(Nota de la Redacción: Hace más de 70 años, allá por la década del 30 y el 40, las columnas deportivas del diario Crítica habían popularizado comentarios con estilo literario, con mucho relato en primera persona del periodista, quien era casi un protagonista más de la crónica deportiva. Una de sus plumas más ágiles y originales era El negro de la tribuna, tal era el seudónimo que utilizaba el ensayista, poeta, novelista y biógrafo tucumano Pablo Rojas Paz , quien recibiera –entre otros- el Premio Nacional de Literatura en 1940, por El patio de la noche.
Rojas Paz nació en San Miguel de Tucumán el 26 de junio de 1896 y murió el 1° de octubre de 1956, poco tiempo después de escribir esta crónica, especialmente pedida para el segundo tomo de la Historia del fútbol argentino.
Consignemos que además de sus crónicas deportivas, Rojas Paz fundó la revista Proa con Jorge Luis Borges, Alfredo Brandán Caraffa y Ricardo Güiraldes en 1924 y publicó los ensayos Paisajes y meditaciones (1924), La metáfora y el mundo (1926), El perfil de nuestra expresión (1929), Cada cual y su mundo (1944), El canto en la llanura (1955), Lo pánico y lo cósmico (1957); los libros de cuentos Arlequín (1927), El patio de la noche (1940), El arpa remendada (1944), Campo argentino (1944), Hombre y momentos de la diplomacia (1946), las novelas Hombres grises, montañas azules (1930), Hasta aquí nomás (1936), Raíces al cielo (1945), Los cocheros de San Blas (1950), Mármoles bajo la lluvia (1954) y las biografías Alberdi, el ciudadano de la soledad (1940), Biografía de Buenos Aires (1943), Echeverría, pastor de soledades (1952) y Simón Bolívar (1955).
Dicho todo esto, no queda más que disfrutar los relatos de El negro de la tribuna.)
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Cuando yo ingresé al periodismo ignoraba que era como entrar al servicio doméstico, que entrar en él era dejar establecido que lo mismo servía uno para un barrido que para un fregado, para un frito que para un cocido. Entré al periodismo para dejar los bofes en la máquina de escribir, para que el director del diario pudiera comprarse una estancia en Río Negro o viajar a Europa con vaca propia en el barco para el café con leche. No se necesita estar mucho tiempo en un diario para caer en la cuenta que uno está ahí para todo, para una crónica del congreso de los magos, el día de la flor o el mitin de los disbasoatáxicos.
Esto explica un poco las razones, móviles y motivos que me indujeron y llevaron a hacer crónica deportiva. Debo advertir inmediatamente que nunca he tomado el periodismo muy en serio y que siempre me ha parecido una forma de negocio o explotación, mediante el cual se han enriquecido unos cuantos y no precisamente los periodistas. Comencemos por advertir que en los diarios hay que hacer de todo y no entender de nada. (…)
(…) Sin embargo, el periodismo era la única manera de ganarse el pan que los escritores argentinos hemos tenido en determinada época. Nos han explotado; pero que le vamos a hacer; siempre ha sucedido lo mismo en las vinculaciones del capital con el trabajo. (…)
(…) ¿Cómo me inicié en la crónica deportiva? El asunto es muy sencillo y paso inmediatamente a explicarlo; deben estar por cumplirse los treinta años de todo esto. En mi Tucumán natal mientras hacía el Colegio Nacional, practicaba toda clase de deportes por consejo médico. El deportista que admiraba cuando muchacho era mister Beaumont, que lo mismo bateaba una pelota de cricket que dirigía la delantera de Atlético en el fútbol. Había jugado yo partidos entreverados contra bomberos y ferroviarios de tal violencia que lo que se cuenta de cómo se jugaba en la época de Jacobo I era minué con reverencias comparado con aquello. Había visto jugar creo que en 1908, cuando era muy pibe, a la primera delegación porteña que fue a Tucumán presidida por el referee Gronda. Con él fueron Stanfield que jugaba en el arco, los Susan, Weiss, Polimeni, Eizaguirre.
Cuando vine a Buenos Aires con el sano propósito de estudiar medicina, continué viendo fútbol. Es así que me hice partidario de Estudiantes. En general, en esa época se jugaba un fútbol lento, de pases largos, de un ritmo casi ceremonioso; los hombres eran recios, el shot potente. El cambio de juego, la evolución de la forma del deporte, trajo otro tipo humano. El fútbol veloz dio lugar a la aparición del jugador habilidoso, de poca estatura, gambeteador y veloz.
NACE UN CRONISTA DEPORTIVO
Sucedió que un domingo se me ocurrió ir a la cancha de Barracas Central, a ver el partido que éste debía jugar con Estudiantes de La Plata. La entrada de la cancha era un estrechísimo zaguán formado por chapas de zinc. Desde antes el partido ya se notaba un ambiente de excitación; había ambiente de bronca, pero no precisamente contra Estudiantes sino que parecía que un asunto interno había disgregado y dividido a los asociados del local. Estaba a punto de terminar el primer tiempo cuando comenzaron a volar desde lo que ha dado en llamarse platea, hacia las tribunas, numerosas botellas de cerveza, vacías, por supuesto. El tumulto se hizo indescriptible; las escasas mujeres que en esa época acudían al fútbol gritaban; se desarrollaban matches de box simultáneos y encuentros de catch as catch can. Mientras los revoltosos descendían precipitadamente para intervenir en la gresca llevándose todo el mundo por delante, los más prudentes buscamos las alturas para ponernos a resguardo contra los riesgos de pedradas y botellazos. Yo, por supuesto, fui de estos últimos. Estaba apostado en la grada más alta de los tablones observando lo que pasaba allá abajo, cuando advertí que a mi lado se encontraba el secretario de Crítica, donAlberto Cordone, quien sonriendo comentó mirándome: “No sabía que le gustaba el fútbol”. No fue fácil salir de aquel campo de batalla. Era oración cerrada cuando pudimos dirigirnos hacia un punto donde algo nos trajera hacia el centro. Total, estuvimos dos horas esperando que terminara aquella gresca, habiendo visto apenas cuarenta minutos de juego.
No había nada que hacer, el diario había decidido que yo hiciese fútbol como en otra oportunidad había decidido que hiciese teatro, crítica literaria, parlamentarias, turf o lo que fuese. Es así que el secretario de redacción me llamó para que escribiera el partido que habíamos visto el día anterior. Como a mí lo mismo me daba hacer eso que otra cosa, me puse a escribir con la mayor alegría del mundo y llevé luego las cuartillas al “capo” quien me instó a que me buscara un seudónimo. No me costó mucho encontrarme uno: El negro de la tribuna. (…)
(…) Esto de que un joven literato, promesa de las letras nacionales, esperanza de la literatura americana, hubiera descendido a hacer fútbol no dejó de causar sorpresa en nuestro suberáceo ambiente. Yo era un loco que no tomaba nada en serio, que pensaba como Sartre que la vida es una pasión inútil. Me cerraba para siempre jamás las puertas de las academias, ya era un maldito entregado al populacho. Para chocarme mis compañeros ya no me saludaban: “Adiós, Rojas Paz”, sino que me decían: “Qué tal, negro de la tribuna”. (…)
(…) Para mí era muy divertido hacer fútbol; se me despertó una pasión desatentada por lo deportivo y no sólo me ocupaba del fútbol sino de toda clase de deportes; claro que por la paga no debía ser, puesto que yo recibía de la fuerte empresa periodística en que trabajaba, tan sólo “diez pesos para gastos por partido”. No olvidemos que esos diarios eran los líderes de las aspiraciones populares, lo que no les impedía explotar a sus redactores hasta volverlos tuberculosos. (…)
ODISEAS EN LAS CANCHAS. MÚSICA, NARANJAZOS Y SUELDO DE HAMBRE
Ser cronista de deportes tenía mucho parecido con ser corresponsal de guerra; cada encuentro era un combate del cual no se sabía mucho como se iba a regresar. Nuestro trabajo era agotador; el hincha después del match, se va a su casa a descansar, a tomar mate o a comentar tranquilamente el partido. Nosotros debíamos ir a la redacción a sacarle jugo a la máquina escribiendo para la sexta edición. Después de haber cobrado como el que más con las emociones del encuentro, debía tenerse la suficiente personalidad para ser veraz y ser justo. Pero yo no podía, yo era apasionado, no era un juez imparcial, sereno. No podía mantenerme por encima de la contienda. Esto de estarse reteniendo, según los psicoanalistas, hace mal al corazón, envenena la sangre. Debo confesar que me gustaba mucho Estudiantes y después de este cuadro, Independiente, por el cual tenía una gran debilidad. No soportaba que ninguno de esos cuadros fuera víctima de una injusticia o de una agresión. Entonces me levantaba como leche hervida. Y peleaba yo solo contra la partida. No recuerdo yo que pasó cierta vez entre Boca Juniors y Estudiantes. Yo me puse, por supuesto, del lado de los pincharratas, como se le decía entonces a Estudiantes. Y ardió Troya. Me mandé un artículo en que hablaba de todo, me refería a Diderot, a los reyes de Inglaterra y los deportes, los encuentros gimnásticos entre dos ciudades, la estatuaria deportiva de Grecia. Me hice el entendido de literatura oriental y hablé de muchas cosas que entendía a medias. No creía ser tan leído; al día siguiente de aparecido el artículo recibí muchas cartas en cada una de las cuales se me amenazaba con una forma distinta de castigo, la horca, la guillotina, la lapidación. La hinchada de Boca, a la cual yo había llamado El Jugador Número 12, cosa que la había halagado, se había puesto iracunda, al parecer, contra mi modesta persona por los comentarios adversos hacia ella que yo había dejado deslizar en mi crónica. Un domingo, pasado el tiempo y creyendo en el verso de Rubén Darío “Y la flecha del odio fuese al viento…”, se me ocurrió volver a la cancha de Boca. Y voy a contar serenamente lo que pasó en aquella ocasión. Me ubiqué en la tribuna periodística mientras los megáfonos estaban transmitiendo un tango. El speaker de la radio llenaba los vacíos de silencio transmitiendo grabaciones mientras llegaba la hora el partido. De pronto se hizo una pausa y el compañero de la radio dijo con voz muy clara: “Vamos a transmitir ahora la popular Cumparsita en honor de El negro de la tribuna que acaba de llegar al sector de los periodistas”. Hubo una salva de aplausos y yo me puse de pie para agradecer tan inmerecida demostración. Estaba así de pie, con el sombrero en la mano, cuando sentí un golpe brutal en la nuca. Me habían pegado un naranjazo de padre y señor nuestro. Como atontado me dejé estar un rato con la cabeza metida ente los hombros. Pero me quedé; mi deber era quedarme aunque vinieran degollando. Me acuerdo que aquel domingo jugaban Boca y Tigre y el cuadro felino la vio cuadrada todo el tiempo. El tigre se había hecho ratón y Boca era el gato amante de la jugarreta. Hice una crónica magnífica que fue vivamente comentada con mucha complacencia del Parque Lezama para el este; pero mi nombre fue abominado en Tigre R. Está visto que en este mundo es difícil contentar a todos.
Otra vez fui a un partido con el cual un club inauguraba su cancha nueva, con graderías de cemento, plateas pullman, pero que había destinado a los periodistas un reducto de cuatro por cuatro para veinte o más tipos en que uno tenía que escribir en la espalda del otro. El partido era malo, la cancha era fea, corría un viento que alzaba una polvareda de los mil demonios, yo estaba de mal humor sin un peso en el bolsillo. “Mucha bombarda y platillos para una cancha de bochas”, fue el título de mi artículo. Y esta vez se me amenazó con la muerte. (…)
(…) Mi estilo era seco y displicente; cuando no me gustaba una cosa no me gustaba. Y no había nada que hacer. Cuando un partido era malo, era malo aunque jugasen los dioses del Olimpo. Veáse si no, como ejemplo, esta crónica abreviada que transcribo a continuación: “Con la falta absoluta de comodidad que es fama en la tribuna periodística de Racing, pudimos seguir el, a ratos aburrido y a ratos pintoresco match con Atlanta. Había numerosos periodistas morganáticos, newspapers desconocidos, representantes del Suspiro Filial de Bahía Blanca, que por poco no festejan a tiros las corridas a lo motocicleta del Chueco García, los rechazos a martillo de Colón y el desesperado afán de querer cortarse hacia el arco del Tapón Martino. El match no era una cosa del otro mundo. La amiga de un colega que estaba mi lado se lamentó de no haber llevado la lana para seguir tejiendo. Otro pidió el teléfono para averiguar qué caballo había ganado en la tercera. ¿Y después? ¿Qué más? Martino que junto a Salomón parecía David junto a Goliat. En un momento determinado David quiso sacar la honda, pero Salomón Goliat lo invitó a pelear para cuando se terminara el partido. ¿Y qué más? Ah, sí. Todo el mundo se puso a bailar lanceros en la cancha. Reyes, sobrino del célebre fullback de Avellaneda jugaba al palitroque con los contrarios”. Como se ve, cuando el partido era aburrido yo también me ponía aburrido. (…)
(…) Podría estar escribiendo largas horas sobre mis recuerdos deportivos. Esta clase de quehacer dentro del periodismo significó para mí una verdadera alegría. Me gustaba el aire libre, la gritería y por qué no decirlo, la “bronca”. Iba temprano, veía el preliminar; salía tarde; escribía el comentario en la propia tribuna. A veces no iba y escribía de oídas con lo que me decían mis amigos los fotógrafos Hércules Cappellano, Luchetta, Gonzalito, Rodríguez el ronco, honor y gloria para todos ellos.
Con frecuencia a la noche en algún bar me preguntaban:
-Che Negro, qué tal el partido Boca-Racing…
-No fui –respondía.
-No importa, contalo nomás…
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* Fuente: Historia del fútbol argentino, Tomo II – Editorial Eiffel, 1958 –