Así como en La metamorfosis de Kafka, Gregorio Samsa descubre una mañana, que al despertar tras un sueño intranquilo, se ha convertido en un monstruoso insecto, gran parte de la sociedad argentina advierte con zozobra estar siendo condenada a vivir una pesadilla similar.
Una abyecta decisión de tres jueces supremos pretende convertirnos, de la noche a la mañana, en seres repugnantes. Aspira a que aceptemos convivir alegremente con los genocidas, que compartamos con ellos las calles, los bares, la libertad.
Para naturalizar esa aberración es imprescindible un consenso, un clima de época. Y el Poder, en esa disputa por el sentido común en la que todo vale, encuentra una vez más en la prensa canalla a sus mejores aliados.
En algunas circunstancias la frivolidad se torna muy peligrosa. Una cosa es la transgresión y otra el cinismo. Por donde se la mire la pieza Metamorfosis que publica el diario Perfil, es despreciable. Si pretende causar gracia, indigna; si aspira a ser sesuda, ofende a la inteligencia.
La comparación, además de liviana y berreta, es desubicada y demencial. La justicia que debería garantizar la Corte Suprema de la Nación Argentina no es de la misma especie que la que administra un burocrático tribunal de disciplina de la FIFA y un genocida, vaya novedad, no es lo mismo que un futbolista que una vez insultó a un árbitro.
Un genocida en verdad no es comparable con nada. Y ante la posibilidad cierta de que trescientos de ellos recuperen la libertad, ante esa incertidumbre, la pretendida perspicacia de la pieza que publica Perfil nos parece nefasta.