Barcelona va a jugar contra Juventus en la final de la Champions League. Era un partido difícil de imaginar, salvo que uno fuera muy audaz en sus pronósticos o fanático de Carlitos Tevez, ese jugador que cada día refrenda la etiqueta de ganador que le fueron dando los títulos de su carrera itinerante. Sin embargo, había algo en la línea de rendimiento descendente de Real Madrid que invitaba a palpitar este escenario, que no deja de ser una sorpresa.
La Juve empató un partido en el que no tuvo dominio de pelota, de terreno ni de situaciones de gol, en el que sus máximas figuras rindieron por debajo de su nivel y en el que durante casi veinte minutos pareció al filo de un knock out futbolero. Pero pasó. A lo italiano. Aprovechando una segunda pelota post pelota detenida y las manos flojas de un arquero que tenía el apoyo unánime de su hinchada cantado en la tribuna y pintado en algunos carteles.
Jugaron poco más de diez minutos de igual a igual, con uno atacando y otro aguantando, hasta que el árbitro cobró ese penal dudosísimo contra James que parecía desatar el partido y darle aire al Madrid para atacar. Allegri había decidido cerrar el medio de la defensa en dos líneas rígidas de cuatro, el Real había respondido con los laterales sumados a los volantes para ensanchar bien la cancha y generar superioridad en los costados. El genial Diego Latorre lo definió de manera perfecta durante la transmisión de Fox Sports: formó así dos triángulos, Bale-Isco-Carvajal a la derecha, Cristiano-James-Marcelo a la izquierda.
Eso alcanzó para volver locos a los italianos durante una buena parte del partido. El hecho de que Kroos se retrasara para llevar la pelota y armar los ataques desde adelante de la línea de volantes contraria también lastimaba. Con Vidal metido al lado de Pirlo, el alemán no sufría una marca que le achicara espacios y podía trasladar y repartir. Por suerte para ellos, lo tienen al gigante de Buffon.
Y aunque el local ganaba 1-0, atacaba igual. Buscaba un gol en serio, uno que no dejara dudas de arbitraje ni de nada. El dominio de la pelota le dio confianza y se volcó en el campo rival a tal punto que defendía con los dos centrales y uno de los dos laterales (el que no subiera en ese momento) esperando a los delanteros de la Juve justo atrás de Kroos. ¿El resultado? Quedaba expuesto de contra pese a tener el resultado listo.
Aún así no llegó a desnivelar el marcador. Su único tanto fue el de aquel penal que invitaba al canto de siempre: así gana el Madrid.
Cuando se acomodó un poco al temblor, Juventus pudo atacar esos espacios que dejaba el Merengue. No tuvo muchas, pero las que tuvo se las debió a algún movimiento rápido después de un avance de su oponente. Vidal se soltaba de la línea para armar un rombo en ataque cuando su equipo tenía la pelota. Buscaba alimentar a un Tevez apagado, a Marchisio que se proyectaba por la banda o al bueno de Morata.
Morata: dos goles del ex en una serie como ésta y la gente del Madrid se debe querer cortar un dedo. En su gol, Ramos se queda en el fondo en lugar de salir en bloque con sus compañeros y lo habilita un poco tontamente. Después Varane, justo el reemplazante de Pepe (si será simbólico sacar a Pepe en un partido como el de ayer, impensable para Mourinho, por caso), se queda parado dentro del área en lugar de apurar al delantero, que para la bola, aprovecha el tiempo que le regalan y define de pique al suelo para vencer la endeble reacción de Iker, que para colmo cerraría su partido ejecutando mal un lateral insólito en el peor de los momentos.
1-1 y venía ganármelo. Bonucci-Chiellini-Barzagli. Viva Italia.
¿Qué queda para Real Madrid? Una semifinal de Champions League, que no es poco, en la que tuvo más oportunidades de gol que su rival. El medianamente sonso consuelo de haber estado cerca. Sin embargo lo que verdaderamente sobrevivirá para ellos es la sensación de que durante todo el año fueron resignando su condición de mejor equipo de Europa (del mundo, acaso). Se rearmaron sin Di María. Extrañaron a Modric, sufrieron la lesión de Benzema. Perdieron intensidad, algo de motivación, bastante contundencia y juego vertical, vértigo. Empezaron a complicarse partidos que antes ganaban con los ojos cerrados.
Después de la final del Mundial de clubes ya no volvieron a ser los mismos. Curioso: ésa pareció ser la fecha en la que Barcelona por fin encontró un estilo. Un estilo de ataque más directo con delanteros letales y menos juego de los volantes. Un estilo mucho más parecido al del Real Madrid campeón de Europa que al que tenían con Pep. O que el que tuvo Real Madrid durante este año. Al mismo tiempo, un estilo más terrenal, más comparable con otros estilos de otros equipos. Y no es que los puristas catalanes se suicidaran en masa: al contrario, al convertirse un poco en el Madrid y al aprovechar el bajón del archirrival, el Barça parece haber logrado convertirse de nuevo en el equipo a vencer en el continente.
La última vez que la Vecchia Signora levantó la Copa de Europa fue en 1996 (más tarde derrotó a River en la Intercontinental). Desde entonces perdió tres finales. En aquel momento había nombres como Del Piero, Zidane o Antonio Conte -uno que tiene mucho, muchísimo que ver con el presente de este equipo-. Ahora tendrá que ganarle a este Barça versión Real Madrid, en busca de reeditar acaso la superfinal madrileña del año pasado. Buscando complicarle la vida al favorito. Tomando cómodamente el papel del Aleti del Cholo.