados de la plantilla.
Ese episodio fue la gota que colmó el vaso de los pesos pesados del vestuario, que dijeron basta: “Después de ese entrenamiento la directiva y los jugadores decidimos que un hombre de la casa, Héctor Martín, tomara las decisiones y él sólo se sentara en el banquillo. ‘Mi no entender’, decía. Un tiempo después, en un partido en el Mallorca, me cambió en el descanso porque me pitaron una falta, por juego peligroso dentro del área y me marcaron gol. En el vestuario comenzó a decirme de todo. También hizo llorar a un chaval del Promesas, creo que se llamaba Pedro Luis”, asegura Llácer.
Lándaburu endulza el juicio pues subió de graduación en el escalafón del equipo. Ante la ausencia de los especialistas a balón parado (Astraín y Lizarralde) fue el encargado de lanzar una falta en Baracaldo. Marcó gol, pero el árbitro lo anuló, a pesar de ello a partir de ese momento fue la primera opción para sacar las faltas. “El equipo se salvó, no acabamos mal, acabó el contrato y se marchó, pero era muy muy excéntrico”, insiste Fernando Alonso.
Después de abandonar Valladolid, pasó un tiempo en Alemania hasta que volvió a recorrer el globo con su peculiar método futbolístico. En su etapa como seleccionador de Tonga obligó, o al menos eso cuenta, al rey Tupou IV a segar el césped de los jardines reales para construir un campo de hierba natural. Años más tarde, en Zimbabue, convenció a sus jugadores que la magia negra no tenía influencia alguna en el fútbol, a pesar de que el rival vertió sangre de cabra por las líneas del área. Una década después de abandonar el último equipo, Samoa, Rudi Gutendorf, a sus 87 años, vive en Coblenza con la certeza de que todavía tiene fuerzas suficientes para hacer otra vez el equipaje y predicar, en lugar del Evangelio y la cruz, con un balón de fútbol.