A Maradona lo conocí en el año ’76, cuando fuimos a jugar un Sudamericano en Venezuela. Él ya estaba jugando en primera en Argentinos. Siempre fue un jugador diferente, siempre, siempre. Previamente al Mundial de España nos volvimos a cruzar, pero él no se entrenaba con nosotros, porque ya estaba en Europa. Y nos reencontramos, años más tarde, en Trigoria. Cada vez que lo enfrentaba no quería tocarlo. No le pegué ni una patada… Daba ejemplos siempre. El Mundial del ’90 lo jugó casi desgarrado, con una uña que estaba a la miseria, el tobillo hinchado… Si hay algo que Diego les mostró a todos es que jugar en la selección era un privilegio. Por eso disfruté tanto haber sido parte de ese torneo, a pesar de no haber jugado ni un solo partido en el Mundial. Diego era un jugador que tenía privilegios, que eran normales, pero marcaba pautas que a todos nos servían. Estuve en su casamiento, también; lo conozco mucho desde lo futbolístico. Es lo más grande que hubo».
“Me llamó Bilardo y me dijo que tenía ‘un uno por ciento de posibilidades de ir al Mundial’. Voy, lógico que voy. El Cabezón Ruggeri siempre me recuerda que en esos tiempos el único que corría en los entrenamientos era yo, porque quería estar, no podía perdérmelo, algo que me había pasado en el ’82. Sin jugar ni un minuto, para mí fue un premio haber estado. Compartir un Mundial con monstruos de mi generación fue terminar la carrera como quería. Yo me sentí subcampeón del mundo igual que todos, porque me rompí el culo. Hice mil cosas para estar”.
“Después de haber perdido la final, el vestuario estaba callado, dolido, sobre todo por el penal. Había reproches al árbitro, que es algo muy típico de nosotros. Pero la verdad, en el fondo (yo ya estaba grande), ya pensaba casi como técnico y comprendí algo en ese instante: el equipo sobrepasó las posibilidades que tuvo. Es más, llegó a la final sin Caniggia. Y estuvo cerca de ganar ese partido decisivo. El Mundial me ayudó mucho para lo que se me venía, que era, ser entrenador. Me sirvió por la idiosincrasia argentina de querer ganar siempre, si se recuerdan los partidos con Yugoslavia, con Brasil, que jugamos muy mal. Con Italia estuvimos algo mejor. El equipo parecía que se caía a pedazos, pero resurgió por el espíritu que tiene el argentino”.
“De mi época los mejores fueron Maradona y Kempes. Estaban, también, Bochini, Passarella. Ahora, el jugador más desequilibrante del mundo es Messi, pero no sé si lo ubico como el mejor jugador. ¿Y los defensores y los arqueros? Los defensores también son importantes. Baresi y Scirea en su momento fueron extraordinarios. El desequilibrio gusta más, lógicamente. En cuanto a los técnicos, me gusta mucho Rafa Benítez. Mourinho me parece interesante también, aunque no comparto algunas ideas, pero sus equipos son duros y ha ganado cosas importantes en varios lados. Respalda lo grupal por sobre lo individual, en eso me identifico. Y ganó campeonatos más allá de Real Madrid o Barcelona. Convence a los jugadores, eso es fundamental. Que el plantel se convenza de lo que tiene que hacer, eso es esencial”.
“La selección de hoy* tiene tanto desequilibrio adelante que uno puede arriesgar. Si el contrario no toma recaudos, te definen el partido en diez minutos. Lo que tendrá que encontrar es, cuando juegue con selecciones de primer nivel, un equilibrio mejor. Atacar sin tanta gente, quizá; no es igual jugar con Ecuador que con Alemania”.
“De los jóvenes, Pellegrino tuvo un muy buen paso por Estudiantes, era un equipo muy peligroso. Le gustan los equipos equilibrados, como a mí. Tiene movimientos preestablecidos que me interesa analizar. Es un buen técnico. Me gusta la propuesta de Almeyda, pero no termina de redondear su idea, que es interesante. En su momento, no sé por qué se fue de Banfield. Tiene una idea arriesgada para lo que es el fútbol de hoy. La pregunta es qué harían los técnicos jóvenes de hoy, que prefieren el ataque, si no disponen de jugadores con características ofensivas. ¿Qué harían? Yo sigo sosteniendo que es fundamental el orden. En el desorden no se puede lograr nada. En esta nueva camada noto que el desorden en sus equipos los invade en cualquier momento. Ya sea porque van perdiendo o porque quieren arriesgar demasiado. Cuando juegan contra rivales equilibrados y que están más seguros de lo que tienen que hacer, lo sufren. Y pierden”.
“Soy el cuarto defensor con más goles en la historia, con 108 goles, y hasta tengo un título oficial de la FIFA como tercero, aunque después me pasó Hierro, el español, que hizo 110. Primero está el holandés Koeman y segundo, Passarella. Hay una historia divertida que cuento de tanto en tanto. En 1999, me llamó un periodista y me contó que la sección de estadísticas de la FIFA iba a premiar a los tres defensores más goleadores de la historia. Estaban de moda las jodas de Marcelo Tinelli, con su viejo programa, y cuando un dirigente me pidió una dirección para mandarme los pasajes, le di la de un amigo y le corté. No le dije nada a nadie, y al mes me llegaron dos pasajes en primera clase. Fui a la agencia de viajes de un conocido para que me dijera si eran de verdad. Y eran, lógicamente. Al final, Koeman y Passarella no pudieron ir, pero la FIFA me mandó un diploma y me dejó usar los pasajes….”.
“El fútbol cambió tanto como la sociedad. A mediados de los ’90 el juego se transformó y el jugador estuvo en esa sintonía. El futbolista se hizo más atlético, más rápido, más técnico. Antes nos conformábamos con menos atributos. Eso no quiere decir que éramos peores, pero la nueva reglamentación hizo que se transformara todo”.
“Me recibí de técnico a los 29 años, en Rosario. Siempre me gustaron las tácticas y las estrategias, el pizarrón. Todos los días les preguntaba a los entrenadores por qué tomaban las determinaciones, por qué hacían esto, por qué no modificaban aquello otro. Cuando avanzó la tecnología, surgieron los videos y ahí pude ver cómo jugaba yo, realmente. No me gustaba nada. Era lento y, de algún modo, rústico. Pero tenía una moral bárbara, podía resolver los embrollos con una fuerza de voluntad increíble. Y me sentía útil y preparado para seguir el discurso del técnico en el campo de juego. Algo parecido a lo que hoy hacen Ortigoza o Mercier, cada uno con su estilo, con su manera”.
“No necesito tener un Mercedes Benz o un Audi para sentirme pleno en la vida, para sentir que dejé algo. Me gusta vivir bien, pero soy simple, me gustan las pequeñas cosas de la vida, como una caminata, como un buen plato, como estar con mi pequeño hijo. Mi prioridad no son los dólares, es esta hermosa, profesión y la búsqueda del crecimiento constante. Siempre, todos los días, se puede aprender algo, aunque sea mínimo. La exigencia está en el primer lugar, eso no lo negocio ni en mi hogar. Porque es indispensable para hacer crecer al jugador. Ese es un estímulo para toda la vida: mejorarlo, ayudarlo para que sea un jugador superior… y que algo le quede para el día después, cuando ya no tenga más que atarse los botines”.
“El día en que Menotti me dejó afuera del Mundial ’82 después de estar cinco meses concentrado, fue muy doloroso, todavía lo recuerdo. Era muy joven y la práctica la hice llorando. En esa época no podíamos jugar para nuestros equipos, pero le pedía César que me dejara. Era contra Newell´s. Me dio permiso y ganamos con dos goles míos. Fue una tarde inolvidable. Y de algún modo, dolo-rosa, por todo lo que había vivido. Y también, terrible, porque Don Ángel no quería ponerme. El viernes quedo fuera de la selección y recuerdo que me llevó Gallego a Rosario en el auto. Yo estaba amargadísimo, lloraba. Y don Ángel me decía ‘no, pibe, vaya, descanse…’. No quería ponerme. Al otro día, a la mañana, en el entrenamiento, decide ponerme. Y sí… hice los dos goles y me anularon otro. Ganamos 2 a 1. Soy el que más goles le hizo a Newell’s en el clásico; de ellos a nosotros, Santamaría”.
*Bauza aún no era el técnico del seleccionado cuando hizo este comentario. Se refiere a la etapa anterior a su designación.
Extraído del libro El método Bauza – Editorial Planeta – 2016