Está en debate lo que en algunos medios se dio a llamar “El método Guede”. Es decir, a priori, un concepto que habla de ir a buscar el arco de enfrente sin miramientos, incluso corriendo riesgos que para el común de la gente podrían llegar a ser considerados innecesarios.
A saber: jugar mano a mano en el fondo, dejar sólo un volante de contención, disponer del resto de los jugadores para presionar la salida del equipo rival y, una vez obtenida la pelota, tratar de llegar con mucha gente hasta el área adversaria.
Digamos sin miramientos que ese conversado “método”, al menos por ahora, se vio en cuentagotas. Porque más allá de las debilidades defensivas de San Lorenzo (cuando le llegan, por lo general, le convierten), San Lorenzo ha ido construyendo sus actuaciones más por situaciones coyunturales que por decisión propia.
En dos partidos, de los cinco que ganó, se vio claramente esto que estamos narrando. Contra Boca (en la final de la Supercopa Argentina) y ante Olimpo (tercera fecha del Transición). Es decir, en las dos ocasiones en que San Lorenzo arrancó ganando el juego y pudo decidir por propia voluntad que tipo de juego pensaba desarrollar.
En estos dos casos, con las diferencias obvias planteadas por los rivales, San Lorenzo nunca fue ese equipo presuntamente demencial que va para adelante todo el tiempo sin medir las consecuencias. Por el contrario, fue un conjunto equilibrado, sereno, que manejó los diferentes momentos del partido de manera cerebral, sin desprotegerse demasiado y haciendo circular la pelota con criterio. Justamente, lo que es no es poco, en esos dos partidos, Torrico pudo terminar el partido con su arco invicto.
Por el contrario, en los otros tres compromisos que disputó el por el torneo Transición (Patronato, Sarmiento y Vélez), San Lorenzo arrancó en desventaja y su postura en el campo de juego estuvo muy marcada por las necesidades que imponía estar abajo en el marcador o igualando un juego que prefería ganar. En estos tres partidos, ya con el empate en el bolsillo, efectivamente Guede decidió hacer las variantes necesarias para que su equipo fuera incansablemente al ataque y arriesgó bastante más cerca de lo que el entrenador pregona. Pero no fue así desde el arranque. Ocurrió porque el desarrollo del partido pedía a gritos que San Lorenzo fuera para adelante.
Ante Patronato, después de remontar el marcador dos veces, el equipo fue a buscar el triunfo sin medias tintas y estuvo cerca de ganar. De haber contado con un delantero eficaz (Cauteruccio se perdió dos goles insólitos), probablemente lo hubiera conseguido.
Ante Sarmiento, con el 1-1 ya en el bolsillo y hasta el golazo de Barrientos casi sobre la hora, los últimos 15 minutos de San Lorenzo fueron bastante parecidos a los uno de imaginaba después de escuchar a su entrenador. Fue, lisa y llanamente, un equipo insoportable que no dejaba salir a su rival de adentro del área. Con un hombre más en cancha, atacó por todas partes, terminó con la línea de tres más ofensiva de la historia del fútbol formada por Buffarini, Caruzzo y Mas, y acorraló a Sarmiento al punto de asfixiar por completo al equipo de Junín.
Y contra Vélez, en un juego de trámite parejo pero con mayor manejo de pelota por parte de San Lorenzo, cuando quedaban diez minutos, se sorprendió con el empate de Pavone. En ese preciso instante ganaba 2-1 con el penal convertido por Bufarini (mal cobrado por Beligoy), tenía un jugador más en cancha y el cambio previsto por Guede para matar el partido era el de Prósperi por Barrientos, para armar la línea de cuatro después de la expulsión de Bufarini. Ya con el empate, el técnico cambió abruptamente su decisión y puso a Matos por Mussis. El posterior gol de Matos le dio a San Lorenzo el triunfo que tanto había buscado y que parecía a punto de escapársele.
Está que claro que más allá de estos vaivenes que se explican, San Lorenzo es un equipo que cambió su cara. De aquel proyecto conservador de Bauza que lo llevó a ganar la Copa Libertadores, pasó a este otro proyecto más audaz.
Bauza celebraba que su arco terminara en cero sin importarle demasiado qué era lo que ocurría de tres cuartos de cancha para arriba. Guede, en cambio, no se preocupa demasiado si le marcan goles y destaca, por sobre todas las cosas, que su equipo nunca se fue de la cancha con el marcador en cero.
Son dos ideas completamente opuestas. Nos gusta mucho más la de Guede, por supuesto. Pese a que recién está carreteando y que le falta bastante para tomar vuelo.