Miércoles 30 de noviembre de 2016. Belgrano-Rosario Central. Semifinales de Copa Argentina. 37 minutos del segundo tiempo. El partido estaba 1-0 a favor de los rosarinos. La escena era de las típicas: Sosa, el arquero de Central (viejo lobo de mar, sobre todo si el océano está picado), se tiró al piso acusando un dolor sólo comparable al de un balazo propinado por un francotirador. Su cara transmitía un sufrimiento inenarrable, casi inhumano, conmovedor. Algún jugador de Central (puede ser un defensor, un mediocampista o el mismo arquero, da igual) revoleó la pelota al lateral reclamando desesperadamente que ingresara un médico para intentar salvarle la vida a Sosa.
Ya finalizada la extraordinaria actuación del arquero uruguayo, el señor Federico Lértora, aguerrido mediocampista de Belgrano, se preparaba para hacer el saque de banda. Lértora decidió poner en juego la pelota y no devolvérsela a Rosario Central. Pero como el que avisa no traiciona, le dijo al jugador de Central más cercano que no iba a ceder el control de la pelota: “la voy a jugar”, se leyó que murmuraban los labios del número 14 cordobés.
“¡¡Mala leche!!” y hasta el infaltable “¡No tenés códigos!” no tardaron en escucharse (o leerse) de boca de los rivales. Respecto de los códigos del fútbol, no sé ustedes, pero quien firma esta columna los prefiere mantener lo más lejos posible. Y en cuanto a la actitud de Lértora: ¿fue realmente un “mala leche” o actuó correctamente? Tengo muy clara la respuesta.
Una sana costumbre
En los partidos, situaciones de este tipo se dan bajo tres circunstancias: 1) que la posesión de la pelota sea del equipo sufre la lesión de un jugador, 2) que la poseción de la pelota sea del adversario del lesionado, 3) o que caiga un jugador lastimado, que nadie se entere y que el árbitro detenga el juego para permitir la atención médica correspondiente.
En cualquier caso, el juego se reinicia con la pelota en poder de un equipo o con un pique y es potestad de quien la pone en juego conservarla o devolvérsela al adversario.
En los estadios europeos, en dónde el fútbol es considerado “bien jugado”, “prolijo” y en dónde “te podés tomar una birra viendo el partido”, este gesto de caballerosidad deportiva es retribuido con un aplauso de las dos parcialidades. Muy civilizados. Por nuestros pagos, en cambio, ese aplauso no es tan unánime. Se escuchan, también, miles de silbidos y putadas reprobando la devolución de la pelota.Pero hay que decir que los que se enojan no siempre se equivocan ni se oponen a la justicia o están fuera de las normas de urbanidad. Como tampoco lo están los jugadores que toman decisiones que pueden parecer políticamente incorrectas, tal como fue el caso de Lértora.
Los jugadores son los que perciben si el dolor del adversario, contusión o queja es producto de un golpe genuino, de una lesión verdadera o de una puesta en escena. Porque son ellos quienes mejor conocen los síntomas y las gestualidades de un problema muscular u óseo. No hay dudas de que si la lesión fuera real, cualquier jugador argentino devolvería la pelota, aún si faltaran 30 segundos para terminar el partido. De no hacerlo, efectivamente estaríamos en presencia de lo que vulgarmente se define como “mala leche”.
Pero mejor volvamos a Formosa.
Boludeces no
Como se dijo más arriba, los jugadores saben. Y también conocen a Sosa y las actitudes que el uruguayo asume, sobre todo cuando su equipo va ganando y queda poco y nada para obtener una clasificación. Si no nos creen, pregúntenle a cualquier hincha de Vélez memorioso qué pasó en los últimos quince minutos de aquella semifinal de Libertadores, en el Amalfitani, en el 2011. Es un viejo truco de los arqueros, acusar un golpe ante el mínimo contacto y tirarse al piso acusando un golpe mortal para dejar pasar el tiempo. El asunto es que Sosa se abusa.
¿Quién es el desleal entonces? ¿Aquel que no devuelve la pelota cuando su rival deja pasar el tiempo con una mentira (Lértora) o el que se tira al piso para demorar (Sosa) o el que apela a la solidaridad del contrario para recuperar la pelota pese a que hizo trampa (Rosario Central)?
Lértora no quiso ser tomado de boludo (tenían que escuchar al relator del partido del Canal Metro –¿alguien sabe por qué es semifinal se pasó sólo por Metro?-: parecía una señora indignada, en la peluquería, cuando decía Lértora era un mal ejemplo para la niñez.
Una última observación: mientras Lértora recibía las puteadas de su vida, Belgrano envió a los dos centrales de su equipo a cabecear y sacó el lateral al área. Sosa, recién recuperado del balazo que había recibido, descolgó el centro con la agilidad de un puma. Minutos después Central anotó el segundo gol para el delirio del uruguayo, que festejó el pase a una nueva final, Mientras tanto, la hinchada de Belgrano destrozaba el estadio. Pero esa ya es otra historia.