En 1958, Viktor Maslov viajó a la Copa del Mundo de Suecia y, como la mayoría de los allí presentes, se maravilló con el fútbol del Brasil de Pelé y Garrincha. En aquel torneo, de la mano de los juveniles astros brasileños, se firmó el acta de defunción de la táctica WM y por primera vez se utilizó una línea de cuatro jugadores en defensa. El campeón patentó el 4-2-4 y dio comienzo a una nueva era de fútbol. Fue una revolución involuntaria, porque ni siquiera el entrenador Zezé Moreira planeó su estrategia con el objetivo de transformar para siempre la práctica de este juego. Él simplemente alineó a sus futbolistas de la forma que creía más adecuada. Después, apareció un revolucionario en serio para liderar el cambio de paradigma. Y, como no podía ser de otra manera, el revolucionario vino desde la Unión Soviética.
Apenas retornó a Moscú, Maslov comenzó a pensar la forma de mejorar un sistema que suponía exitoso solo por el descomunal talento de los jugadores brasileños. Él creía que se generaba un espacio libre muy amplio a los costados de los mediocampistas centrales (los “halves” de esa línea de 2) y por eso decidió que era necesario la incorporación de uno de los wings a la línea media. Enseguida, comprendió que si retrasaba a ambos wines, tendría una superioridad manifiesta en el mediocampo. Así nació el 4-4-2. En plena URSS.
Según explica Jonathan Wilson en su imperdible libro “La pirámide invertida”, Maslov fue el padre del fútbol moderno. El juego de presión, transiciones rápidas y posesiones prolijas que inmortalizó a Rinus Michels, Johan Cruyff y Josep Guardiola fue pensado por Maslov después de ver a Brasil en 1958 e implementado en Dínamo Kiev durante la década del sesenta.
Al quitar jugadores de la zona ofensiva, Maslov precisaba cambiar la forma de atacar. Su revolución fue primero filosófica y luego práctica. Comprendió que ahora iba a necesitar recuperar la pelota antes para aprovechar la llegada por sorpresa de los mediocampistas y también que necesitaría al menos un futbolista capaz de hacerse cargo de manejar los tiempos. Este sistema requería la aparición de un “creador”, alguien que buscara los espacios vacíos y se moviera para ser siempre opción de pase. Maslov también fue el primero en darle vital importancia a este tipo de jugadores.
Nació en Moscú en 1910, cuando su patria todavía era el Imperio ruso. Debutó como jugador en Torpedo Moscú a los 20 años y jugó allí de mediocampista hasta los 32. Fue capitán y se retiró con el único objetivo de convertirse en director técnico, una profesión que todavía era considerada menor en el ambiente del fútbol mundial. Wilson afirma que fue un revolucionario atípico, conocido menos por su visión futbolística o su liderazgo explosivo que por su calidez como persona. Por eso, a pesar de su corta edad se ganó el apodo de “Abuelo”.
En 1945, al final de la Segunda Guerra Mundial, se hizo cargo por primera vez de Torpedo, que hasta su llegada no era más que un equipo de mitad de tabla en la poderosa liga soviética. En el primer año finalizó en el tercer lugar. Tuvo varias etapas en el club de toda su vida y la más exitosa fue la que comenzó en 1957, año en el que se coronó subcampeón con Eduard Streltsov como figura. En 1960 logró los primeros títulos de su carrera: la Liga y la Copa de la URSS. Su nombre ya era conocido en toda la Unión y por eso, en 1964, fue contratado por Dínamo Kiev. Así, la capital futbolística soviética dejó de ser Moscú y pasó a ser la ciudad más grande de Ucrania.
En Dínamo, logró concretar su revolución sin trabas ni contratiempos. Su buena relación con Volodymyr Scherbytskyi, líder del departamento de propaganda del Partido Comunista Ucraniano, fue fundamental para que hasta el estado se involucrara en su proyecto. Jugadores de toda Ucrania llegaron para sumarse al nuevo Dínamo, que tenía en Maslov a un líder simpático por un lado y obsesivo por otro lado. Su trato personal con el plantel era cariñoso y ameno, pero a la hora de entrenar, era casi despiadado.
No sólo cambió la manera de jugar, sino hasta la forma de vida de sus dirigidos. Las prácticas eran más parecidas a las del ejército rojo que a las de cualquier otro club del país y fue el primer entrenador en ocuparse de la nutrición de sus hombres. Al más fiel estilo soviético, tenía todo controlado y esa mecanización fue el punto de partida de una forma de jugar que aún hoy representa el norte para muchos técnicos del mundo.
En el Mundial de Suecia 1958, Maslov quedó fascinado con el trabajo de Mario Zagallo, más allá del genio de Pelé y Garrincha. Lobo hacía un trabajo de hormiga, que consistía en sumarse al mediocampo para darle más libertades a los cracks del ataque. Esa tarea tenía resultados gracias a que Didí manejaba los tiempos del equipo y todas las pelotas pasaban por él. Para llevar a cabo su plan, Maslov necesitaba jugadores como Zagallo y como Didí. En Dínamo encontró eso y más.
Además de las variantes posicionales, Maslov requería que todos sus jugadores presionaran a su rival más cercano de forma constante. Para eso, debían tener una preparación física superior y, sobre todo, implementar el marcaje en zona. Maslov, además de crear el 4-4-2, fue el primero que decidió dejar de utilizar la marca individual para hacerlo en zona. “La marca hombre a hombre humilla, insulta y desmoraliza al jugador que recurre a ella”, afirmó alguna vez. Es difícil encontrar un personaje en la historia del fútbol que haya tenido una influencia tan notoria en los cambios que convirtieron al fútbol en lo que es en la actualidad.
Maslov era pura intuición. No era un estudioso de laboratorio, sino que trabajaba sus ideas en el campo, con el más absoluto compromiso de los jugadores. De hecho, la noche previa a cada partido se reunía con los futbolistas no solo para bajar línea, sino también para escucharlos. Les consultaba todo y ellos se sentían parte activa de su revolución. Sin esa apertura sus conceptos innovadores jamás habrían podido ser llevados a la práctica.
En Dínamo Kiev ganó la Liga soviética en 1966, 1967 y 1968 y la Copa en 1964 y 1966. Durante esos años, transformó delanteros en mediocampistas, wines en delanteros y mediocampistas en atacantes. Fue amado por la mayoría de sus dirigidos excepto por quien terminó siendo su sucesor: Valeri Lobanovsky. Su relación con él no fue buena desde el día de su llegada. Es que el ucraniano era uno de esos wines que le provocaba desagrado: poco compromiso con el resto del equipo y cuestionable estado físico. Por supuesto, lo sacó del once titular y Lobanovsky le declaró la guerra durante el corto tiempo que estuvo en el plantel. En la década siguiente, fue Lobanovsky quien lideró la evolución de las ideas de Maslov.
En 1970, Dínamo Kiev viajó a Moscú para enfrentar a CSKA. Mientras esperaban el partido en el hotel, apareció un representante del comité de deportes ucraniano que nunca había estado relacionado con el fútbol y le dijo a Maslov que estaba despedido. Devastado, el DT volvió a su habitación y le dijo a su ayudante: “Me despidieron. Por lo menos lo hicieron aquí en mi casa y no en un rincón de la estación de Razdelnaya”. La verdadera razón por la que le comunicaron la decisión en la capital soviética no fue para hacerlo en su hogar, sino para evitar el malestar de los hinchas. Tras el partido, el micro hizo una parada antes del aeropuerto y Maslov se bajó. Antes, acarició a cada uno de sus jugadores y lloró. Todos lloraron.
Su huella fue tan profunda que tres años después los mismos que lo habían echado lo volvieron a buscar. Pero no volvió y decidió quedarse en Torpedo, con el que ganó una Copa más. Quien se hizo cargo de Dínamo fue Lobanovsky. Cuando Maslov falleció, en 1977, toda Europa hablaba del juego del Dínamo Kiev que conducía aquel rebelde capaz de enfrentarlo. Cosas de la revolución.